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Para cualquier análisis crítico sobre el Mausoleo para El Libertador éste debe ser considerado en forma inseparable al Panteón Nacional. Ellos juntos conforman, sin lugar a dudas, una nueva realidad construida. La nueva pieza del Mausoleo está destinada a alojar los restos del más importante héroe de la patria, Simón Bolívar; y al Panteón Nacional, como pre-existencia arquitectónica, le corresponde seguir dando alojamiento a los restos de las demás figuras históricas y personalidades nacionales. En ese sentido, para describir arquitectónicamente el conjunto funerario diremos que el Mausoleo se define como una prolongación del Panteón Nacional, donde este último, conservando las funciones rituales cívicas originales, asume la responsabilidad espacial de ser la antesala de la nueva edificación.
La construcción del Mausoleo, entendido como una operación de ensanchamiento de las cualidades y calidades arquitectónicas del Panteón Nacional, encuentra sus antecedentes en la historia de una pieza que fue adaptándose a cada una de las exigencias simbólicas demandadas sobre ella. La materia, desde su origen colonial, se fue transformando, formal y funcionalmente, a lo largo del tiempo. De ser la Iglesia de la Santísima Trinidad, completamente destruida por el terremoto de Caracas de 1812, ésta permaneció en ruinas una importante cantidad de años, hasta que sobre el mismo predio se construyó, lentamente, otra iglesia que, posteriormente, fue modificada para llegar a ser alojamiento de la función cívica que hoy conocemos. Es así como, desde las reformas “neogóticas” ejecutadas a la iglesia durante la gestión de Guzmán Blanco -cuando se asumió como Panteón Nacional-, hasta las anacrónicas modificaciones “neocoloniales” que dirigió Mujica Millán en el gobierno de Juan Vicente Gómez, la edificación ha venido revelando distintos espesores interpretativos, sobre la importancia relativa que ha tenido la figura de Bolívar en la Venezuela republicana.
El Mausoleo para El Libertador se suma, entonces, a los diversos significados que hoy están impresos sobre la materialidad del conjunto funerario, como si fueran todos ellos un documento, un texto, que nos da noticia sobre cómo ha sido la relación del país político, a lo largo de la historia, con la figura de Bolívar y sus ideas. En ese sentido, la historia de las transformaciones, de los agregados, de las sustracciones, de los énfasis estilísticos que ha sufrido el edificio que hoy conocemos como Panteón Nacional, forma parte de las evidencias que debemos atender para hacer el análisis y adecuada valoración de lo que ha sido la conexión (o desconexión) espiritual del establecimiento político con el pensamiento emancipador de Bolívar.
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En un país como el nuestro, en el marco de un escenario político polarizado, con arquitectos que opinan ocasionalmente, pero también con “teóricos” consagrados, que asumen la política sin pudor, el objetivo de desvirtuar la percepción de una operación urbana y arquitectónica como la del conjunto Panteón-Mausoleo, puede tener algún impacto en la opinión pública en el corto plazo; no obstante, con muy pocas posibilidades de éxito en un contexto de largo plazo y mucho menos, en la definición de la importancia histórica de semejante iniciativa. No es posible eludir, sin embargo, la discusión sobre cuáles son las razones profundas que motivan tal reacción, en ese grupo de arquitectos pertenecientes, la mayoría, a un sector del conservadurismo académico, que se opusieron y se opondrían con resuelta intensidad, no sólo a este proyecto de exaltación de la figura de Bolívar, sino también a cualquier otra acción de gobierno que vaya dirigida a consolidar el proceso político bolivariano a través de la arquitectura.
Las opiniones de este grupo de arquitectos, activistas en las redes sociales, o que entrevistan en los medios de comunicación social abiertamente opositores al gobierno bolivariano, han sido diversamente coloridas. Por lo general, se trata de puntos de vista que nos permiten afirmar que son prejuicios, o juicios previos al conocimiento de lo que significa verdaderamente una intervención adentro y afuera de los espacios de un monumento como el Panteón Nacional. La mayoría se rasga las vestiduras por lo que, seguramente, entienden como una protección integral, a capa y espada, del patrimonio edificado, y no se permiten aceptar que la construcción del Mausoleo pueda significar un grado más, o un paso más allá, en la lógica evolución que ha tenido el Panteón Nacional a lo largo de la historia arquitectónica del objeto y el espacio circundante, donde, finalmente, un gobierno legítimamente electo por la mayoría de los venezolanos, le está dando a los restos mortales de El Libertador la majestad y la importancia que el estamento político nunca le había dado hasta la presente fecha.
