“Los que
hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias
tumbas”
Consigna del
Mayo francés, 1968
Si este texto estuviera escrito por un “peso pesado” (Noam Chomsky, Ignacio Ramonet, Eduardo Galeano…) seguramente sería leído con más detenimiento. De un autor menor, es menor el impacto logrado. ¿Lo leerá alguien incluso?
¿Por qué empezar con esta referencia, provocativa sin dudas? Para dejar indicado cómo todavía estamos atados, demasiado atados, quizá enfermizamente atados a la noción de VIP. Sí, así como suena: VIP, very important people, “gente muy importante”. Lo que sucede en Venezuela es una palmaria –y quizá patética– demostración de ello.
Para la gente de izquierda (dejamos de momento la discusión en torno a qué es exactamente “ser de izquierda”: ¿progresista, anticapitalista, optar por la lucha armada como herramienta de cambio, socialdemócrata al modo escandinavo, Daniel Ortega lo es actualmente, lo fue antes, o Lula en Brasil, lo es no ser homofóbico, votar por el PSOE en España?), pues bien: para la gente de izquierda en su más amplio sentido, el proceso que se abrió en Venezuela hace algunos años fue una fuente de esperanza. Esa es (¿era?) su fuerza: devolver una esperanza que había sido secuestrada.
Después de los años de dictaduras sangrientas que barrieron toda Latinoamérica, dictaduras que respondían en todos los casos a la estrategia hemisférica trazada por la Casa Blanca, vinieron los planes neoliberales; valga decir que en Venezuela, aunque no hubo dictaduras similares a las del Cono Sur o a las de Centroamérica, en la década de los 70 igualmente se asistió a una guerra sucia de desapariciones, torturas y masacres contra el movimiento popular que descabezó todo germen de protesta. También el incipiente movimiento guerrillero que operó en los 60 fue virtualmente barrido, aunque poco se sabe de toda esta represión fuera del país, que presenta hacia el exterior un perfil de continuidad democrática y bonanza económica, incluidas las Miss Universo como símbolo nacional. Pero la represión feroz, igual que en todos los países del área, se dio; y esos regímenes sangrientos (con o sin militares en el poder -Costa Rica tampoco tuvo regímenes de facto e igualmente implementó planes neoliberales sin anestesia-) prepararon las condiciones para un Carlos Andrés Pérez, o un Carlos Salinas de Gortari en México, o un Carlos Menem en Argentina, u otros menos grotescos, los cuales, desde estructuras constitucionales, pusieron en marcha proyectos de destrucción del Estado y penetración del gran capital tal como ningún militar (excepto Pinochet en Chile) logró con cárceles y cementerios clandestinos.
Luego de esas décadas desastrosas, de absoluta desmovilización, de pérdida de conquistas sociales -en consonancia con el derrumbe del bloque socialista europeo, que también contribuyó a acentuar el clima de desesperanza- todo el campo popular entró en repliegue. Las izquierdas políticas quedaron silenciadas, o transformadas en tibias manifestaciones amansadas, con saco y corbata. Y recién en años siguientes las izquierdas sociales, las manifestaciones populares de resistencia (movimientos campesinos, indígenas, desocupados, luchadores por derechos humanos) volvieron a levantar la voz. Pero la aparición del fenómeno venezolano es el que realmente le da nuevo aliento a la lucha popular, a la lucha contra el capitalismo feroz, rebautizado con el eufemismo de neoliberalismo.
Fue el calor de la Revolución Bolivariana el que nuevamente pone en la agenda el tema del “imperialismo”, del “socialismo”, sacándolos de su lugar de “monstruosidades demonizadas” condenadas a ser mencionadas sólo por Fidel Castro y compañía, a quien(es) se intentó ridiculizar estos años pasados presentándolo(s) como un dinosaurio equivocado de época. Pero lo que esos “dinosaurios” dijeron todos estos tiempos de oscuridad queda demostrado que era cierto: el imperialismo sigue siendo voraz, el capitalismo no resuelve los problemas sociales, la empresa privada es eficiente… sólo para ganar dinero. Y el Estado, aún en un país capitalista, es la única garantía de cierta equidad para la totalidad de la población y no un mecanismo deficitario como se quiso hacer creer, válido sólo para privatizarlo… o para reprimir a los pueblos cuando protestan.
