Todo esto a pesar de que, como escribiera el colombiano William Ospina para El Espectador el mismo día de la votación, "nadie
tuvo como Chávez una oposición tan persistente y tan orquestada de
grandes poderes políticos y mediáticos en todo el continente". Un par de días después, en The Guardian, el periodista y escritor británico Seumas Milne catalogaba a Chávez como "el líder de izquierda radical más exitoso electoralmente de la historia".
Se dice rápido, pero se
asimila lentamente. De a ratos pareciera indispensable una cierta
distancia para intentar medir la magnitud de lo logrado el 7-O: su
enorme repercusión política, histórica y global.
Nunca está de más la
advertencia, que prácticamente se ha convertido en una obligación: no
podemos permitirnos ceder a la tentación del triunfalismo. De hecho, y
contrario a lo que podría pensarse, el triunfalismo de nuestra
burocracia política, que ha terminado convirtiéndose en una de sus
marcas de fábrica, vendría siendo una de esas circunstancias que nos
impiden evaluar correctamente las implicaciones de un acontecimiento
como el del 7-O: en general su afán por la encuestología, y en
particular el dogma de fe según el cual era factible una aplastante
victoria del chavismo, de 9 millones de votos contra 5 de la oposición,
lo que por supuesto estuvo lejos de suceder. Infladas las expectativas
(¡el antichavismo venía de superar los 5 millones de votos en 2010!),
ensanchada la brecha de manera arbitraria y artificial, cualquiera
podría interpretar los resultados como una amarga victoria.
Otras circunstancias
podrían incidir igualmente: entre otras, todo el esfuerzo que,
naturalmente, hace el antichavismo para desvalorizar, relativizar y en
menor medida desconocer el triunfo del chavismo, con denuncias de
ventajismo oficial, reclamos de reconocimiento de "la otra mitad del
país", etc.; luego, la cercanía de las elecciones regionales, lo que
exigiría de nosotros abandonar cualquier pretensión de análisis, porque
la disciplina nos demandaría el cumplimiento de nuevas tareas, etc.
Sobre las reacciones de una
parte del antichavismo frente a los resultados del 7-O, y a propósito
del empeño que, a mi juicio, su base social tendría que poner en la
interpelación de su clase política, ya he escrito algunas líneas, y no tengo intenciones de ahondar en el tema.
Es momento de concentrarnos
en las circunstancias que nos atañen directamente. Para ordenar mejor
las ideas, tal vez lo más adecuado sea puntualizar:
1.
Nuestra burocracia política no consideró necesario ofrecer algún
balance mínimamente riguroso sobre expectativas y logros. Según el
discurso oficial, todo parece haber resultado según lo planeado. El
"clima de opinión" es más o menos el siguiente: sólo un aguafiestas pide
balances y cuentas el día después de la victoria. Pues bien: frente a
esto, considero que nuestra posición tendría que ser dejar de esperar
balances y cuentas del partido. Hagamos y discutamos nuestros propios
balances colectivamente y en todas partes. Hay que hacer todo lo posible
porque nuestras discusiones dejen de girar en torno a lo que hace o
deja de hacer el partido realmente existente, con toda la tristeza que
suponen estas discusiones interminables, agotadoras y que no conducen a
nada. No se trata siquiera de desechar la figura del partido, y de
ninguna manera estoy sugiriendo que debemos prescindir de la maquinaria
electoral. Lo que me parece uno de los signos del actual momento es que
la política está discurriendo por otra parte, a tal punto que el
chavismo ha logrado reelegir a Chávez de manera categórica, sin dejar
lugar a dudas, no gracias a, sino a pesar de una clase política chavista
que luce sobrepasada por las circunstancias, que no deja de producir
malestar, cuando no el rechazo abierto de la mayor parte de la base
social de apoyo a la revolución.
2. A eso me refiero cuando hablo de retomar la crítica de la "representación",
que no es necesariamente la crítica de la forma partido, sino de una
lógica política excluyente, anti-democrática, aparatera, que procede
"capturando" y pretendiendo amaestrar la rebeldía popular, para ponerla
al servicio de jefecillos o grupos que se disputan cuotas de poder.
Retomar esta crítica es volver sobre una de las ideas-fuerza centrales
de la revolución bolivariana, y pasa por revisar el funcionamiento de
los consejos comunales, por ejemplo. Sin crítica radical de la
"representación" no hay Estado Comunal que valga.
3. Si el chavismo ha
logrado imponerse, lo ha hecho a costa de esta lógica de la
"representación". ¿Cómo se organiza? ¿Cómo se desplaza en el territorio?
¿Cómo se engrana con la maquinaria? ¿Cómo lidia con los jefecillos y
los grupos? ¿Cómo produce sus formas de autoridad? ¿Cómo cede y cómo
arrebata? ¿Cómo es que actúa como militante del partido, cuando lo hace,
pero al mismo tiempo como algo más? Estas son algunas de las preguntas
que tendríamos que estar haciéndonos, en lugar de seguir perdiendo el
tiempo en denunciar la cuadratura del círculo.
