Carta abierta de Rosarys Istúriz (hija del Ministro de Educación Aristóbulo Istúriz) a los periodistas Patricia Poleo y José Domingo Blanco

Con todo respeto me dirijo a ustedes desde mi condición de "periodista en formación". Mi nombre es Rosarys Istúriz Martínez y, sí, soy hija del profesor Aristóbulo Istúriz, actual Ministro de Educación, Cultura y Deportes.

Permítanme abrir esta carta, recordando el siguiente párrafo que leí recientemente para realizar mi trabajo de tesis:

"Nos preocupa la crisis ética del periodismo escrito, es galopante. El empleo vicioso de las comillas en declaraciones falsas o ciertas facilita equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. La cita de fuentes que merecen entero crédito, de altos funcionarios que pidieron no revelara su nombre, -y que en realidad no existen- o la de supuestos observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes, porque nos atrincheramos en nuestro derecho de no revelar la fuente. El único consuelo que nos queda es suponer que muchas de éstas transgresiones éticas y otras tantas que avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad sino por falta de dominio profesional".[1]

Estas palabras no corresponden a "otro ataque contra la libertad de expresión propiciado por el presidente Chávez", tampoco son de la autoría de ningún periodista "ñángara" contagiado con la "fiebre anti-medios del chavismo". Las dijo Gabriel García Márquez en 1995 y fueron publicadas por el diario colombiano "El Espectador". No obstante nos vienen como anillo al dedo para hacer un ejercicio de reflexión con motivo del exabrupto publicado como "noticia" en el diario El Nuevo País y "comentado" con sorna por el periodista José Domingo Blanco en su programa televisivo Primera Página, transmitido por Globovisión: "Aristóbulo se compro un yate de 55 metros de eslora, valorado en 750 mil dólares".

Aunque a mí me parezca que está de más, tendré que comenzar diciendo que esta "noticia" es una grandísima mentira, y que tal vez el tamaño de este gran mentira supere al del yate que usted, honorable y creativa Patricia, se ha imaginado que Aristóbulo se compró y que, de acuerdo con sus elucubraciones, no puede estacionar en ninguna marina del litoral central, debido a la magnitud de sus dimensiones. (no obstante, cosas de la vida, usted sí pudo estampar su gran mentira en su pequeño tabloide recortado. La sabiduría popular no se equivoca cuando afirma que "papel aguanta todo").

Este episodio tiene dos lecturas, una de ellas desde el punto de vista político y otra a la luz de la ética periodística. La lectura política está más que clara: ustedes son "el alma" de la oposición, su misión es "alimentarla" de "razones" (de cualquier naturaleza) para aborrecer a Chávez y a su entorno. Lo relevante está en que cuando utilizan la mentira se hace evidente que no cuentan con "verdades" que sacar a relucir para cumplir su misión.

Prefiero dejar hasta aquí el tema político para abordar el asunto ético, que es el que verdaderamente me motivó a escribir esta carta que muy probablemente ustedes no leerán. No estoy segura de que ustedes conozcan un pequeñito texto que se llama Código de Etica del Colegio Nacional de Periodistas (con todo respeto, ese es problema suyo), sólo permítanme desempolvar algunos pasajes que quizás con tantos años de ejercicio del oficio hayan olvidado:

En su Exposición de Motivos, los redactores de este texto quisieron dejar claro que "el periodista se debe al público y por ello su información debe contribuir con su imparcialidad, veracidad, oportunidad y honestidad a que la verdad del suceso difundido sea evidente" .

Júzguenme como idealista, pero más adelante el artículo 4 de ese pisoteado código establece que "el periodista tiene la verdad como norma irrenunciable".

Quizás les parezca una agresión (no me culpen a mí) pero el artículo 11 dice que "el periodista comete falta grave cuando comunica de mala fe acusaciones sin prueba o ataques injustificados a la dignidad, honor o prestigio de personas, instituciones o agrupaciones".

