Después del terrorpánico experimentado anoche, imaginándome la llegada al gobierno del revanchismo más feroz que existir pudiera, encabezado por el más mediocre, falso y ridículo político que haya parido la historia de Venezuela, y sin aún leer nada que tenga que ver con resultados electorales, me dedicaré a ordenar y exponer una idea sobre el sismo político que acabamos de vivir.
Por los resultados de la elección del 14 de abril, los revolucionarios, tampoco la oposición, pueden poner en duda el método de las encuestas para predecir comportamientos electorales. En este caso fueron exactas. Es más, si se repitiesen ahora, con la pregunta ¿por quién votó?, la diferencia entre Maduro y Capriles sería, décimas más, décimas menos, la misma del domingo 7, último día permitido para hacerlas públicas. . . porque el trasvase de 600.000 votos (cifra redondeada) del chavismo para Capriles jamás será reconocido. Antes del 7 de abril, al ¿por quién va a votar? La respuesta era por Maduro; hoy 15, ¿por quién votó?, por Maduro.
Militantes y hasta dirigentes medios fueron sensibles a la propaganda agresiva sobre la situación económica del país, además, por supuesto, de sufrirla, y no creer que es coyuntural, provocada por la guerra integral (de todas las “generaciones”) declarada contra el modelo político más audaz y promisorio del planeta, alternativa real de las políticas impuestas por las corporaciones que señorean los gobiernos imperialistas. No todos pueden interpretar las causas de la crisis y las vías de su superación, y quedan expuestos a la propaganda económica y la sarta de falsedades, medias verdades, calumnias y simplezas, transferidas mediáticamente. Perecen en la batalla, como sucedió.
Pero de allí a expresar públicamente (ante una encuestadora) la debilidad de mi conciencia y de mi posición de clase, la superficialidad de mi formación política, de mi incapacidad para entender mi ubicación en la estremecedora historia que estoy viviendo, de interpretar la obra y conocer las posibilidades del gobierno que desde hace 14 años rescata un país de la opresión y la miseria, y de mi corresponsabilidad como agente activo del proceso, hay un largo trecho: ¿Por quién votará? Por Maduro; ¿por quién votó? Por Maduro, y las encuestas no hacen sino registrar eso.
¿Responsabilidad de alguien? Catorce años es un cortísimo plazo para asentar cambios en la conciencia, y este proceso ha tenido la característica de ser más emotivo que doctrinario. Ambas cualidades son necesarias, en la medida en que cuando la primera existe, es fácil abrirle paso a la otra, pero eso no es mecánico, sino estimulado, y la estructura que en primera instancia debe inducirlo, el partido, ha fallado en el propósito.
Me voy a atrever, con toda responsabilidad, a lanzar una reflexión compartida con quienes fuimos protagonistas de un intento fallido, y que debimos morir callados. Quisiera que la reacción fuese proporcional a la arrechera que puede provocar leerla, para desear que, con mi temeridad y esa reacción, se iniciase una discusión ineludible. Advierto que, aquí y ahora, sólo lo enunciaré, pero estoy dispuesto a hilarlo todo lo fino que se quiera, a debatirlo en el foro que se propicie y a nuclear a todos quienes protagonizamos el encargo, bajo la dirección de Ricardo Menéndez y Jorge Arreaza.
La reflexión es esta: el intento más sabio sobre la formación doctrinaria de un partido y un pueblo, fue la ordenada por Chávez cuando creó el Sistema de Formación Política Simón Rodríguez, estrangulado tempranamente por las estructuras del PSUV. Nunca lo entendieron, lo consideraron paralelo y menos importante que su proyecto de adoctrinamiento, y lo ahogaron al nacer. Esa discusión debe llevar a revivir esa genialidad de Chávez, para contribuir a evitar futuros sobresaltos. (150413/11:55)
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