No tengo dudas en afirmar que el conjunto de descalificaciones gratuitas que ha recibido la operación Panteón-Mausoleo confirma que estamos hablando desde distintas plataformas de valoración disciplinar, y también desde distintas sensibilidades políticas. Cuando alguno de estos arquitectos dice que se está vaciando de significados al Panteón Nacional, uno, por el contrario, piensa que lo que está ocurriendo es un replanteamiento de su dimensión simbólica, que le otorga nuevas funciones y significados al edificio histórico en el conjunto. O, cuando algunos de estos mismos arquitectos habla de agresiones al Panteón Nacional, por haberlo convertido en un “zaguán”, yo pienso que lo que ocurre es una reformulación espacial que la unión Panteón-Mausoleo reclama; sin olvidar, por supuesto, que los zaguanes son parte estructural y entrañable de nuestra arquitectura, y su función está perfectamente comprendida en nuestra tradición arquitectónica.
En fin, hay mucha tela que cortar en relación al doble rasero que se enmascara en gran parte de la crítica arquitectónica, en momentos de controversia política. Habría que decir, por ejemplo, que la mayoría de las opiniones que se opusieron a la construcción del Mausoleo, han sido expresiones que nunca llegaron a aflorar -al menos, con semejante virulencia y profusión-, cuando el arquitecto Tomás Sanabria proyectó la renovación urbana del sector, a finales de los años 70, y que por acciones y omisiones del Plan en relación al Panteón Nacional, casi desaparece a la edificación histórica del conjunto de señales que construyen los significados y la significación urbana del área.
El Proyecto de Sanabria, o del “Foro Libertador”, que es como contradictoriamente se le llamó al espacio urbano resultante de la actuación gubernamental, tuvo entre otros objetivos el de eliminar la escasa masa residencial que, para el momento, todavía existía; y, en una especie de operación de esterilización de la vida urbana, el proyecto definió las condiciones de desarrollo de los edificios de la Biblioteca Nacional, el Archivo General de la Nación y el Tribunal Supremo de Justicia, disminuyendo la importancia relativa del Panteón en el contexto, y anulando la relación con el eje peatonal que todavía hoy establece la conexión con la Plaza Bolívar. Pero, como si todo esto no fuera suficiente, el Plan contempló también las construcciones de un viaducto sobre la esquina de Puente Trinidad y de un paredón circular como remate de la perspectiva del Bulevar, que cortaron abruptamente la relación visual y física con el edificio histórico y enfatizaron el desinterés que el Plan tuvo por el peatón y las perspectivas urbanas que era posible disfrutar de quien venía de la plaza Bolívar y se acercaba progresivamente al Panteón Nacional.
No habría que olvidar que en el Plan siempre quedó claro que para el arquitecto Sanabria lo importante era resaltar la relación entre los tres nuevos edificios, en un contexto donde las piezas históricas quedarían como telón de fondo. De esta manera, en el saldo de la operación urbana resultaron marcadamente subordinados y disminuidos el Panteón Nacional y el Cuartel San Carlos, donde la implementación de un estacionamiento superficial de vehículos entre ambos, un patio de bolas criollas y un taller mecánico improvisados, como consecuencia de la desidia institucional, que aparecieron en el lote norte, adyacente al Panteón, terminaron por acentuar la desconexión entre esos dos importantes edificios históricos y, la de ellos, con la ciudad.
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En un proceso de restitución arquitectónica, recualificación urbana y puesta en valor del lugar, el conjunto funerario monumental no solamente atendió a la restauración del Panteón Nacional y a la construcción del nuevo Mausoleo, como un espacio adecuado para la conservación, resguardo y veneración de los restos mortales de El Libertador, sino que también se planteó una actuación profunda sobre los espacios exteriores, definiendo un conjunto de espacios públicos abiertos que resolvieran los temas urbanos que quedaron inconclusos y pendientes de solución en el Plan de Sanabria. De esta manera, el conjunto monumental Panteón-Mausoleo plantea, sin dudas, una nueva ecuación arquitectónica, donde no hay un edificio que se subordina al otro; sino que, más bien, cada edificio se reconoce en el otro. El conjunto funerario no puede funcionar como dos piezas separadas; pues, cada una necesita de la otra para funcionar cabalmente. Éste es hoy un sitio de mayor relevancia; pero, es también un espacio de mayor seguridad para los restos de El Libertador, que son el patrimonio material más sagrado y valioso de la nación.