Por último, y no por ello menos importante, el artículo 19 expresa que "El periodista debe verificar las informaciones que recibe y recurrir a las fuentes idóneas que le permitan transmitir la información de manera veraz".

Tal vez un incauto lector de El Nuevo País no se haya interrogado al respecto, pero como yo ya leí estos artículos del Código de Etica, les puedo preguntar ¿Dónde está el yate, el documento de compra-venta, el cheque de 750 mil dólares firmado por Aristóbulo, o al menos la declaración de la persona que se lo vendió?. ¿No es esta una gran mentira, una falta grave, una conducta anti-ética?. ¿Quién puede ahora resarcir los daños morales ocasionados por esta mentira convertida en noticia y refrendada por la supuesta seriedad de "Mingo" y de Globovisión?. ¿Qué poder es capaz de poner límites a los excesos de quienes investidos con el título de periodistas, se proclaman dueños de la "verdad", cuando en realidad lo que hacen es mentir impunemente?

Es probable que a ustedes no les importe, pero con este comportamiento anti-ético suyo he resultado doblemente agraviada. En lo personal, su ejercicio de la "desinformación" me convierte en víctima de la desconfianza de quienes ingenuamente creen en su "veracidad" y han dado por cierta la "noticia".

Pero por otra parte me siento ofendida como periodista, porque el ejercicio anti-ético de unos pocos, entre los cuales los incluyo a ustedes, no sólo echa por tierra su credibilidad personal, sino que desacredita la profesión ejercida con honorabilidad por muchos.

En estos tiempos hablamos bastante, quizás demasiado, sobre los derechos y libertades. Nos declaramos defensores a ultranza del Derecho a la Información y muchas veces nos escondemos en su sombra; nos rasgamos las vestiduras al decir que defenderemos hasta con nuestras vidas la Libertad de Expresión, y la malentendemos como "la libertad de decir lo que sea, de cualquier persona, sin tener que responder por nuestras aseveraciones". Lo que sí parece que es "pecado mortal" es reconocer que tenemos deberes.

Por eso, si todavía están leyendo esta carta, quiero que sepan que todo periodista tiene el DEBER DE RECTIFICAR y éste, más que un deber legal, es un compromiso ético con su persona y con la profesión, que tiene un alcance mayor y un significado más profundo que el mero derecho que tiene un ciudadano agraviado a ser "ungido" con la concesión de una réplica.

Pero si les hace falta algún artículo que le dé carácter coercitivo a mi planteamiento, busquen el número 12 del Código de Ética del Colegio Nacional de Periodistas y leerán que "Las informaciones falsas deben ser rectificadas espontánea e inmediatamente. El periodista publicará en el lapso de las 48 horas siguientes a la publicación de la noticia errada, la rectificación a que hubiere lugar, en el mismo espacio donde se publicó la primera noticia. Los rumores y las noticias no confirmadas deberán identificarse y tratarse como tales".

Por estas razones esta Carta Abierta está dirigida no a "pedir" un derecho a réplica, sino a llamar la atención de sus "conciencias" (porque todo el mundo tiene conciencia, sólo que algunos se la anestesian) en mi condición de periodista en formación, para que ustedes cumplan con su deber ético de rectificar.

Así siento que me lo exige el mismo Código de Etica, cuando expresa que "El periodista concibe la libertad de información como un factor de la elevación espiritual, moral y material del hombre. En consecuencia, debe denunciar como fraudulento invocar este principio para justificar intereses mercantiles o sensacionalistas o para convalidar tergiversaciones del mensaje informativo".

La Libertad de Expresión no está en "peligro de muerte", como les han hecho creer a algunos, por las supuestas "amenazas del gobierno", sino por las acciones de algunos deformadores, quienes superponen sus intereses particulares al sano, democrático y honroso ejercicio de la profesión de informar.

Rosarys Istúriz Martínez
Estudiante de Comunicación Social-UCV

C.I.: V-11.411.688

 


[1] GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Gabo cuestiona la ética de la era electrónica. En "El Espectador" de Santafé de Bogotá. Lunes 20 de marzo de 1995.



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