Institucionalmente se elegirán 165 diputados a la
Asamblea Nacional. La verdadera elección es otra: qué caminos seguirá la
revolución en América Latina.
Valga la palabra, ya que transcurre el
Bicentenario y tantas personalidades se animan a pronunciar su nombre en vano.
En la acepción más simple, revolución significa
"giro o vuelta que da una pieza sobre su eje". Incluso ajustándose a
esta definición, está a la vista que el mundo ha ingresado en una era en la que
todo se dará vuelta. Eso: un giro de campana tras el cual lo que hoy está
arriba estará mañana debajo; y seguirá girando hasta encontrar un nuevo punto
de equilibrio. La forma, el signo y el desenlace de ese vuelco, el punto de partida
para toda una era histórica al cabo del giro, está en discusión. Su
advenimiento inexorable no.
El sistema capitalista ya expuso todos los
síntomas de su agonía. En los dos últimos años hay 50 millones más de
desocupados en los países del primer mundo. En Estados Unidos, emporio del
capitalismo, el número de pobres supera los 44 millones y crece día a día, al
ritmo descontrolado del desempleo.
Como autómatas cumpliendo una programación que
envara sus pasos, en nuestros países los políticos de la burguesía simulan no
ver esa realidad. Un buen número de ellos, acaso no la ven e ingenuamente creen
que mientras el capital imperialista cae... ellos pueden ocupar su lugar. Claro
que
"el ojo no es
ojo porque lo veas
es ojo
porque te ve"
En su enajenación, los defensores del statu
quo pueden desestimar la crisis estructural del sistema mundial y continuar
con juegos de engaño y manipulación. Pueden seguir desconociendo el significado
de la caída imparable del dólar; la constante inyección de montañas de dinero
ficticio para enlentecer la marcha hacia la depresión. Como sea, el ojo los ve;
la crisis los incluye. Y si en esta primera fase se contenta con hacer de ellos
monigotes patéticos, seres insustanciales que transforman incluso sus talentos
y mejores valores en espejitos de colores, en la próxima sencillamente los
pondrá contra la pared. Sin tregua ni piedad.
La Revolución Bolivariana
Es entonces un axioma: la crisis en curso
provocará más y más revoluciones. El centro motor de esa dinámica está en las
metrópolis imperiales; la respuesta más articulada, en América Latina.
Contrariando todo precedente histórico y las teorías en ellos fundadas, la
Revolución Bolivariana ha producido cambios sistémicos de manera pacífica. No
es que no haya habido centenares de campesinos asesinados por sicarios de los
terratenientes, ni que pueda soslayarse el crimen del golpe de Estado en abril
de 2002 y otros muchos actos desesperados de la burguesía. Pero no hubo guerra.
No hubo insurrección violenta de las masas y aniquilamiento militar del
enemigo, es decir, de los dueños del capital y sus instituciones.
Esa omisión ocurrió por decisión estratégica.
Hugo Chávez ha reiterado que "ésta es una revolución pacífica; pero no
desarmada". En incontables oportunidades estuvo planteada la necesidad de
cortar por lo sano. Y hacerlo fue siempre una posibilidad objetiva, porque el
comando revolucionario no sólo cuenta con el grueso hoy inequívocamente
hegemónico de la fuerza armada: también está respaldado por un pueblo en pie de
lucha y una masiva milicia popular dispuesta a empuñar las armas.
Cuando Chávez, apelando a sus sentimientos
religiosos, dice refiriéndose a sus enemigos: "Dios, perdónalos, no saben
lo que hacen", no escenifica un gesto hipócrita, dictado por algún asesor
de imagen. Describe exactamente la realidad: los burgueses y quienes los
acompañan en Venezuela -pero también quienes replican su conducta en toda
América Latina- realmente no saben lo que hacen. No tienen conciencia de que si
circunstancialmente lograran obturar la marcha actual de la revolución, serían
arrasados por incontrolables fuerzas hasta ahora encauzadas mediante las
instituciones de la V República y la conducción política de Chávez.
Sería la guerra. Dado el cuadro mundial y
regional, el colapso de la economía global, la absoluta fragilidad de las
instituciones burguesas en América Latina, esa guerra no se limitaría en modo
alguno a Venezuela. No hay en la región un solo país que pudiera sustraerse a
esa vorágine.
Más aún: las burguesías serían derrotadas. A un
costo inconmensurable en sufrimiento humano y destrucción económica, comenzaría
la construirse una sociedad nueva.
Tempo y transición
socialista
La Revolución Bolivariana ha dado pasos cruciales
en su transcrecimiento; en términos ideológicos, en transformaciones económicas
y sociales, en fortalecimiento político. Apoyada inicialmente en "el árbol
de las tres raíces" (Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora),
adoptó sucesivamente una definición antimperialista y anticapitalista, hasta
definir su estrategia socialista, diferenciada con un aditamento de formidable
efecto en las masas y sus vanguardias genuinas: "del siglo XXI". Así,
la conducción política venezolana avanza paso a paso en la asunción de la
teoría científica para la transformación social.
