Mario Benedetti
Aquel
4 de febrero de 1992 representó un cambio vertiginoso sobre nuestro
sentido del poder, del rol de las Fuerzas Armadas y la necesidad de
tomar un rumbo distinto al impuesto por la clase política de entonces.
Tenía 19 años, vivía en San Cristóbal Estado Táchira, y ya en el
pecho me colmaba la idea de ingresar a la “Casa de los Sueños Azules”.
No se pudo o no me dejaron, bastó que dijera que uno de los cantantes
que escuchaba era Ali Primera, para que el evaluador me mirara con resabio
y diciéndome “otro alborotador más ha llegado”. El destino me
trajo al periodismo, a la galaxia de Gutemberg; no obstante debo confesar
que guardo cierta añoranza por ese bonito recuerdo de poder haber ingresado
en los años 90 a la insigne Academia Militar de Venezuela, la misma
donde décadas atrás un grupo de cadetes conjugaron sus inquietudes
en las múltiples proclamas expresadas por nuestro Libertador y Padre
de la Patria Simón Bolívar, sólo con la férrea intención de tomar
por asalto junto al pueblo el ideario de nuestros Próceres para enrumbar
el camino perdido por la bala de Berruecos, las traiciones de San Pedro
Alejandrino y la lanza ponzoñosa por el entreguismo final de un Páez,
quien tiene en su bravura una doble esencia: la de su gallardía y patriotismo
en los campos de batalla a las órdenes del Libertador y la otra, sus
infamias contra Bolívar.
Algunos
supusieron que después de ese día nada sería igual; otros lo interpretaron
como una prolongación de aquel estallido social suscitado en febrero
de 1989 cuando el bravo pueblo se volcó a las calles para demostrar
su temperamento e insatisfacción ante las embestidas del neoliberalismo.
El alba del 4 de febrero de 1992 propició no solamente la inscripción
de un epitafio al contubernio bipartidista; también, y es a lo
mejor lo más importante, le planteó al pueblo respuestas y una ruta
para su redescubrimiento y vía para alcanzar en un futuro la mayor
suma de felicidad posible. Como todo parto tuvo sus vicisitudes, sus
angustias, sus interrogantes; como todo alumbramiento histórico tuvo
su dialéctica, su drama, sus traiciones, sus héroes y sus mártires.
La clase política puntofijista en medio del atribulado baile de máscaras
expresado en el extinto Congreso de la República hasta solicitaron
la pena de muerte para quienes se atrevieron a interpelar al consenso
de élites del momento, a aquellos que patearon la estima de las y los
venezolanos y nos arrinconaron en los recovecos del Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial. Es importante resaltar que muchos
de los más acérrimos militantes de la “izquierda” de esa época,
la mayoría adormecida o atribulada aún por la caída del Muro de Berlín,
no supo o no quiso decodificar por una torpe prepotencia lo que se conjuró
en ese amanecer en Venezuela; como parcos “eruditos” se dedicaron
a fruncir el seño, a hablar en voz baja en las universidades sobre
lo ocurrido, en vez de revisar su esencia y aprender de ésta.
Es
determinante la vinculación entre el Caracazo y el 4 de Febrero. Entre
muchos aspectos la pobreza representó uno de sus principales estimulantes
y conllevó a un replanteamiento sobre su rol ante la historia.
En la IV República los contrastes entre los venezolanos, más allá
de un elemento propio de la cultura caribeña, se profundizaron en el
campo de lo económico estableciendo un nivel de desvinculación entre
los mediadores de la acción política gubernamental y sus representados.
