El siglo que transcurre nos plantea, que una nueva vanguardia ha de emerger, se trata de un Movimiento Feminista con esencia popular, revolucionaria, multiétnica, comunitaria, inclusiva, socialista, internacionalista, antiimperialista y anticapitalista, para que en el ejercicio consciente de su papel fundamental en el seno de la clase trabajadora sea capaz de luchar sin distingos de género contra el capital y la explotación de las patronas y los patronos, de las burguesas y los burgueses; entendiendo que la acumulación del capital es perpetrada por mujeres y hombres, aunque haya sido inobjetable la hegemonía económica del varón en la vieja sociedad patriarcal.
Este movimiento deberá promover una lucha clasista que se extiende más allá del tradicional perímetro de las reivindicaciones en el hogar (salario y pensión por el trabajo en casa; justa distribución de las tareas domésticas, etc.), pues su política debe penetrar el ámbito de la industria (poder económico) así como el aparato estatal (poder político) en función de la liberación social.
Ciertamente, el feminismo revolucionario, nunca puede ser organocéntrico, pues conoce que la causa de la desigualdad no es el sexo (constitución orgánica de mujer u hombre) sino el género (superestructura cultural yuxtapuesta por la clase social dominante). Por tal razón, la adecuada lucha feminista no es excluyente ni exclusiva (no execra de su vanguardia al hombre con conciencia de género), sino que más bien, incorpora democráticamente a todas las mujeres explotadas y a todos los hombres explotados, a las sensibilizadas y a los sensibilizadas a la problemática sociohistórica de la discriminación fundada en género.
Será entonces en el plano de esta unión progresista e inclusiva que conformaremos la fuerza social más eficaz para el desmontaje definitivo del machismo, el patriarcalismo, el organocentrismo, el androcentrismo, la cosificación sexual, la objetivación de las sujetas y los sujetos; así como los igualmente perjudiciales feminismos extremistas, neoliberales, burgueses, reformistas y pro-capitalistas que invisibilizan la lucha de clases y se circunscriben meramente a predicar la rebelión de la mujer contra el marido en el hogar, pero al mismo tiempo la invitan a la sumisión y la resignación ante la explotación capitalista de su patrona o su patrono en el centro de trabajo.
Por ello, necesario es superar las tendencias atrasadas que impiden la construcción ideológica, cultural y material de una nueva sociedad igualitaria, donde erradiquemos totalmente la división de clases y de género (la última es derivada de la primera). Sólo mediante la comprensión e implantación de un verdadero feminismo socialista, todas y todos, en alianza constructiva y revolucionaria, transformaremos las relaciones sociales, tanto en los roles culturales del género como en las relaciones de producción que requiere el socialismo.
(*) Constitucionalista y Penalista. Profesor Universitario.
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