A partir de allí el mundo tuvo nuevamente un
horizonte no capitalista. Y comenzó a producirse una transformación geopolítica
que tiene su expresión visible en el Alba, pero se multiplica mediante hilos
invisibles en cada país del planeta. Tal realineamiento e inicio de
recomposición, de dimensiones históricas, reposa políticamente sobre un proceso
que recién comienza: Venezuela continúa siendo un país capitalista. Las
conquistas en pos del socialismo no han dado lugar aún a una transformación
cualitativa en las esferas más altas del ordenamiento económico e
institucional, mientras que esa metamorfosis sí se ha producido, o está a punto
de hacerlo, en instancias básicas como las comunas. La equiparación de estos
fenómenos bullentes, el ensamble entre estructura y superestructura y la
aceleración sistemática en la transformación de ambas, o bien es encauzada
mediante la adecuación institucional de la institucionalidad vigente, o bien
tomará el rumbo de colisión de una con la otra. Las relaciones de fuerzas
objetivas en Venezuela, con larga hegemonía de la revolución, no dejan sombra
de duda sobre el resultado de esa eventual confrontación.
Pero el movimiento opositor no está determinado
por esa relación de fuerzas internas, sino por la necesidad estratégica de
Estados Unidos. El capital imperialista sólo tiene una chance de evitar a
tiempo que un nuevo bloque político y social le levante un muro infranqueable a
escala mundial, capaz no sólo de acabar con su hegemonía sino incluso de
amarrarle las manos y evitar la guerra, doblegándolo antes de que las 500
familias que controlan el mundo puedan echar mano de su único recurso
incontestable: la supremacía atómica.
Es una cuestión de tempo. Aquella única
chance consiste en actuar ahora mismo. Se trata de evitar la consolidación
interna, frenar el Alba y revertir la dinámica de convergencia suramericana,
incluso en su mínima expresión, como necesidad de burguesías acosadas.
Por eso lanza a la oposición venezolana a una
carrera suicida. Así se explica la encarnizada campaña, sin precedentes en la
historia política, de ataque mediático mundial contra Chávez y la Revolución
Bolivariana. Allí está también la explicación del frustrado intento de lanzar a
Colombia, algunas semanas atrás, a una guerra contra Venezuela.
Ese despliegue táctico mantiene dos objetivos:
uno, quebrar la cohesión interna de las fuerzas armadas, debilitar la confianza
de las masas en su conducción, atemorizar a la población y, a partir de allí,
en la variante óptima desatar una guerra con Colombia para lanzar al ataque a
comandos internos basados en paramilitares colombianos (hay unos 14 mil de
ellos en territorio venezolano, hasta ahora utilizados para multiplicar la
delincuencia y la inseguridad social), y en la variante mínima ganar espacio
electoral para la oposición; el otro, preparar a la opinión pública
internacional para alegar fraude, desconocer el resultado electoral y
reintentar la desestabilización interna con respaldo de la telaraña mediática
mundial. Como se sabe, el primer objetivo falló. Resta ahora el segundo.
Campaña electoral
Así se llega a las vísperas 26 de septiembre. El
hecho nuevo, relevante, es que a diferencia de las campañas electorales
conocidas en cualquier país capitalista, el Partido Socialista Unido de
Venezuela dio lugar a un fenómeno político por completo distinto en la rutina
de conseguir votos. En las ediciones de julio y septiembre de América XXI
(www.americaxxi.com.ve) ese fenómeno ha sido descripto en detalle. Vale repetir
que, como punto de partida, los candidatos a diputados por el Psuv fueron
nominados primero y elegidos después por las bases del partido, en un proceso
de tres meses que movilizó a por lo menos 5 de los casi 8 millones de afiliados
al Psuv. Después, con el inicio de la campaña formal el 25 de agosto, 1.830.150
militantes organizados en Patrullas y Unidades de Batalla se desplegaron por
todo el país, casa por casa, cara a cara con cada ciudadano de toda condición y
ubicación política, con la consigna 1 x 10 (cada patrullero se comprometió a
discutir con 10 electores). Pero no lo hicieron para pedir el voto a favor de
tal o cual candidato, sino para explicar la diferencia entre socialismo y
capitalismo y la necesidad de garantizar una mayoría abrumadora en la Asamblea
Nacional, a fin de continuar pacífica e institucionalmente con la transición
socialista.
Acompañado por algunas de las figuras más
prestigiadas de su gobierno, también desplegadas en toda la geografía
venezolana, Chávez recorrió el país y habló hasta batir su propia marca, en un
esfuerzo excepcional por explicar el significado trascendental de esta
elección. Mientras tanto, la oposición reunida en la MUD (Mesa de Unidad
Democrática) también superó su propia marca: como no confía en el efecto de su
propaganda en los medios que controla -el 80% del total nacional- puso su
propaganda electoral... en CNN.
Al cabo de este proceso, horas antes de la
medición de fuerzas ante las máquinas electrónicas de votación, la casi
totalidad de las consultoras locales y extranjeras dan como vencedor al Psuv.
La disputa se limita a la magnitud de la victoria.
Los estrategas del Departamento de Estado
sufrirán una derrota más. Pero persistirán, sin duda. Para eso han emplazado 19
bases militares en el hemisferio sur del continente. Gobernar o afirmar una
oposición, elaborar propuestas, realizar campañas, defender candidatos, sólo
será posible de ahora en más asumiendo las dos caras de esa realidad: una nueva
victoria de la revolución y la réplica imperialista.