Venezuela pasa por estos momentos por unos de los procesos de transformación socio-política más importantes de nuestro continente. Proceso lleno de retos y contradicciones que tiene que ver con la misma evolución política de la revolución bolivariana y al mismo tiempo con las características de la sociedad que se ha ido formando en las últimas décadas, básicamente desde mediados del siglo XX.
Como bien se dice las revoluciones las hacen los pueblos, por lo cual es totalmente justo decir que cada pueblo hace “su revolución”, la que es posible y necesaria, pero a su vez cada revolución está cruzada por las propias contradicciones, límites y vacíos que se destacan dentro de ese pueblo, de sus formas de organización, de sus dirigentes y de la manera en que todos ellos confrontan los acertijos de su tiempo. La revolución bolivariana en ese sentido sólo puede ser vista en sus justos términos si confrontamos esos dos problemas: el pueblo que somos o que nos han llevado a ser y los mecanismos, políticas, caminos, que se han venido trazando para modificar radicalmente las condiciones de vida del pueblo que somos.
Uno de los primeros puntos que tenemos que destacar a la hora de juzgar este proceso es que es imposible confundir la revolución venezolana con el estado venezolano, con el poder instituido. La revolución es todavía una opción que ha abierto su propio camino a partir del momento en que Hugo Chávez logra unificar sobre un programa democrático y progresista (“bolivariano”) a los movimiento populares y revolucionarios de mayor beligerancia durante los años noventa, y al mismo tiempo desde mucho más abajo, desde ese pueblo disuelto y marginado que merodea por las calles, empieza a tomar fuerza su propia imagen simbólica como gran vengador de la historia. Esas multitudes, montoneras fuera de todo lugar dentro del sistema, empiezan desde entonces a “fabricar” el liderazgo de Chávez entre conversaciones y modos muy particulares de asumir la política. Chávez se convierte en el vehículo de una venganza histórica incumplida o traicionada por los liderazgos históricos ligados al populismo democrático e incluso de un gran parte de la izquierda ya incorporada a los mecanismos de reproducción del sistema de opresión y desigualdades. No es entonces un partido clásico de izquierda, una clase obrera organizada, ni un movimiento guerrillero, étnico o campesino, o de la sociedad civil organizada quien lleva a Chávez al poder, es la conjunción de múltiples espacios de resistencia social combinados y hasta cierto punto disueltos dentro de esta enorme conglomerado periférico (superior al 50% de la fuerza de trabajo) la que organiza las posibilidades y le da curso a la revolución bolivariana, poniendo en boca de Chávez los anhelos mas inmediatos de justicia y cambio social, todo el caudal libertario e igualitario que inspira desde sus inicios a la revolución bolivariana.
Comienza desde entonces un complejo proceso donde lo más importante es el crecimiento cualitativo de esa masa insurrecta pero desintegrada, de experiencias de formación, organización y lucha, primero contra el enemigo inmediato oligárquico e imperialista que intenta desde temprano cerrarle el camino por vía violenta a esta rebelión de los más miserables, y luego contra ese mismo estado, el orden institucional y político heredado que en su propia crisis ha intentado sobrevivir utilizando la misma figura de Chávez, los liderazgos más cercanos a él, los partidos que surgen con su figura y las políticas democratizantes y justicieras aplicadas, como mecanismos para su propia sobrevivencia histórica y con él la de la misma burguesía soporte del capitalismo nacional.
El avance revolucionario se centra por tanto dentro del plano subjetivo, es “el pueblo” en parte como beneficiario de algunas de las políticas gubernamentales que han podido llegar hasta abajo (reparto de tierras rurales y urbanas, políticas de salud, seguridad social, alfabetización, créditos a cooperativas, participación democrática, etc), pero sobretodo como protagonista invisible (o medianamente visible gracias a la apertura de medios públicos y alternativos) de las grandes luchas, movilizaciones, debates, construcciones organizativas, iniciativas culturales, experiencias solidarias y alternativas de producción, quien le da cuerpo y sentido al proceso revolucionario en curso. Tanto es así que la gente que viene a Venezuela a presenciar lo que en este país se vive, su primera impresión tiende a ser decepcionante ya que se encuentra con el mismo capitalismo decadente y depredador que reina entre nuestros países en pleno funcionamiento y dominio, pero al adentrarse dentro de los propios lenguajes de la confrontación política y ver como ello se expresa al interno de las dinámicas populares, su impresión por lo general cambia radicalmente, se abre una sensación de esperanza indudable que tiene mucho que ver con la buena energía que despiden esa cantidad de experiencias de base que en la ciudad y el campo toman su camino ya sea en resistencia al poder o favorecidas por él si se tiene suerte en los enlaces burocráticos y estos se identifican con las luchas en curso.
Pero este avance sujetivo no tiene otra manera de sobrevivir en el tiempo que remontándose -o ya a estas alturas confrontando- sobre un contexto objetivo y estructural, que a pesar de algunos cambios ya sea en el plano político o económico, en esencia ha permanecido congelado en la historia, hasta terminar de convertirse en el primer enemigo del sujeto social que crece con la revolución. Hablando en fórmulas más clásicas, ya las instituciones burguesas, las relaciones de producción constituidas, comienzan a chocar abiertamente con el crecimiento cualitativo de las fuerzas productivas. Estamos por tanto a las puertas de que se destape una nueva etapa dentro del proceso transformación, signado por la radicalización revolucionaria, o por el contrario, de lo que podría convertirse en una triste implosión del proceso por ausencia de instrumentos materiales y políticos reales, que le permitan a ese “nuevo pueblo” en nacimiento dar respuesta a las nuevas demandas surgidas en el tiempo. Estamos hablando básicamente de demandas de poder a nivel del control social sobre las instituciones y demandas de propiedad (fábricas, tierras, recursos financieros en manos públicas) y derechos colectivos, que en síntesis profundicen de una manera real el proceso democrático abierto y las necesidades de socialización, reconocimiento y redistribución de la riqueza.