En ese sentido el proceso que se empezó a vivir en Venezuela es una demostración que “no todo está perdido”, que la historia sigue adelante, que la esperanza continúa y los pobres pueden vivir mejor con un planteo socializante que con el neoliberalismo.
De todos modos, desde el inicio de ese proceso en Venezuela se abrió el interrogante respecto a ¿qué es eso del “socialismo del siglo XXI”? Quizá fue, en sus comienzos, un guiño: un intento de construir un modelo de compromiso social sin repetir los errores y excesos de los primeros experimentos socialistas, plagados de autoritarismo y burocracia. Fue un experimento, sin dudas. ¿Nuevo nombre para un capitalismo con rostro humano?; ¿nueva propuesta de economía mixta? Algunos decían, años atrás, que no podemos llegar al socialismo del siglo XXI si no partimos del socialismo del siglo XIX, de los fundamentos teóricos que construyeron sus iniciadores: no se trataría de “mejorar” la sociedad capitalista sino de crear una nueva. La discusión se comenzó a dar luego de años de silencio sobre estos temas. Eso, en sí mismo, ya fue una buena noticia.
Ahora bien: ¿pueden coexistir dos modelos? De hecho, con los cuestionamientos del caso, eso es lo que sucede en China, o en Cuba. No hay dudas que lo de Venezuela también cursó esa fase de experimentación. ¿Pero qué podemos concluir hoy, ya casi una década y media después?
En sus inicios, sin ningún lugar a dudas el proceso bolivariano sacudió estructuras sociales. El pobrerío -como en todos los países latinoamericanos: amplia mayoría- comenzó a sentir que por vez primera en la historia del país era empezado a tener en cuenta, que era algo más que mano de obra o voto para el momento de las elecciones. El poder popular, los espacios donde la gente común y corriente puede empezar a manifestarse, a opinar, a tomar la palabra, existen. Eso hace una diferencia: en ningún otro país del área se vive un fenómeno así. Ahora los pobres pueden llegar a la universidad, o a los teatros de la élite. Algo había comenzado a cambiar. Por eso y no por otra cosa, la derecha reaccionó. Es más: su situación de privilegios económicos nunca fue realmente puesta en entredicho; la cuestión que conmovió fue que con la llegada de Chávez dejó de tener la iniciativa política, tanto la derecha vernácula como la internacional, representada por la Embajada de Estados Unidos, siempre verdadero poder tras el trono en los países latinoamericanos.
Todo el proceso bolivariano fue una revolución sui generis por la forma en que se instala: no hubo una sublevación popular ni una lucha armada que la instituyera. Por el contrario, su líder llega a la dirección de todo este proceso como presidente electo en los marcos de la democracia representativa de cualquier país capitalista. Fue una revolución que nació de arriba y luego bajó; pero que inmediatamente encontró un apoyo insospechado en las bases. Tanto, que fueron esas bases populares las que la mantuvieron en los momentos más críticos que atravesó: el golpe de Estado del 2002, el paro empresarial, el sabotaje petrolero. Ese gran pueblo movilizado fue la mejor garantía de su continuidad. ¿Lo seguirá siendo en el futuro? Para el año 2012 están programadas las próximas elecciones presidenciales, y es un hecho que la división tajante del país en torno a chavistas y antichavistas se mantiene casi inalterable: 60% contra 40%. Pero hay un elemento a considerar ahora: la marea chavista no crece, y en el aparato de gobierno hay preocupación en relación a si se ganarán esas futuras elecciones. ¿Avanza la revolución? ¿Puede una auténtica revolución -es decir: un cambio profundo en las estructuras- estar amarrada a una elección dentro de los estrechos cánones de la democracia representativa?
Algo fundamental para analizar ese proceso es que todo el movimiento político se centra en la figura casi omnímoda de su conductor, el presidente Hugo Chávez. Déficit enorme, garrafal en una revolución: ¿culto a la personalidad? Nadie lo dice en esos términos, al menos en voz alta, pero parece que de eso se trata. Y si ahora lo decimos, no es por un ánimo antichavista sino por una lectura crítica-constructiva del proceso: ¿se puede construir un cambio genuino sólo a partir de la figura carismática de un conductor? ¿Dónde queda el poder popular? ¿Qué pasaría si no se ganan las elecciones del año entrante; o más aún: si, por ejemplo, muriera Chávez hoy mismo de un paro cardíaco: se termina la revolución? En Cuba Fidel ya no es la primerísima figura de la escena política, y el socialismo sigue. No sucede lo mismo en Venezuela. Eso debe abrir replanteamientos genuinos.
