Es triste, pero cierto; por lo menos desde este rincón olvidado de Venezuela que es el estado Cojedes. Aquí suceden cosas que en el resto del país no suceden y viceversa. Se nos está escapando el proceso, el proceso de cambios, el proceso revolucionario, la revolución, la revolución bonita, etc. Tantos nombres como para que cada quien escoja el que más se ajuste a sus convicciones. Se nos escapa porque los dirigentes políticos están es pendientes del escalón político que ahora le corresponde –viene otras elecciones-, porque con estas elecciones “Venezuela se la juega”, porque son “las más importantes de la historia”, porque si las perdemos “Venezuela entrará de nuevo en la noche larga del neoliberalismo”; o sea, que el 27 de septiembre todo lo que hemos hecho en diez años de revolución se perderá. Claro, cuando el mensaje es ese, por supuesto que estamos perdiendo, se nos está escapando el proceso. Cuando al pueblo llano se le habla en ese leguaje apocalíptico las ideas, los argumentos políticos se van pal carajo y el trabajo ideológico se pierde. Entonces, para qué son las escuelas de formación ideológica, política y cultural. Al cesto de la basura todas las horas de formación y que la demagogia tome su lugar y el pueblo que vaya a votar con un mensaje de terror al mejor estilo de cuarta.
No es así como vamos a adelantar o a echar pa’lante esta revolución y por eso se nos escapa. Se nos escapa cuando la violencia se origina en nuestros cuerpos de seguridad –esto es eufemismo-; porque son ellos los que engendran la violencia en el momento en que atrapan a un choro y lo ponen a robar para ellos. “Me traes cien y el resto es para ti si no estás guardado.” Se nos escapa cuando en las doscientas mil alcabalas están unos policías o guardias nacionales, o mejor, unos vigilantes de tránsito matraqueando a diestra y siniestra.
Lo más vergonzoso y antipolítico es cuando el Estado cumple con uno de sus deberes más importante como lo es dotar de vivienda a la población y esta es tomada para extorsionar, atracar, matraquear, coimar, bajarse de la mula, cuanto hay pa’ eso a los adjudicatarios, pero en realidad quienes verdaderamente se benefician, en primer lugar, son aquellos que no tienen necesidad del beneficio y ahí entran en juego las mafias de la vivienda en donde los políticos y funcionarios de gobierno tienen mucho que ver.
Se no escapa cuando el Estado pone a circular ingentes cantidades de dinero sin control ninguno y unos avispao se la roban y no hay organismo que vaya detrás de ellos. Y esto es por decir unos pocos ejemplos emblemáticos. ¿Y en qué se transforma esto? En desilusión, desencanto, frustración, desasosiego, disgusto, malestar, confusión, tribulación, desazón, desbarajuste, confusión, desgobierno.
En los estratos sociales de menor formación académica y de mayor cúmulo de necesidades va quedando un sabor amargo de frustración que a su vez se van convirtiendo en rabia –arrechera- y la acción a seguir es no participar más en el juego. Se nos escapa porque por lo dicho antes merma la votación, porque ese estado de buena ansiedad se convierte en indiferencia en el mejor de los casos.
Se nos escapa cuando tenemos un hospital –o un CDI-, un liceo, una escuela bolivariana, una autopista, un tren y pareciera que vamos a “la mayor suma de felicidad posible” y un choro en la esquina nos roba el sobre, o nos quitan la moto cuando no la vida. Y esto es cotidiano.
Ahora bien, en estos tiempos de elecciones, cuando uno lanza esta reflexión, lo más inmediato es que se piense que así también se nos escapa la revolución y los votos; y entonces, ¿cuándo es el tiempo propicio, porque todos los años estamos en proceso electorales?
Se nos escapa cuando no tenemos un discurso que incluya a la clase media la más necesitada de orientación política, la más carente de ideas, la más vulnerable al mensajes demagógico y la que tiene todas las herramientas para ser víctima de un mensaje u otro –entiéndase gobierno u oposición-. A ellos no llega la formación política que no sea lo que impone los medios de comunicación y ya sabemos el gran desequilibrio que hay en los dos bandos.
A la clase política del gobierno –y al PSUV- se le plantea un reto: o son más consecuente con el pueblo en lo inmediato, en lo cotidiano, o verán cómo se nos escapa la revolución.
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