Capriles: llama a la violencia en nombre de la paz

Las pantallas de la televisión nos lo ofrecieron en su salsa: iracundo, fuera de sí, sudado, con ojos desorbitados. Con un discurso violento y nada reprimido, el candidato perdedor en los comicios de este domingo, Henrique Capriles Radonski, hizo un llamado “a expresar la rabia”, tras la derrota en las elecciones.

“Descarguen toda esa arrechera, esa frustración, en nombre de “la paz”, pidió Capriles a sus seguidores. Lo dijo varias veces. Imagínense esa recomendación. ¿Orden, tal vez? : en nombre de la paz, sean violentos. Y después, como si no hubiese hecho absolutamente nada, dice que él responsabiliza al gobierno por los hechos de violencia que se generen. O sea, mando a mis muchachos a pelear contra todo lo que se mueva y culpo de ello al que se movió. Y todo eso porque está frustrado.

Acudo a la ciencia. Porque estas cosas hay que verlas bajo el prisma de la ciencia. “Del latín frustratĭo, la frustración es la acción y efecto de frustrar (dejar sin efecto o malograr un intento). Se trata de un sentimiento desagradable que se produce cuando las expectativas de una persona no se ven satisfechas al no poder conseguir lo pretendido”.

En esta misma definición se encierra la explicación acerca de esa explosiva declaración de Capriles, sin entrar a considerar más nada. Añadir tal vez, que el impacto de la frustración sobre el sujeto varía de acuerdo a la personalidad y a diversas variables que son difíciles de controlar.

Según los estudiosos de la frustración, una de las tres formas claramente delimitadas de hacer frente a una situación de este tipo es la agresiva, que es la que lleva a que la persona que la está viviendo a sacar a flote su ira y descargue golpes ante el objetivo que causa la frustración. Es una de las tres formas, pero es también la menos recomendada, por cierto.

Para los psicólogos la frustración es un síndrome que presenta síntomas diversos. Su impacto sobre el sujeto varía de acuerdo a la personalidad y a distintas variables que son difíciles de controlar y puede desencadenar problemas psicológicos, cuando se vuelve patológica y se requiere de asistencia profesional. Eso es lo que dicen los psicólogos y psiquiatras. Porque, según ellos, la frustración puede derivar en una desintegración emocional, que se vive en diferentes niveles y con múltiples causas y consecuencias.

Es obvio que Capriles encuadra perfectamente en esta definición. Se encuentra sufriendo un estado de frustración. Pero sorprendentemente, aspira a que los demás descarguen su ira por él. A él le basta con salir por TV todo sudado, vociferando y asumiendo un lenguaje visceral, para que otros hagan el trabajo. El problema es ése: que en vez de autoflagelarse o caerse a golpes frente a un espejo (dado que él y sólo él es el causante de tamaña frustración) apelar a la huida o a la sustitución (que son las otras formas recomendadas para afrontarla) en un ejercicio de crasa irresponsabilidad convoca a la gente a “descargar su arrechera, su frustración” exponiendo a todo el país, -incluso, por supuesto, a esa gente a la cual invita a salir a la calle a hacer lo que se les antoje y contra quien se les antoje para descargar la ira- a una espiral de violencia que vaya usted a saber en qué puede terminar.

No sé, pero algo me dice –será mi instinto, mis años, mi formación socialista, mi sentido de responsabilidad, ¡qué se yo!- que un dirigente, un buen dirigente, no se puede permitir esas “ligerezas”. Que un buen conductor asume la responsabilidad de sus actos y de sus reacciones. Tiende a serenar a la masa, que suele ser imprevisible. En momentos críticos les trasmite calma y tranquilidad para la apropiada toma de decisiones. Se obliga a solicitarles cordura, sosiego, sindéresis y a no dejarse llevar por sentimientos agresivos porque la paz y la seguridad del pueblo es lo primordial. Porque la misión del líder es construir, no destruir. Porque en casos como ésos, los muertos siempre los pone el pueblo. Y eso no debe ni puede permitirse nunca. A menos que sean ésas las instrucciones recibidas.

Pero claro, eso no sabe hacerlo todo el mundo. Ni alguien que reciba instrucciones. Eso sólo lo hace un buen dirigente. Un verdadero conductor. Un Líder.


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Yolanda Rojas Urbina


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