En realidad, no se encuentra un discurso marxista dominante en todas las estructuras del gobierno. El ideario que levanta (o levantaba al menos) el presidente Chávez es amplio, una mezcla heterogénea de referentes, desde Cristo al guerrillero heroico Ernesto Guevara, pasando por el Libertador Simón Bolívar y otros próceres independentistas latinoamericanos. Lo cierto es que, con esa mezcla confusa, al menos en los primeros años de su gestión se vieron beneficios palpables para la población: se terminó efectivamente con el analfabetismo, de lo cual ha dado fe y felicitado la UNESCO, los mercados populares con bajos precios -subsidiados por el Estado- son una importante ayuda para el presupuesto familiar (se estima que hasta un 75% de la población hace uso de ellos, incluida la clase media, muchas veces con un discurso visceralmente antibolivariano), está garantizado el acceso a sistemas de salud a cero costo para toda la población -diagnóstico, tratamientos varios, medicación, etc.-, colaborando muy estrechamente en esto las misiones cubanas. Por otro lado creció el movimiento de cooperativas como alternativa laboral con acceso al crédito blando y la capacitación, se dieron créditos hipotecarios populares, se avanzó en la búsqueda del autoabastecimiento alimentario, se profundizó la aplicación de la Ley de Tierras y la expropiación de terrenos ociosos al gran latifundio, comenzó a avanzar la autogestión obrera en fábricas recuperadas. En otros términos: la renta petrolera comenzó a llegar a la población como no había sucedido en toda la historia de la “Venezuela Saudita”, muy rica en petrodólares y Miss Universo, pero llena de gente pobre.
Y de igual modo, la aparición de un país “díscolo” que le hablaba de igual a igual al imperio, permitió diseñar estrategias de integración latinoamericana más centradas en mecanismos solidarios que en los imperantes tratados de libre comercio; fue así que surgió la propuesta del ALBA como campo contestatario para la voracidad de Washington.
Algunos años atrás, decíamos, todo este movimiento era fuente de esperanza, tanto en lo interno de Venezuela como para el campo popular, latinoamericano e incluso mundial. Desde la izquierda, con ciertas reservas en algunos casos, se saludó y apoyó el proceso bolivariano. La esperanza en juego permitía abrir el beneficio de la duda respecto a mucho de lo que se estaba haciendo: la economía mixta, el papel del empresariado nacional, la impunidad con que la derecha se mueve, los oportunistas que se encuentran en el gobierno, ninguno de los que nunca, ante probados casos de malversación, va preso, y que pasaron a constituir una nueva burguesía advenediza con mucho poder político (la “boliburguesía”). Igualmente abría dudas el papel de las misiones, que siempre constituyeron una incógnita respecto a su sostenibilidad, dado que surgieron más como una respuesta coyuntural que como una política revolucionaria del Estado a largo plazo. De igual modo se podría haber juzgado la creación y estructura del Partido Socialista Unido de Venezuela -PSUV-, absolutamente ligado a la mano de Chávez y a su dedo admonitorio que decidía puestos aquí y allá. Si bien en un momento abrió las expectativas de renovación política haciendo pensar en la construcción de un instrumento genuino para la revolución, hoy día las esperanzas en tal sentido parecen haberse esfumado. Un partido revolucionario sin cuadros revolucionarios, ¿qué es?
En los primeros años se podía decir con seguridad que todavía se arrastraba el peso de un país capitalista con toda su cultura consumista y acomodaticia, y por supuesto que no se podía esperar la rápida desaparición de la corrupción ni del oportunismo; la batalla declarada contra todo ello prometía cambios.
