Geopolítica de los sueños: República Venezolana-Guyanesa

Una de las libertades de escribir, es la posibilidad de soñar escenarios ideales y además plantear su posibilidad, su “posibilismo”. Venezuela se ha caracterizado por ser un país “posibilista”, desde ser el germen de la Independencia del imperio español en América Latina y el Caribe, pasando por gestos de paz como cuando fungió como nación intermediadora en la guerra centroamericana (el Grupo de Contadora, por ejemplo, donde se negoció la paz en El Salvador, Guatemala y Nicaragua, tras décadas de guerra, fue iniciativa de la diplomacia venezolana); el hecho de que a pesar de las pérdidas territoriales con Colombia (ante la sempiterna agresiva diplomacia colombiana) Venezuela haya optado por la paz (a diferencia de escenarios similares que han conducido a guerras fraticidas en la región como la del Chaco, la guerra de la Triple Alianza, las guerras del Pacífico…; ahora mismo Venezuela ha desarrollado una agenda con planteamientos concretos de unión e integración regional, los más destacables el SUCRE -un sistema monetario único para la zona sur- y UNASUR.

Acaban de reunirse las cancillerías de Venezuela y Guyana, con gestos de cordialidad realizar una hoja de ruta -de la “más alta diplomacia”- esta vez sobre un nuevo litigio territorial que demanda Guyana sobre la plataforma continental y su proyección marítima. El Esequibo Guayanés que reclama Venezuela es un objetivo diplomático superior, pero latente. Si repasamos la historia de la frontera venezolana (recomendamos los trabajos de Manuel Briceño Monzillo, Claudio Briceño Monzón y Nweihed Kaldone) nos remontaríamos al siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III de España, el rey ilustrado por antonomasia que por Real Cédula, digamos, dibujó más o menos el actual paisaje de límites y fronteras de lo que fueron sus territorios en el Nuevo Mundo. El axioma único y definitivo para que las repúblicas nacientes -y libres- establecieran sus territorios respectivos fue el principio del uti possidetis iure, “como lo poseíais lo seguiréis poseyendo”… el principio de la estabilidad de las fronteras que utilizó por primera vez Simón Bolívar que ha sido emulado en todos los procesos post-colonialistas posteriores, e inclusive para confeccionar el nuevo orden geopolítico tras la desintegración del bloque socialista en Europa oriental, le otorgaba a nuestro país, legítima y legalmente, el territorio del antiguo precepto colonial.

En pocas palabras, la Capitanía General de Venezuela, antigua Provincia de Caracas (más los territorios de tierra firme e insulares añadidos en el transcurso de la colonia y la tardo-colonia) era una región bastante más grande que nuestra nación actual, por cercenamientos consecutivos de su territorio original a través de la pérdida de laudos y arbitrajes con Inglaterra y Colombia a lo largo del siglo XIX y XX (más el expolio territorial de Inglaterra). Pero la vocación de paz, activa y pasiva, ha sido la conducta de Venezuela a lo largo de su vida republicana. Ya se quejó Andrés Eloy Blanco en un derecho de palabra como diputado, en junio de 1941, donde condenaba que Venezuela, el cuartel general de la guerra de independencia americana, se dejara quitar territorio por Colombia, sin disparar una sola bala. Justamente eso nos define como una nación con mayor vocación americanista que Colombia, la pequeña, jamás la grande.

De vuelta a la Geopolítica de los Sueños y la reunión entre las cancillerías venezolana y guyanesa destaca de nuevo esa visión excepcional de Venezuela en cuanto a su conflictividad territorial. Una visión, acaso, solidaria, hermanada con principios integracionistas. Partiendo de ese hecho no me parece nada aventurado proponer aquí, en primer lugar, que en base a una, digamos, historia arawak y caribe prehispánica común: étnica, racial, lingüística, de los pobladores primigenios del manto guayanés, que le dieron el nombre a toda la zona, “Tierra de agua”, definamos un territorio histórico originario común.

En segundo lugar, la actual República Cooperativa de Guayana tiene otra controversia territorial con Surinam, en el lado oriental, es decir, Venezuela reclama -legítimamente- las dos terceras partes de la cara occidental del pequeño país, 159.500 km2; el reclamo de nuestro Esequibo, -reclamo que se le hacía a Inglaterra, su antigua metrópoli hasta 1966-, y Surinam otro tanto ¿cómo se define el estatus territorial de Guyana al filo de demandas internacionales?

En tercer lugar el Esequibo, por todo lo expuesto, es legítimamente de Venezuela, expoliado por la “canalla inglesa” en el siglo XIX, cénit del imperialismo británico en los mares del mundo. Esta región alberga una minería que requiere una explotación especializada, muy planificada y tecnificada, que sin la intervención conjunta de Estados fuertes -y ricos- quedará en manos, como ya ocurre parcialmente, de multinacionales que tienden a “africanizar” el proceso de explotación y extracción, enfrentando y manipulando grupos étnico-religiosos antagónicos para generar una conflictividad sostenida que ocupe al Estado anfitrión, más debilitado por una pugna de laboratorio, tendiendo poco a poco a dejar todo en manos de las multinacionales. Esos minerales van al combustible de las flotas aéreas de Europa y Estados Unidos, a los chips altamente especializados de la tecnología occidental, y en las minas y yacimientos de esos materiales estratégicos solo queda la guerra, la miseria y la muerte: son los nuevos Potosí de nuestra era.

En cuarto y último lugar, del lado venezolano, el famoso kilómetro 88 -yo he estado varias veces- en lo personal pienso que es un panorama sobrecogedor. Por un lado la exuberancia del paisaje se conjuga con una zona humanamente desertificada… un paisaje minero -descontrolado, no planificado- y por otro lado, una baja densidad de población de la mano con una pobre intervención del Estado en el lugar ¿Recuperaremos el Esequibo -cosa bastante improbable en el esquema actual pragmático de las relaciones internacionales, regido desde y por los intereses del capital privado- para simplemente expandir esa visión de desarrollo? ¿Para que recuperar territorio -mi voto de fe es que Venezuela sea territorialmente reivindicada alguna vez- si no hemos podido cruzar nuestra propia frontera sur? Seguimos desarrollando el eje costa-montaña desde el siglo XVI, sin ver el sur desde un esquema “caraquista” de desarrollo nacional, pero ese es otro tema.

En vista a los 4 puntos anteriores por qué no proponer una República Venezolana-Guyanesa, bajo los principios del latinoamericanismo-caribeño, el unionismo de pueblos que tienen más en común el camino que los define en la Historia que los fines económicos de intereses extraños y desafectos. Sería además un referente de fortalecimiento a través de la unión real y física de una nación con mayores capacidades económicas -de inversión social y de infraestructura- con otra que aportará robustez a un proyecto geopolítico, emanado de nuevos y originales principios de relaciones interregionales. No es suficiente que Guyana esté dentro de la red energética de solidaridad petrolera (Petrocaribe), ni es suficiente que Guyana sea parte de UNASUR, pues por un lado no confirma una nueva latitud geopolítica que más que agresiva, sería tenaz, y tampoco compromete a Guyana con un propósito que rompe los esquemas -sin herir- del orden mundial.

Mejor inventar que errar, como decía nuestro excéntrico favorito; estamos en tiempos que o inventamos o nos inventan a nosotros, de nuevo, otro modelo de relaciones internaciones y de desarrollo. Estas son repúblicas que no deberían convocar a terceros (Europa-EE.UU., China) a nuestro modelo de desarrollo: Inventamos, al mejor estilo del ilustrado Carreño: La República Venezolana-Guyanesa.

cardozouzcategui@gmail.com


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