Sembraron la sospecha, la duda entre los constituyentes y el constituido,
entre los gobernantes y gobernados; esa situación, inocua para algunos,
trajo sus consecuencias. Frente a ese panorama las condiciones se conjugaron
para que se planteara un giro en la lógica y dinámica social del sistema
político de los y las venezolanas. En los días aciagos del 27 y 28
de febrero de 1989 y el despertar del 4F de 1992 las circunstancias
de una mayoría excluida y vilipendiada se encontraron con las de un
sector de las FAN para determinar en los dos hechos la necesidad de
tomar un rumbo distinto al impuesto por la burguesía. Dos momentos,
dos convulsiones sociales de alguna manera catárticas y cubiertos de
una misma angustia por resolver: la penuria de la exclusión. En el
primero salió el pueblo, se sometió a las embestidas de la canalla
pero no tuvo líder, conducción, plan de acción ante la magnitud del
reto; y mucho menos, no contó con las Fuerzas Armadas para convertir
la gritería, el dolor, el llanto, en una gesta revolucionaria; en el
segundo, en la madrugada del 4 de Febrero un sector de la Fuerzas Armadas
asumió su rol histórico pero el pueblo esta vez no acompañó desde
las calles aquella clarinada.
Dos acontecimientos en tiempos distintos con características comunes,
con ahíncos similares pero con barreras interpuestas por la alta
burguesía deliberadamente entre sus protagonistas para que no se miraran
como uno sólo; para que no se reconocieran, pueblo y ejercito, como
los hijos de Bolívar. Varias preguntas predominan de los sucesos del
Caracazo y el 4F: ¿deterioro del sistema político?, ¿debilidad de
los partidos políticos tradicionales venezolanos?, ¿necesidad de un
cambio histórico?, ¿catarsis social producto de una deuda social acumulada?,
¿aplicación de modelos económicos copiados de paradigmas foráneos
que no correspondían a la realidad venezolana? Muchas de estas interrogantes
aún están por responderse; otras, han sido dilucidadas a través de
los sucesos políticos actuales en Venezuela y el mundo, los cuales
han determinado que todo cambio histórico tiene sus confrontaciones
y se da en la medida que los actores en pugna determinan cuál es el
momento más o menos exacto para someter la idea en su practica y precisar
por sus resultados si la misma carecía de sentido o si se trató sólo
de un sueño. Ante la crisis mundial que padece el sistema capitalista
en estos momentos, frente al deterioro de la calidad de vida de los
países artífices del neoliberalismo, ante la deshumanización y caos
que padecen hoy las naciones que se nos plantearon en los años 80 y
90 como paradigmáticas, los acontecimientos del Caracazo y 4 de Febrero,
a pesar del dolor por los caídos, representaron un gesto de clarividencia
histórica, de racionalidad política, de lucidez oportuna. En el presente
el mundo habla de indignados, nosotros, o mejor dicho quienes expusieron
sus vidas en esos dos sucesos tectónicos para el tejido social venezolano,
ya habían dado un paso al frente por la indignación imperante, por
la miseria, por la simulación del bienestar, por habernos inducido
al laberinto y sus penumbras.
No
se puede dejar a un lado el contexto internacional. La globalización
en el campo económico y otras aristas de un clima cultural que funcionó
como un eje trasversal y sistema ideológico de la política en la década
de los 80 y 90 en el mundo, aparecen como aspectos de un todo que no
se desvincula para entender mejor la relación entre el Caracazo y 4F.
Estado, política, frustración, mentira, economía, pobreza, partidos
políticos; entre otros términos, son ángulos para analizar los factores
que incidieron en el ascenso al poder del Presidente Chávez. Algunos
foros nacionales e internacionales hacen un ejercicio de mea culpa
en la actualidad por asumir en la década del 90 como una figura absoluta
e ideal, los lineamientos emanados desde el Consenso de Washington y
al neoliberalismo como el deber ser de la economía y la política.
Desde este enfoque, el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz enfatiza
que:
…
las viejas instituciones de Bretton Woods estuvieron definidas por un
conjunto de doctrinas económicas que ya se ha demostrado que fracasan
no sólo en los países en desarrollo sino incluso en el corazón del
capitalismo (2008: 6).