Para el viandante que viene desde la plaza Bolívar por el Bulevar, las tres torres de la fachada principal del Panteón, recortadas contra el plano cóncavo del Mausoleo, se destacan por contraste con el lenguaje abstracto de la nueva pieza. Para quien se aproxima al conjunto monumental desde el Cuartel San Carlos, éste puede confirmar que el Mausoleo reduce su altura en acentuada curvatura para tocar al Panteón en un brevísimo gesto de conexión con el eje central de la edificación histórica. Finalmente, la suave curvatura que está enunciada en la fachada norte del Mausoleo, que, como una inmensa vela henchida por el viento, entra en contrapunto con la curvatura de la fachada sur del nuevo edificio, no solamente nos indica que es el cierre del conjunto hacia la parte norte de la ciudad, sino que, en función semejante a la de la fachada opuesta, ésta también se define como telón de fondo de la hermosa pieza escultórica, de carácter figurativo, del arquitecto y artista plástico Doménico Silvestro, “La Rosa de Paita”.
Finalmente, la sencillez y la claridad de una inmensa plaza que relaciona al Cuartel San Carlos y al conjunto monumental Panteón-Mausoleo, se impusieron en un escenario urbano que presentó por muchos años abandono y confusión en el sector. Se construyó, adicionalmente, del lado este del Mausoleo, un edificio de estacionamiento de vehículos y un edificio para los Archivos de El Libertador, dejando una pequeña plaza para la apreciación del Mausoleo por el lado oeste y para asomarse como un balcón sobre el viaducto que hoy le da soporte a la avenida Oeste 13. De esta manera, cada una de las decisiones que acompañaron el acomodo y ajuste de la pieza del Mausoleo en el lugar, terminaron por darle respuesta al conjunto de espacios residuales, complejas topografías, fondos de parcela sin rostro urbano, que quedaban en el sector como resultado de la ejecución del Plan de Sanabria, para definir nuevas pautas de integración con el contexto inmediato, pero también con la zona norte de la parroquia Altagracia.
Las intenciones de diseño que se revelan en el Mausoleo, en su relación complementaria con el Panteón, son bastante nítidas. En términos espaciales, al interior del conjunto monumental, uno es continuidad del otro: la espacialidad decimonónica de la nave eclesial deviene, sin interrupciones, en compleja espacialidad contemporánea, dándole al visitante la sensación de que, si bien son dos espacios distintos, ellos configuran, en el acto de recorrerlo y transitarlo, un mismo episodio arquitectónico. Al conjunto se ingresa de la misma manera como se hacía al Panteón Nacional, por las escalinatas de la fachada sur del edificio histórico, en alineación con el eje del Bulevar que viene de la Plaza Bolívar. Luego de recorrer la nave central del Panteón bajo las alegorías de Tito Salas y acompañado por distintas esculturas conmemorativas de los próceres civiles y militares de la nación, se suben unos cuantos escalones que llegan al nivel en donde estuvo ubicado por muchos años el sarcófago de El Libertador. Inmediatamente después, para entrar al Mausoleo, se circula a través de un espacio de transición, de techo bajo, por donde entra la luz natural lateralmente, que nos permite disfrutar de unos patios de granados, de lado y lado de la conexión. Al llegar al Mausoleo, e identificar un espacio ritual que concentra la tensión alrededor del sarcófago de Bolívar, nos percatamos que éste sigue acompañado por el conjunto escultórico de mármol blanco, de Tenerani que, en renovada lectura dentro de la inmensidad del espacio del Mausoleo, nos permite apreciar la escala de un espacio que se ensancha y es cubierto por las hermosas superficies curvas del interior, que van creciendo en altura, perdiéndose de la vista, en un contacto que entra en resonancia con múltiples metáforas.
Por momentos, me gusta pensar que la operación en su conjunto ha interpretado adecuadamente el momento político que vive Venezuela, no solamente desde el punto de vista ideológico, sino también, y sobre todo, desde el punto de vista afectivo y emocional de un colectivo. Me gusta pensar que las dos curvas que conforman el interior del Mausoleo se parecen a dos manos. Dos manos amorosas, que son las manos de un pueblo que, en actitud protectora, quieren unirse con el alma del más importante héroe de la patria latinoamericana.
Carlos Pou Ruan
arquitecto, profesor asociado FAU / UCV