Se dibujaban, entonces, dos escenarios posibles (como mínimo) de la revolución para el corto y mediano plazo (sin contar con su reversión total y absoluta por medio de un golpe cruento, por una derechización fascista, cosa que, de momento, no ha sucedido, pero que no se podría descartar): por un lado una propuesta de “tercera vía”, un capitalismo humanizado, socialdemócrata en el mejor de los casos (que sería lo que más o menos se vino construyendo en estos últimos años, con un empresariado nacional y multinacional que hizo grandes negocios, con grandes contratos petroleros para empresas transnacionales, pero con una distribución de la renta nacional algo más equitativa). El otro: la profundización hacia el socialismo, definiendo y poniendo en práctica una clara línea programática en relación a ese nuevo socialismo del que mucho se habla pero del que todavía no se sabe bien hacia dónde va. Ahora bien: ambos proyectos no es posible que convivan. O se expropia o se mantiene la propiedad privada. Llega un momento en que hay que definir las cosas.
Se podrá decir que la coyuntura internacional de la Venezuela chavista no es la misma que la de Cuba en la década del 60, con una Unión Soviética aún victoriosa, fuerte y en crecimiento. Ello es cierto, sin dudas. ¿Pero eso justifica lo que actualmente estamos viendo?
La derecha política enquistada en el aparato estatal -pero fundamentalmente en la cultura dominante, en la ideología de los cuadros directivos- no permite avanzar en la profundización de la revolución. La idea de “hacer buena letra” con el enemigo es mediocre. El enemigo es siempre el enemigo. ¿Acaso el odio de clase se podrá desaparecer con una sonrisa de cortesía? La dialéctica de la sociedad es algo mucho más complicado que una cintura política muy buena como la del conductor Chávez. Su carisma puede ser grande, pero la lucha de clases también a él lo incluye, lo arrastra, lo fagocita. Quizá eso habría que decírselo, porque parece no haberlo entendido según los últimos acontecimientos (entrega de luchadores revolucionarios para congraciarse con la ultraderecha colombiana, y en definitiva, para bajar su perfil “revolucionario”, “molesto” con el imperio).
La Revolución Bolivariana que comenzó a construirse en Venezuela sigue siendo una esperanza, una ventana hacia algo nuevo. Como decíamos al inicio, puede ser el paso a un mundo no regido por la ética de “los triunfadores”, los VIP, y los “segundones”. Ese es el reto en juego, y vale la pena tomarlo. Hoy Venezuela pasó a ser un ejemplo de dignidad para todos los pueblos de Latinoamérica. ¿Qué podríamos hacer sino apoyarla? Después de las décadas perdidas y de la caída del socialismo real, es nuestra fuente de esperanza. Es nuestra responsabilidad como seres humanos que seguimos teniendo esperanza en un mundo mejor dar nuestro granito de arena en esta empresa. Apoyarla críticamente quizá, mostrando sus falencias, sus límites, para tratar de ir más allá, y teniendo claro que todo este proceso, estos errores políticos que ahora comente la revolución, eso no es el enemigo. Aunque ahora, con lo que hemos estado viendo últimamente, se abren serias dudas. Y es ahí donde se plantean estos dilemas: ¿apoyar a un Chávez que se quiere congraciar con la derecha colombiana? Más allá de las explicaciones tácticas que puedan argüirse, ¿es eso estratégico? ¿Pueden levantarse esos valores? ¿Se acepta una guitarra de regalo de Shakira pero se entregan luchadores revolucionarios?
Esta conducta errática del comandante Chávez, que muestra a todas luces que maneja a su total parecer el proceso y que se ha ido olvidando del poder popular, preocupa. ¿Se vendió la revolución? ¿Pueden las “razones de Estado” ser más importantes que los principios? ¿Hay gente VIP entonces?
Como buen cristiano que dice ser, debería no olvidar el mensaje del Mesías entonces (si es que nos permitimos hacer esa lectura “socializante” de la figura de Jesús de Nazareth): ¿está con los poderosos o con los menesterosos? Porque “no se puede servir a dos señores. O sirves a Dios o al Diablo”, Lucas 16:1-13. Pues, si no, se podría terminar justificando todo, y decir como Barack Obama al recibir el Premio Nobel de la Paz: “A veces la guerra está justificada para conseguir la paz”.
Como no soy VIP, probablemente Chávez ni lea esto. Pero el mensaje queda de todos modos: ¡cuidado, comandante: aunque no quiera, la lucha de clases ahí está, y congraciarse con el enemigo no sirve para derrotarlo! Aunque no le guste, aunque sea disonante, la proclama del Mayo francés citada en el epígrafe encierra una gran sabiduría.