Crónica de una tragedia anunciada

Rio Grande do Sul, como bien dice el nombre, es el más sureño de los estados brasileños. Hace frontera extensa con Uruguay, y, en menor distancia, con Argentina y Paraguay.

Su población oscila, acorde a los institutos, entre la quinta y la sexta mayor de Brasil. Y tiene la cuarta principal economía.

Produce 70% del arroz brasileño, 40% de soya, además de propiciar parte substancial de carne de res, de cerdo y de pollo.

En las últimas dos semanas su capital, Porto Alegre, contrariando de manera radical el nombre, se transformó en panorama tristísimo, dramático, con escenas de destrucción ambiental jamás vistas en el país.

Sus habitantes contemplan, asombrados, imágenes de la ciudad cubierta por agua y lama.

Algunos centros culturales de larga tradición e intensa actividad ahora están encubiertos y alagados. Ya no hay plazas ni parques ni jardines.

La desolación es total.

El agua potable se transformó en un tesoro, primero duramente disputado, y luego prácticamente desaparecido.

Camiones cargados de agua llegan de ciudades cercanas, y su contenido es dividido en cantidades mínimas. Cargas con agua y otros utensilios llegan de todo Brasil, pero hasta el pasado sábado no había empezado su distribución.

En las ciudades vecinas, igualmente atingidas por las llenas, casi diez mil animales fueron rescatados, principalmente perros y caballos. Todavía no se sabe cuántos se perdieron para siempre.

Los datos más recientes señalan 136 muertos, 125 desaparecidos y al menos mil directamente afectados, conducidos a hospitales y centros de salud. Al menos 350 mil residencias fueron destrozadas, y todavía no se sabe el número exacto de edificios que abrigan oficinas y tiendas afectados.

Cálculos iniciales indican que serán necesarios dos mil millones de dólares para recuperar lo que fue destruido. Y el presidente Lula da Silva ya dispuso 800 millones de dólares para, caso sea necesario, importar arroz: se calcula, aunque sin confirmación, que más de la mitad de la cosecha del estado sureño, principal proveedor del país, fue perdida.

Cinco ciudades vecinas, muy pegadas a Porto Alegre, fueron duramente afectadas. En Eldorado do Sul, sus 42 mil habitantes tuvieron que abandonar primero sus casas y luego la ciudad. No hay agua ni energía eléctrica, y los saqueos no dejan de crecer.

En São Leopoldo al alcalde vio como su casa era cubierta por el agua, dejando solamente el tejado a la vista.

El alcalde de Porto Alegre, el derechista Sebastião Melo, poco se pronunció. Agradeció la ayuda recibida, las donaciones enviadas por particulares, y listo.

Ya el gobernador de Rio Grande do Sul, Eduardo Leite, adepto fervoroso del desequilibrado ultraderechista Jair Bolsonaro, que arrasó el país durante su presidencia –de 2019 a 2022–, optó por decir que no es hora de procurar culpables.

Y en eso tiene total razón.

De las 23 bombas de succión de agua para justamente prevenir acúmulo de agua, solamente seis funcionan.

El año pasado, la alcaldía de Porto Alegre no puso un mísero peso en protección ambiental.

Ya el gobierno del Estado puso exactos diez mil dólares en el sector de Defensa Civil.

No es hora de procurar culpables porque no es necesario procurarlos. Están a la vista.

Y el principal de ellos es precisamente Eduardo Leite, que hasta ahora se esmeraba para ser indicado por Bolsonaro para disputar con Lula da Silva las presidenciales de 2026.

Sus pretensiones fueron llevadas por el agua. Naufragaron.



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