Lo que juega a favor de un desenlace positivo de esta situación se concentra en estos momentos en la paulatina transformación del “pueblo bolivariano” en una multitud diferenciada y organizada autónomamente, que comienza a construir sus propias direcciones y representaciones colectivas. En el movimiento minero, fracciones del movimiento indígena y campesino, bloques importantes del movimiento obrero a nivel sindical y sobretodo en función concreta de control obrero dentro de las empresas recuperadas, franjas cada vez mayores dentro de los movimientos urbanos de base, vientos de resurección del movimiento estudiantil, empiezan a producirse niveles de síntesis orgánica y coordinación sin los cuales sería imposible mantener y seguir profundizando el proceso revolucionario, desarrollando niveles de confrontación local y regional que ya nos habla de la posibilidad de “ir tomando” a través de fórmulas colectivas, democráticas y constituyentes, espacios específicos de poder local. Empiezan igualmente a formarse movimientos de integración revolucionaria que juntan corrientes de lucha fundidas en la lucha de base con una posibilidad inmensa de crecer y hacer crecer con ellos una nueva cultura política (el “Proyecto Nuestra América-Movimiento 13 de Abril” dentro del cual milito es uno de ellos, otro de ellos es el PRS) que permita la fragua de una vanguardia colectiva con claro sentido clasista, socialista y libertario. Entendamos además que estos brotes de síntesis orgánica autónoma y con gran legitimidad dentro de las dinámicas populares, en un país como Venezuela aún siendo pequeñas a nivel social y político, juegan un papel inmenso como liderazgos potenciales frente a las miles y miles de fórmulas organizativas de base que aunque hacen parte de los movimientos “administrados” por la competencia burocrática, como los hemos llamado, sin embargo el descontento y la necesidad de la radicalización ya les picó las pieles y bien hondo.
Este último punto al cual nos referimos toma una importancia inmensa por añadidura cuando reconocemos la grave crisis de representatividad que vive el proceso. Los partidos oficiales, preferentemente el MVR, se llevan consigo el noventa por ciento de la votación “chavista”, esto gracias al respaldo personal que el presidente le da y la inexistencia de una opción electoral de izquierda con cierta matriz histórica, algo como lo pudo ser el PT dentro del Brasil años atrás. Sin embargo su propia fragmentación y vacío político interno lo alejan de toda posibilidad de ser vocero de este crecimiento cualitativo de las fuerzas populares. Por el contrario, partidos como el MVR, dentro de la cotidianidad de las luchas, en los planos más concretos de organización y avance, es el perfecto retrato de doble fondo de la contrarrevolución burocrática en estos momentos en curso y con un inmenso poder dentro de los laberintos institucionales. Son el único camino en definitiva para que la relación gobierno-pueblo en estos momentos tienda hacia la horizontalización, convirtiendo la revolución, sus estrategias, sus programas, sus políticas, en un hecho donde el protagonismo del poder popular juegue una función cada vez más relevante.
La verdad es que si hacemos una radiografía bien fundada y objetiva de lo que son hoy los métodos y principios con los cuales el gobierno asume la conducción revolucionaria, son muy pocas las áreas que quedarían eximidas de una crítica bestial. Esto ya sería un tema aparte, pero en resumen, lo que es hoy el discurso antiimperialista y socialista de Chávez y en paralelo el avance del entreguismo petrolero al capital transnacional, la reproducción del conservadurismo político en el seno del gobierno, la ratificación del desarrollismo capitalista más criminal, el avance notorio de todo tipo de mecanismos de flexibilización laboral, el fortalecimiento burocrático, ponen en cuestión entre otras el sentido mismo de la revolución en curso, al menos la que lideriza Hugo Chávez. Es fundamental por tanto que la conducción central y las conducciones múltiples, se amplíen y colectivicen dentro de un cambio radical de la correlación de fuerzas al interno del proceso, dentro y fuera del gobierno. Pero esto ya es responsabilidad de fuerzas alternativas que logren en esta etapa construir con su lucha y construcción ese nuevo plano de dirección, poniendo fin con su presión, con su rebelión, a esta esquizofrenia innecesaria dentro de las políticas que hegemonizan el proceso.
Esto lo decimos desde el optimismo de la voluntad pero reiterando el necesario pesimismo de la conciencia, siguiendo la conseja de Gramsci. En definitiva, recordando el problema de los límites estructurales en que vivimos, estamos inmersos dentro de una sociedad capitalista sin economía productiva propia que no sea la petrolera, sus áreas periféricas y parasitarias, viviendo además dentro de los códigos y obligaciones legales de un estado que día a día legitima ese dominio del capital. Esto nos obliga a recordar la lección original de los padres del socialismo revolucionario: el estado capitalista no se toma, se destroza y es sobre sus cimientos que se abrirán con certeza las esperanzas de construir una sociedad distinta. El dilema al cual nos enfrentamos todos los movimientos populares concientes de esta pauta ya innegable por la experiencia histórica, es el cómo empezar a recorrer este obligado camino para nosotros y los pueblos de Nuestra América.