4. Nunca fue tan inútil la
figura del "intelectual" que reclama su derecho a exigir la
"democratización" del partido, y que debe su capital político, su
"prestigio", al ejercicio de esta "crítica". Nuestra inteligencia
tendría que estar puesta al servicio de la política que discurre más
allá de los partidos.
5. Entre quienes han votado
por Chávez, 6 millones 353 mil 802 personas lo han hecho por la tarjeta
del PSUV. 1 millón 793 mil 895 personas por alguno de los 11 partidos
minoritarios. De los primeros 6 millones y tanto, ¿cuántos votaron por
el partido y cuántos por el partido de Chávez? Con respecto a los
segundos, y por ejemplo, ¿puede el Partido Comunista de Venezuela
presumir de sus 487 mil 387 votos, y concluir que tal caudal electoral
obedece a la vigencia histórica o la audacia de sus líneas políticas?
Más allá del "uso" que la clase política hace de los votos obtenidos por
las tarjetas que los identifican, están los sujetos, lo que ellos
desean, lo que Chávez significa para ellos.
6. El descontento originado
por algunas de las candidaturas para gobernaciones es otra expresión
del mismo agotamiento de la clase política chavista. Esto no implica
menospreciar el descontento, sino darle su justo lugar. Tenemos que
indagar en las causas de ese agotamiento. Para combatir esta lógica
política excluyente, anti-democrática, tenemos que ser capaces de
conocerla e identificarla. Es decir, crear las condiciones para no
reproducirla. Una lógica son prácticas concretas. Hay que develarlas.
7. Otra forma de enunciar
el mismo fenómeno de agotamiento de la clase política chavista: el
"oficialismo" se siente muy cómodo "representando" al pueblo chavista,
reduciéndolo a "beneficiario". Buena parte del pueblo chavista no es
capaz de reconocerse en el "oficialismo", cuyas prácticas le producen
algo parecido a la urticaria. No es ningún impasse. Es decir, no
se trata de un punto muerto o de un callejón sin salida. La situación no
está para interpretaciones fatalistas. Muy al contrario, este
desencuentro habla de la vitalidad del proceso bolivariano, y nos indica
a las claras que nos encontramos en una encrucijada. Depende de
nosotros, de cada uno de nosotros, el camino que habremos de seguir.
8. Parte del antichavismo
prefiere conformarse con la idea de que Chávez triunfa electoralmente
porque "compra" o "manipula" la voluntad del pueblo chavista mediante
las Misiones. Mucho se ha cuestionado esto desde el chavismo. Sin
embargo, eso es exactamente lo que piensa el "oficialismo". Una
compañera nos relataba que en algún momento durante el día de las
elecciones, en el lugar donde se encontraba destacada, corrió como la
pólvora el rumor de que los márgenes de votación se habían estrechado.
Acto seguido, los mismos "compatriotas" que minutos antes exaltaban la
participación popular, comenzaron a despotricar contra el pueblo
"malagradecido" que no había salido a votar "a pesar de todo lo que
hacemos por ellos", "a pesar de todo lo que este gobierno les ha dado".
Esto es lo que sucede cuando "gestionalizamos"
la política. Éste es quizá el principal peligro que entraña el énfasis
puesto en el tema de la "gestión", a saber: la reproducción de una
lógica según la cual el pueblo chavista es "beneficiario" y no sujeto
político.
9. ¿Quiénes conforman ese
universo de 8 millones 147 mil 697 personas que votaron por la
reelección de Chávez? ¿Cuántas de ellas tuvieron que padecer los años
más infames de la vieja partidocracia? ¿Cuántas han crecido en
revolución? ¿Cuántas de las 6 millones 536 mil 438 personas que votaron
por Capriles Radonski apoyaron alguna vez el proceso bolivariano? ¿Acaso
nuestros esquemas interpretativos nos alcanzan para respondernos éstas y
otras preguntas? ¿Serán los más adecuados? Sospecho que no. Sospecho
que el país fluye a raudales frente a nuestros ojos, mutando,
transformándose, reinventándose, y nosotros aquí, todavía pensando que
acabamos, simplemente, de ganar una elección, y decidiendo si el ánimo
nos alcanza para votar en diciembre.
10. De a ratos pareciera
indispensable una cierta distancia para intentar medir la magnitud de lo
logrado el 7-O. Pero para medir la fuerza con la que vibra el país
después del 7-O, no hace falta guardar distancia, sino reducirla a cero.
Zambullirse. Para lo cual podría ayudar aligerarse de ropas
previamente, que aquí quiere decir: aligerarse de prejuicios y de viejos
esquemas.
reinaldo.iturriza@gmail.com