Escuálidos, tengan fe, viene Lucio Quincio Cincinato

Una de las leyendas favoritas de los romanos, era la que contaba sobre un héroe patricio llamado Cincinato que, siendo general y patriota completo, se retiró al campo un día, a vivir frugalmente y trabajar sus tierras. La leyenda dice que él, sin pedir nada a cambio, dejó su retiro rural para tomar las riendas de la República a fin de derrotar las amenazas de pueblos enemigos sobre Roma y que luego dejó sus armas y el poder para regresar a su trabajo agrícola. En realidad lo que impidió fue que los privilegios de la clase dominante romana fueran puestos en peligro por las luchas de los plebeyos para lograr aperturas democráticas, entre ellas, que se les permitiese tener tierras, como él las tenía, y poder intercambiarlas. Esto fue una revolución en la Roma antigua. El tal Cincinato, más bien, el bandolero de su hijo, con sus maquinaciones, acabó con esa ilusión de pobres y los pueblos enemigos ni siquiera se enteraron del ataja perros interno.

Los escuálidos están descubriendo a Cincinato y se sienten tan identificados con el personaje del cuento, que han puesto a circular, por los espacios etéreos de Internet, un documento, mal escrito por uno de los líderes del Frente Institucional Militar, que se imagina, siguiendo los pasos del mítico general, entrando a Miraflores, como el romano en el Aventino.

¿Y qué dice este documento del pretoriano venezolano? Bueno, en primer lugar nos avisa que generales en retiro, como él, se han estado reuniendo con militares activos diseñando la transición cívico-militar que ocurrirá entre septiembre y enero próximos. Con mayor precisión aún, nos informa, que como parte del estudio que viene haciendo, “descubrió” que la “composición de fuerzas” entre los militares es la siguiente: de cada diez militares uno es chavista, dos son oportunistas, cinco son institucionalistas y dos son anticomunistas. Es decir la cosa está siete a tres y, en realidad, nueve a uno, pues los oportunistas lo son por algo.

Dice igualmente el Cincinato venezolano, que algunos de esos militares comprometidos ya han pasado a la clandestinidad pues el rrrégimen los cazó reunidos con gente del departamento de estado y de la embajada gringa. Estaban resolviendo “asuntos” de la logística y algunos detalles importantes que no podía revelar, pues no se trata de poner en aviso al rrrégimen. Sin embargo deja entrever que uno de esos detalles, que ya ha producido algunas puñaladas traperas entre los militares “patriotas” (como las que daba el hijo de Cincinato), es la decisión de quién estará la cabeza de la junta cívico-militar transitoria. Aquí de nuevo recurre a la evaluación de opciones: algunos proponen nombres de figuras emblemáticas de la sociedad civil, otros proponen nombres de militares retirados con carreras incólumes y una hoja de servicio intachable, como la de él. Y, por ultimo, otra corriente propone a un outsider.

De repente, como quien no quiere la cosa, habla de que pudiera haber una opción diferente que sería la revuelta popular, descubre que el respaldo del pueblo es esencial y determinante aunque reconoce que “todavía pareciese que faltase (sic.) un poco más para llegar a esos extremos”. Pero en definitiva, como este es un pueblo dicharachero (así lo dice), con pueblo o sin él, ellos están claros, que “el dictador ha entrado en una encrucijada de vida o muerte”, y no van a esperar, pues el día “está pautado y decretado por la providencia emancipadora” (sic.).

Concluye el repiquete señalando que la unión cívico militar que conforma él con Oswaldo Álvarez Paz, volverán polvo cósmico (aprendieron algo de Chávez) el socialismo del siglo XXI, y lanzan su juramento terrible: “nos encargaremos de pulverizar a la peste chavista y al tirano traidor. No será venganza ni revanchismo, será justicia a su máxima expresión. Tengan fe”.

Y con esa última frase, pasamos de Lucio Quincio Cincinato a otros dos generales “patriotas” que actuaron también siguiendo instrucciones de la providencia, es decir, de Dios, en cuanto árbitro del destino: el primero, Francisco Franco, que se reconocía a si mismo como “martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma”, y en honor a esos títulos murió un millón de españoles en la guerra, miles fueron fusilados después de ella, incontables españoles se tuvieron que exilar, mientras otros muchos fueron encarcelados y condenados a trabajos forzados. Al parecer ninguno de ellos contó con el respaldo de Dios, seguramente no tenían fe.

El otro general, tan patriota como Cincinato, fue Augusto Pinochet. El que transformó los estadios de fútbol en campos de concentración y fusilamientos (desde esos terribles días el equipo nacional de Chile no ha dado pie con bola). Él decía defender los "valores morales y espirituales propios de nuestra tradición chilena y cristiana", (de nuevo la fe) y se asociaba a la "civilización occidental y europea". Llamaba al pueblo chileno que no fue asesinado o encarcelado, a entender la necesidad de “imponer la autoridad impersonal y justa", y a sus seguidores les pidió que actuaran con una visión "nacionalista, realista y pragmática" pues se trataría de construir una "auténtica democracia protegida".

Quizás este general nuestro, atolondrado conspirador y mal escritor de manifiestos, no sólo se inspiró en la leyenda romana, que fue enriquecida con las actuaciones memorables de los generales antes mencionados, sino que en algún lado, seguramente en Wikipedia, leyó que alguien dijo que el auge de las masas populares acabarían con la democracia por lo que sería necesario el regreso de los Césares, o de los necesarios domadores de esas masas aprovechadas. Si de fe se trata, Dios no coja confesados.



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