Petróleo por espejitos en época de transición al socialismo

Uno de los protagonistas de estos casi ochenta días transcurridos en el dos mil trece, ha sido el dólar, su pasado inmediato, su presente y su futuro a corto plazo. Tema trascendente, porque a toda la población venezolana se le remueve algo cuando le mientan los dólares. No tenerlos disponibles sin control alguno causa amargura a los muchos que quieren convertir sus anormales ingresos en bolívares en dólares baratos, pero con esa aflicción encima, terminan convirtiéndolos “a como estén”. A médicos, por nombrar una profesión de las tantas que explotan inmisericordemente dolarizando sus servicios, que pueden ganar entre 40 y 150 salarios mínimos al mes, que buena parte de las consultas no dejan rastro para imposición fiscal (en efectivo y sin recibo) no les importa el precio del dólar negro. Los hay que al final de la consulta reciben a los “corredores” que les llevan los dólares, “al precio del día”.

De los comerciantes, ni hablemos. Esa clase social parasitaria y desubicada, que se cree imprescindible y pregona que “trabaja”, que “produce”, pero que no hacen nada distinto a lo que puede hacer un buhonero, el comerciante de más baja jerarquía: comprar muy barato y vender lo más caro posible, sin agregar ningún valor a la mercancía, son verdaderos adictos a los dólares, hasta sufrir graves crisis de síndrome de abstinencia cuando escasean (ej. Diciembre-12, marzo-13).

Y pudiéramos completar la lista de los perseguidores de dólares, pero quiero voltear la moneda, y anotar a quienes causa amargura los dólares mal-gastados, los dólares-petróleo que se convierten en espejitos, en objetos absolutamente prescindibles, reemplazables, inservibles, estorbosos, contaminantes, alienantes. El 70% de lo que se vende en las miles de tiendas chinas, presentes en todos los rincones del país, podían no importarse y no pasar nada; lo mismo sucede con otro porcentaje similar de lo que se expende en las tiendas de los centros comerciales lujosos.

En las primeras, plástico convertido en objetos inimaginables, frecuentemente amorfos, objetos de pésima calidad, desechables, de adornos correspondientes a otros gustos y culturas, de basura elaborada con desechos de fábricas que utilizan el material con otros fines. En los centros comerciales, lujo verdadero y dudoso, marcas legítimas y piratería a granel, sobrantes de temporada comprada por contenedores y vendida como moda… con precios de cinco a diez veces superiores al menudeo en los países de origen. Todo, todo esto, comprado con dólares petroleros.

Los dólares mal-gastados en alimentos también abarcan extremos: frutas de tercera, destinadas generalmente a papilla, importadas como de óptima calidad a precios equivalentes. Por ejemplo, manzanas, peras y ciruelas con esas características desde Bs 90 k, es decir, desde US$ 14 k. Pregunten cuanto paga un consumidor chileno por esas frutas, y vemos la explotación a que estamos sometidos los consumidores venezolanos. En el otro extremo, los alimentos de lujo, que pasaron de las escasas tiendas de exquisiteces hace unos años a las innumerables actuales y hasta a las bodegas de barrio. Puedo comprar quesos, aceites, vinagres, patés… italianos, españoles, franceses… en unos cincuenta establecimientos comerciales de Mérida; desde luego, la H2O de los Alpes, un poco menos sabrosa pero con más pedigrí que la vulgar que baja desde las cumbres de Los Andes… ¡Coño! Agua francesa, que si la criolla ya constituye el abuso embotellado de las trasnacionales y vivos criollos, esa es legítima vergüenza líquida. Pero donde la puerca tuerce el rabo es en la oferta de caramelos y golosinas en general, más del 70% proviene de Colombia, Chile, los yunaites, España… Nuestros niños comen “chocolate” chileno sin cacao, galletas rellenas gringas, verdaderas bombas contra la salud infantil, caramelos colombina de dudosa calidad; asombra la variedad de chicles, de caramelos “explosivos”, de golosinas truculentas.

Hay situaciones paradójicas, como la de la importación sin restricciones a lo largo del año de fuegos artificiales “peligrosos”, para en diciembre prohibir su venta. O la disposición en agrotiendas de productos químicos importados, de aplicación estrictamente prohibida. La presencia de, por ejemplo, juguetes declarados peligrosos y hasta letales en decenas de países, presentes en las estanterías de cualquier juguetería venezolana. Incluyamos aquí a a los juguetes de las traicioneras e infelices “cajitas felices” de MacDonald, prohibidas hasta en países latinoamericanos. Otras situaciones son vergonzosas, pues se trata de recaer en importaciones que ya habían estado reguladas en la Cuarta: lujo en general, incluyendo vehículos extravagante, avionetas, yates…

Lo citado, sólo ejemplos, porque la lista de la conversión de dólares en basura o en consumo de privilegiados sería larga, muy larga. La pregunta que surge impetuosa es: ¿Quién lo permite? ¿Qué convenios internacionales obligan al País a cambiar basura por dólares necesarios para la elevación del nivel de vida de los venezolanos? ¿No se puede establecer normas venezolanas que regulen la importación de mercancías? Si los dólares los obtiene y redistribuye el Estado, ¿no se puede exigir a los importadores razón del uso que les van a dar? ¿No se puede gravar las importaciones de lujo con aranceles de, por lo menos, el 100% de su precio de importación? ¿No sería la adopción de políticas coherentes de importación una manifestación de eso que llamamos Soberanía?

La avalancha de importaciones inútiles contrasta con la ausencia de productos imprescindibles, como determinados tipos de medicamentos. Escasean las de mayor demanda y necesidad, por tratarse de condiciones o enfermedades muy extendidas. Y cierto que estamos en las manos de las trasnacionales que concentraron la producción (de las pocas industrias que no han migrado a “paraísos” laborales) y perfeccionaron el sistema de patentes hasta límites insospechados. Pero hay fisuras en el mercadeo mundial de medicamentos, que pueden hacer válido también lo de “dólar mata saboteo”, consigna aplicable perfectamente a la escasez de alimentos y bienes indispensables provocada por la burguesía apátrida. ¿Con cuáles dólares? Pues con los que se ahorren con la política soberana de no permitir la importación de bienes inútiles o perjudiciales.

Releyendo lo escrito, siento haber desperdiciado un poco el tema, tan del día, tan de la historia, tan del futuro. Es una desgracia como país estar a merced de la moneda más adulterada del mundo, símbolo de la decadencia de un imperio que optó por aplazar su caída mediante la destrucción radical de países negados a deponer sus fronteras al avance agónico de las trasnacionales que manejan la política del mundo “desarrollado”, actitud criminal que se acerca peligrosamente al nuestro. ¡Estemos preparados! (210313/00:03)

osorioc@gmail.com


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Fermín E. Osorio C.

Historifabulador socialista y antiimperialista.

 osorioc@gmail.com      @FrontinOso

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