Chávez se encamina invencible a la llanura

El alisio cordillerano se hizo viento barinés y se enfiló hacia la costa norte costera para encontrarse con la brisa caribeña, sólo para refrescar las tolvaneras y dar comienzo a la germinación de las inmensidades apureñas, del Guárico y las tierras marqueseñas. Eso fue lo que aprovechó Chávez para venirse a Caracas; su intención era convertirse en látigo, dicho por él mismo. Para lograrlo, tocó la puerta de la Academia Militar, al entrar se dio cuenta que estaba marcando su destino. Haría de la oportunidad un canal de movilidad hacia la pelota, pero diferente a la de goma, la misma que las ardientes tardes llaneras resecaba en las manos de la juventud humilde, romántica, de muchas carencias, pero de abundosa plenitud afectiva. Chávez supo entonces que la piel se tostaba; y Alí enseguida, sabiendo de su entrada a la mili, imaginando lo que sería y no vería, lanzó al aire una nota que bajó de la Sierra, atravesó los Andes y llegó a las alucinantes pampas, este era su contenido: Hugo, ¡que nunca endurezca tu corazón! El cadete se dio cuenta que tendría que alejarse de la “wilson” y olvidar la morocota, quedarse con el menudo. Comenzaba un trabajo de amansamiento; los que no eran civiles se mostraban ásperos, “serios”, de mucho “carácter”. El brigadier se reía y se entristecía por todo esto, sabía que eran enseñanzas provenientes del Canal. Un febrero, mejor dicho un 27, el mayor confirmó su hipótesis: los “políticos” destinan a clases y soldados, a oficiales, sub-oficiales a crear ríos púrpuras, pero con cabeceras y riberas en los cerros; a cuidar traseros de la claque parasitaria, holgazana, vulgar, ladrona, pero lo más grave: ignorante. Entonces el comandante tuvo una premonición. Esa corriente bermellón se volverá raudal y llegará al modo de huracán. La historia me ha elegido su guía y conductor. Los santos de la sabana me ayudarán. Estoy seguro que venceré; y venció.

Primera estación o el teniente llano adentro; aquí quiso convertirse en zorro justiciero, se puso al lado de los indios, de los peones llaneros; y se interpuso entre éstos y los oportunistas de siempre, contratistas, activistas políticos y los caudillitos regionales. Dos cosas muy importantes salvaron a Chávez en ese momento: su incansable afición por la lectura y los parrandos llaneros. Nunca abandonó el pasaje. La burocracia lo sacó de aquí y lo colocó en la estación batallón de cazadores. Tal vez su peor experiencia. Lo que presenció, abusos, torturas, interferencia de la policía política en lo militar, muerte de inocentes, aplicación de los esquemas contrainsurgentes canaleros, fijó en el teniente la idea de buscar solución, y comenzó su trabajo. Cuando llegó el momento eliminó los cazadores. Sus “superiores”, ¡¡vaya!! lo sancionaron y lo transfirieron a la Academia, o la estación de paredes azules. Aquí afinó el liderazgo carismático que poseía y pulió su condición pedagógica. El capitán se transformó en un midas lingüístico. Todo lo que su palabra tocaba, entraba en la causa de los samanes. Y vino la estación de los blindados, otra vez la llanura y más detalles curtiendo su temple. Llegó la estación de los paracaidistas y en ese momento pensó, lo que más tarde escuchó de Ernesto Sábato: “…salgamos a los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro, esperemos, como quien extiende sus brazos, que una nueva ola de la historia nos levante. Quizá ya lo está haciendo…Algo por lo que todavía vale la pena sufrir o morir: la comunión entre los hombres”. El comandante no podía esperar más. Dicho mejor, la destrucción de la patria reclamaba la salvación suya. Y vino el 4. Los convocados “políticos” para la insurrección fallaron. No podía ser de otra manera. Estos “izquierdistas” no tenían ideas, ni convicción, ni coraje, y mucho menos gente, no tenían nada. Fueron lo de siempre. Unos farsantes. Todos murieron, aunque todavía andan por ahí echando baba del tipo Varanus komodoensis. Nadie cree que estén vivos, ni siquiera su propia familia. Y por cierto, en una audiencia concedida por el Señor, nuestro Señor, al general Villa, el afamado fundador de la División del Norte, éste preguntaba. Señor ¿qué va a hacer usted con esos tipos traidores, malintencionados, canallas, serviles que están molestos porque Chávez está haciendo un gobierno inclusivo? Esta fue la respuesta de Jesús: General Villa, estoy pensando seriamente en impedir su resurrección. Continúa la entrevista y el Señor entonces dice: mire amigo Villa, quiero aprovechar este momento para hacerle un reclamo, ¿Cómo es eso que usted se la mantiene por ahí despotricando contra los curas? Mire Señor, con todo respeto-dice Villa- yo me refería a los curas que hacen tropelías, y esos llamados jerarcas, los mismos que querían que el Presidente Chávez firmara una renuncia, esos aliados con la derecha nazifascista. –Sigue Villa- por eso siempre dije: los malos sacerdotes son los peores hombres del mundo. ¡Que pena! Agregó Jesús. Pero los tengo en salsa.

Llegó la estación Por ahora y Yare, plataforma de lanzamiento para la fundación de la Patria Nueva. Si ayer Bolívar llevó una fuerza multinacional para liberar un continente, el Presidente Chávez usó su palabra mágica, eléctrica, certera, clara, para echar las bases políticas, económicas y sociales en la región y en parte del mundo. Y ahora la estación terrena. Chávez, en cumplimiento de los deseos del pueblo, ha decidido quedarse. Todo su pueblo lo acaba de convertir en ídolo. Y comenzará un peregrinar permanente hacia su presencia, de aquí, de otras naciones, de todo el mundo. No eran sus planes, pero el pueblo convertirá a Chávez en un santo. El Presidente lo supo siempre, el pueblo aprovechaba cualquier ocasión para demostrarle su profundo amor. Chávez convirtió la historia en un tsunami, del modo inundación del Nilo; por eso el Continente soñado por Bolívar, florecerá para siempre.

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