La
reducción del Estado de bienestar, la aplicación del libre mercado
sin un plan compensatorio, trajo como consecuencia el incremento de
un alto grado de incertidumbre en la región, de ingobernabilidad, polarización
social, profundización de los niveles de pobreza, exclusión social
y el replanteamiento del Estado como mediador para lograr el equilibrio
entre el componente económico y el social. No obstante, estas aseveraciones
no se pueden ver en términos absolutos en la región debido a que cada
país, de acuerdo a su cultura política y dinámica social, racionalizó
estas dos décadas las cuales estuvieron marcadas por el auge y crisis
del Consenso de Washington. La concepción de erosión o deterioro de
la democracia en Venezuela enmarcada entre los hechos del Caracazo y
la rebelión militar del 4 de Febrero de 1992, tienen datos puntuales
que permiten dilucidar el estado de descomposición y distanciamiento
entre el poder constituyente y el constituido. La democracia no es una
abstracción que permanece en un plano metafísico distante de la materia
o de los hechos y sujetos; la misma, su accionar y sentido, se concreta
en actores, representantes, instituciones u organizaciones que la dinamizan
y le permiten a sus ciudadanos sentirse identificada con sus valores
y formas de participación. La poca credibilidad que evidenciaban los
elementos del sistema político venezolano en 1992, proyectó escenarios
de incertidumbre a través de los cuales su población interpeló el
concepto de democracia representativa que se había establecido como
cultura y esencia de su cuerpo político.
Analizar
el Caracazo nos permite determinar la influencia de la pobreza para
el impulso del 4 de Febrero; además sirve para conocer algunas condiciones
que tenía el modelo de desarrollo impuesto en la sociedad venezolana
de la década de los 80 y principios de los 90, cuestionado por diversos
sectores de esa sociedad, los cuales lo veían como entrópico e inestable.
En el caso venezolano durante el año 1989 y antes del 4F los discursos
revolucionarios estaban supeditados a espacios muy reducidos de la sociedad
en este país. Lejos estaba la idea de que en el núcleo de las Fuerzas
Armadas de esta nación estuviese a punto de irrumpir un movimiento
que planteara la refundación del Estado bajo el argumento de que éste
había fracasado. Demostraciones al respecto sobraron y hasta las propias
cifras sobre la pobreza en Venezuela difundidas por instituciones de
la derecha advertían como el sistema social de nuestro país acumuló
peligrosamente una serie de contradicciones las cuales se expresaron
en los sucesos del Caracazo y el 4F. Los efectos de la pobreza en el
sistema político venezolano profundizaron el cuestionamiento de la
ciudadanía hacia las formas de participación y el concepto de democracia
impulsado desde 1958. La pobreza se convirtió en un reto, un obstáculo,
una figura incomoda para la gobernabilidad capitalista y, en ocasiones,
llegó a ser un elemento de presión hacia las instituciones en general.
El incremento de sus cifras, más allá de cumplir con los patrones
y modelos estadísticos para su cálculo, fungían como elocuentes advertencias
a los mandatarios de turno. Por ejemplo, según cifras del IESA, para
el año 1989 existían en Venezuela 3 millones 821 mil 954 hogares en
situación de pobreza, distribuidos en 44,44% de hogares pobres y 20.07
% en condiciones de pobreza extrema. Nada distinto se presentaba en
el panorama latinoamericano, el cual padecía en los años 80 y 90 las
consecuencias de las nefastas lecciones sobre libre mercado impartidas
por el grupo de economistas domesticados en la Escuela de Chicago; al
respecto algunas cifras indicaban que:
De
acuerdo con estimaciones más recientes de la CEPAL, en 1994 había
209 millones de personas viviendo en la pobreza en América Latina.
En 1990 la CEPAL estimó la pobreza latinoamericana en 197 millones
de personas; la cifra indica un crecimiento de 12 millones de pobres
en pocos años. En cifras relativas la población en pobreza se redujo
de 41% del total de hogares en 1990 a 39% en 1994 y los hogares indigentes
bajaron de 18% a 17%. Sin embargo, el número absoluto de hogares en
la pobreza creció de 6% y el de hogares indigentes casi 7%, más del
doble de la tasa media de crecimiento del PIB durante el mismo período
(Vilas, en Sader, 1998: 118).
