Chávez es una fijación, una obsesión escuálida, invariable e insuperable después de 11 largos años. Si Vargas Llosa recibe el Nobel, en lugar de recordar La ciudad y los perros o La casa verde, los escuálidos en lo primero que piensan es en Hugo Chávez, los posee y aprisiona su imagen. Si 33 mineros atrapados 700 metros bajo tierra son rescatados, los articulistas opositores saltan a chillar que Chávez no habría logrado esa hazaña. Si Alejandro Sanz suspende un concierto, la farándula derechista (valga el pleonasmo) se lanza contra el comandante por no responder los llorones y publicitarios mensaje por twitter que cada paso de luna le manda el hispano.
Vayamos al desierto de Atacama. El rescate de los mineros fue un éxito y estos humildes y explotados trabajadores volvieron con su familia. El show mediático habla de todo, de futuros libros, novelas, documentales y películas en Hollywood. De las causas y culpables del derrumbe que casi cuesta la vida a esos 33 hombres, ni una palabra. Sólo un impertinente minero, al saludar al presidente Piñera, le dijo que eso nunca debe volver a ocurrir. Los medios obviaron al inoportuno denunciante para darle prensa y espacio al trabajador picaflor a quien esperaban, a boca de túnel, su esposa, su amante y una tercera que la segunda alejó a golpes, según propia confesión.
Las condiciones infrahumanas de las minas del Chile neoliberal, las describió un carismático representante del imperio. A mediados de los 60, Robert Kennedy visitó el país de Neruda. Lo llevaron a conocer las entrañas de una mina. Al salir, sin quitarse el casco, declaró a los periodistas del mundo:
-Si yo trabajara allí, en esas condiciones, también fuera comunista.
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