La oposición le está maullando al Gato Briceño en la oreja desde hace rato. Y viceversa, no se crean. El vecindario lleva meses sin poder dormir con el escandaloso cortejo felino sobre el tejado político. En los pueblos y en el campo hay temporadas de celo en que gatos y gatas hacen auditivamente interminables las noches. El insomnio se apodera de las almas y sólo la salida del rey astro, como diría un poeta adeco, viene al rescate de los espíritus atormentados por el desgarrado apareamiento. Más o menos así es el romance entre el extasiado gobernador y sus seductores enemigos de anteayer.
Este nuevo arrejuntamiento político –no sé si contranatura- me recordó la película “Fellini Satirycon”, donde se hace una delicia de la promiscuidad militante. También me trajo reminiscencia de “El discreto encanto de la burguesía” –experta en masticarse gatitos oportunistas-, pero sin la exquisita elegancia surrealista de Buñuel. El maridaje Gato-Oposición, o Miau-MUD, es más pedestre y vulgar, como el de aquellos amantes de los autocines que inventaron la excitación automotriz.
El pasado martes la oposición llegó a la Asamblea Nacional lanzando maullidos. La víspera, el Gato Briceño estuvo en exclusiva en Globovisión, donde le dedicaron un “programa especial”, con reposición en horario estelar y promoción durante todo el santo día, como si se tratara de otra amenaza nudista de Diosa Canales, una gata que para hacer de las suyas no necesita estar en la oscuridad, oh Roberto Carlos, ni bajo la lluvia, oh eterna Rocío. Perdónenme los dos.
(Globovisión es como una Notaría Pública de Tránsfugas, donde se protocolizan los saltos de talanqueras. Mientras los tránsfugas, conversos y afines no vayan al canal de Zuloaga y Mezherane a firmar su brinco a brazos de la burguesía, la cosa no vale. Es…pero no es. Presentarse en Globovisión disipa toda duda, el tipo ya es nuestro, es algo así como el matrimonio por la iglesia del salto de talanquera. Es allí donde toda traición se legitima)
Volvamos a la Asamblea Nacional. La fracción escuálida –literalmente hablando- sorprendió a los camarógrafos con sus emisiones guturales de gata maluca, malamañosa, ¡ajo!, en trance y proponente. Los maullidos simultáneos –no digo en coro porque los gatos no hacen coro- impedían oír las intervenciones de los diputados “oficialistas”, como se les mienta. Por fin los rojos rojitos cayeron en cuenta del mensaje minino: “El Gato ya saltó la talanquera, por si no lo sabían. Es de los nuestros, ¿o no lo vieron en Globo?”.
No es difícil responder un discurso, un argumento, una perorata, pero resulta cuesta arriba refutar un desconcertante concierto de maullidos, tanto más más si el mismo es emitido por fornidos sujetos ya maduros, algunos de la tercera edad, y respetables damas insospechables de exteriorizar esos encendidos pases de luna que cimbran los tejados bajo la lluvia y los acariciantes maullidos de la incomparable Rocío Durcal. Pero maullaban, se lo juro, y está grabado para cuando se escriba una historia de la zoo-política de la post-modernidad.
Así manifestaba su júbilo la derecha con el salto del gobernador –con los votos rojos- de Monagas, quien de paso, por fin dejaba de fingir ser un gato pardo, para abrirse de una vez a esas señoronas burguesas de Buñuel que van al sauna con un minino en el regazo, algo sobre lo que debería pronunciarse la sociedad protectora de esas elásticas y flexibles criaturas. Perdonen el pleonasmo, pues cualquiera sabe que todo gato es flexible y elástico, sobre todo elástico.
La transmigración partidista es penada en muchos países por instrumentos jurídicos que reciben el nombre genérico de Ley de Tránsfugas. En nuestra imaginativa Venezuela, el fenómeno acaba de dar a luz una nueva especie zoo-política que historiadores y politólogos, en consulta con veterinarios, han acordado denominar “Transfugato”. Intrigado por sus atractivas características saltarinas, ya fue enviado al país un arriesgado equipo de Discovery Channel.
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