En
esencia, lo que planteaban para el año 1992 el comandante Hugo Rafael
Chávez Frías y el resto de militares en rebelión, era una ruptura
del sistema político venezolano imperante para la época bajo la hipótesis
de que el mismo no tenía legitimidad por no responder a las demandas
sociales de las mayorías; a su vez, proponía una refundación del
Estado donde las ideas de Simón Bolívar sirvieran de base para los
programas políticos inmediatos y futuros; así lo expresaron en varios
documentos en los que explicaron su posición y la de otros miembros
las Fuerzas Armadas de Venezuela:
Nosotros, los abajo firmantes, Oficiales Superiores, Subalternos, Tropas Profesionales y Soldados, integrantes del Movimiento Bolivariano Revolucionario (MBR-200), en nuestra condición de soldados bolivarianos a quienes el Libertador en su última proclama a nuestros pueblos, del 10 de diciembre de 1830, impuso por misión emplear la espada en defensa de las garantías sociales, y como ciudadanos venezolanos, miembros de las Fuerzas Armadas, fieles a la Constitución y al juramento militar nos dirigimos a la Nación para expresar las razones que nos obligaron a insurgir contra el gobierno devenido en tiranía. Que como tal se arroga todos los Poderes del Estado y que pone en entredicho la independencia y la integridad territorial de la Nación, su unidad, la libertad, la paz y la estabilidad de las instituciones, la protección y enaltecimiento del trabajo, el amparo de la dignidad humana, la promoción del bienestar general y de la seguridad social, el logro de la participación equitativa de todos en el disfrute de la riqueza según los principios de la justicia social, el fomento del desarrollo de la economía al servicio del hombre, el mantenimiento de la igualdad social y jurídica, el mantenimiento del patrimonio moral e histórico de la Nación forjado por el pueblo en sus luchas por la libertad y la justicia y la acción de los grandes servidores de la Patria cuya expresión más alta es Simón Bolívar, el Libertador, violando con ello los objetivos programáticos expuestos en el preámbulo de la Constitución y desarrollados por ésta. Al insurgir no sólo interpretamos la voz del pueblo del cual formamos parte y que es el único depositario legítimo de la soberanía popular… (En Garrido, 2002: 128).
Estas palabras en su momento fueron calificadas por la derecha nacional e internacional como “demagogia”, “populismo”. Era claro su temor, su angustia, la Rebelión del 4F más que una fecha circunscrita en un verbo conjugado en pasado, representa un antes y después, un punto y aparte para los venezolanos y venezolanas, significa el inicio de un cambio cultural y nueva manera de reinterpretarnos como pueblo. De pronto muchos descubrieron a Bolívar, se sintieron multitud, se colmaron del orgullo perdido. Ayer como hoy, el status quo neoliberal no le perdona a este grupo quijotesco de militares tomar la colina de la dignidad y enarbolar las ideas de Bolívar. ¿Quién dijo que los muertos del Caracazo no hablan? Sus victimas, los desaparecidos, la muchedumbre expoliada se expresó el 4 de Febrero, lo hizo luego con elocuencia en las posteriores rebeliones militares, en el triunfo de la Revolución Bolivariana en múltiples procesos electorales; en fin, lo hace cada vez que el Presidente Chávez recuerda el “Por ahora” y lo proyecta hacia el futuro como si se tratase de una sublime imagen o frase sempiterna que se recompone, se redimensiona y reta el tiempo hasta prolongarse incontablemente.
marianoali73@gmail.com
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
Garrido, A.
(2002). Documentos de la Revolución Bolivariana. Caracas: Ediciones
del Autor.
Sader,
E. (Comp.) (2001). El ajuste estructural
en América Latina. Costos sociales y
alternativas. Buenos Aires: CLACSO.