En Roma el centenario de la ocupación colonial italiana de Libia ha pasado sin pena ni gloria. En compensación, el presidente del CNT, Mustafa Abdel Yalil, y el ministro [italiano] de Defensa, Ignazio La Russa, lo han celebrado en Trípoli este 8 de octubre. La era del colonialismo italiano, declaró Yalil, fue «una era de desarrollo (…) El colonialismo italiano trajo carreteras y edificios, que aún se conservan muy bonitos, a Trípoli, Derna y Bengasi; trajo desarrollo agrícola, leyes justas y procesos justos. Eso, los libios lo saben muy bien». Una «relectura histórica» muy apreciada por La Russa: «Conocemos bien la historia colonial europea, que también tiene sus sombras, pero Italia dejó una huella de amistad». Pues nada, habrá que volver a escribir nuestros libros de Historia. Si en 1911 Italia ocupó Libia con un cuerpo expedicionario de 100.000 hombres, no lo hizo con fines expansionistas sino porque, como nación civilizada, quería inaugurar «una era de desarrollo» en el país africano. Si poco después del desembarco el ejército italiano fusiló y ahorcó a 5.000 libios y deportó a otros miles, ahogando en sangre la primera rebelión popular, lo hizo para aplicar «leyes justas». Para imponer la legalidad, y no para aplastar la resistencia libia, la mitad de la población cirenaica, unas 100.000 personas, fue deportada en 1930 a una quincena de campos de concentración, mientras la aviación italiana bombardeaba los demás pueblos con armas químicas y el ejército cercaba la región con una red de alambre espinoso de 270 km. Y en 1931, cuando capturaron al jefe de la resistencia, Omar al-Mujtar, tuvo derecho a un «juicio justo»: su condena a la horca, por lo tanto, fue legítima. Según Yalil, la Italia fascista no construyó «las carreteras y los edificios muy bonitos» para la colonización demográfica de Libia, sino para beneficio de los libios. Y si las autoridades coloniales requisaron las tierras más fértiles ―unas 900.000 hectáreas―, relegando a sus habitantes a tierras áridas, no lo hicieron para dárselas a los colonos italianos, sino para el «desarrollo agrícola» de Libia. «Gadafi, en cambio, ha sido todo lo contrario, no trajo desarrollo, no utilizó las riquezas de Libia para su pueblo», concluye Yalil, obviando que había formado parte del gobierno al que achaca el haber detenido el «desarrollo» traído a Libia por el colonialismo italiano. Obviando que, según datos del propio Banco Mundial, antes del ataque de la OTAN Libia había alcanzado «altos índices de desarrollo humano», con un crecimiento medio del PIB del 7,5 % anual, una renta per cápita media-alta, un acceso del 100 % a la instrucción primaria, del 98 % a la secundaria y del 46 % a la universitaria. Pero según Yalil todo era mejor antes, cuando Libia estaba bajo el colonialismo italiano y cuando, con el rey Idris, a aquel le sucedió el dominio neocolonial británico y estadounidense. El mensaje político es claro: el gobierno que él preside deparará a Libia una nueva «era de desarrollo». Como la que celebró Mussolini cuando, montado en un caballo blanco, desde lo alto de una duna, alzó al cielo la espada con puño de oro y se proclamó «protector del Islam». Un recuerdo que a La Russa le arrancó una lagrimita*.
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Ignazio La Russa militó en el frente juvenil del partido neofascista italiano
(N. T.).
Fuente: http://www.ilmanifesto.it/area-abbonati/in-edicola/manip2n1/20111011/manip2pg/14/manip2pz/311415/