Hugo Chávez: el parresiasta latinoamericano del siglo XXI

Que todo el mundo pueda hablar no significa que todo el mundo pueda decir la verdad Michel Foucault, en "El gobierno de sí y de los otros".

Al final de su vida, el filósofo francés Michel Foucault se dedicó al estudio de los griegos de la Antigüedad. Luego de pasearse en la década de los 70 por el problema del poder y de los sujetos excluidos socialmente por su relación con la locura, la cárcel, la sexualidad y la política, Foucault se empieza a interesar, y ello se asoma en el tomo III de su tratado Historia de la sexualidad, por el sujeto como portador, administrador y propulsor de la verdad. De esta manera, el filósofo comienza a interesarse por la construcción del sujeto en la antigua Grecia como operador de verdad a partir de la máxima délfica: conócete a ti mismo y del axioma socrático del cuidado de sí por el bien de sí mismo y de la ciudad.En obras posteriores al tomo III de Historia de la sexualidad como Hermenéutica del sujeto, Tecnologías del Yo, El gobierno de los vivientes,[1]Discurso y verdad en la antigua Grecia, El gobierno de sí y de los otros, El coraje de la verdad y Coraje y verdad, todos, notas de conferencias dictadas por él en el Colegio de Francia y en Estados Unidos entre 1982 y 1984, Foucault se centra en el estudio del individuo como cultor y promulgador de la verdad de su discurso, asunto que, como todo aquello que involucre al principio de veridicción, resulta esquivo. De los griegos de la Antigüedad rescata la figura de Sócrates como ese filósofo idealista, quien, a través del conocimiento profundo  de sí mismo y del cuidado de su interioridad como reflejo del mundo de las ideas, se perfila en una sociedad de iguales en la que era necesario cultivar ciertas virtudes que confluyeran en la búsqueda de la verdad como garante del cuidado de eseseno que debía permanecer íntegro e incólume ante las falsedades del mundo exterior y corruptible. También se adentra Foucault en el estudio de los estoicos, cínicos, epicúreos y en los postulados del cristianismo primitivo, todas estas, corrientes del pensamiento antiguo occidental en las que el tallado del astillero que esculpe la verdad se vuelve obra y fin en sí mismo para trascender en un mundo en el que la falsedad del hombre que no es coherente entre lo que hace y lo que dicese vuelve costumbre.

Hago esta introducción porque de esas indagaciones filosóficas que realiza el último Foucault, éste redescubre el antiguo concepto de la parresía, común en la comedia aristofanesca para hablar sobre las fallas de los políticos de la Atenas del s. V a. C.,  o de los filósofos más emblemáticos como Sócrates, Platón y Aristóteles, y que en su sentido filosófico significaba: 1) decir la verdad; 2) decirla francamente y 3) decirla toda. Así pues, un sujeto se convertía en un parresiasta si hacía buen uso de la parresía al decir siempre la verdad de manera clara y franca y sin guardarse nada en su corazón. Ahora bien, para ser un buen parresiasta o parresiastés, había que estar consciente de que el decir la verdad siempre implicaba un riesgo, pues el otro a quien se le dice una verdad no siempre está preparado para escucharla, especialmente si es un poderoso que puede atacar al parresiasta por incomodarlo con su confesión. De tal manera que quien hacía uso de la parresía debía tener el suficiente coraje para decir todo lo que era necesario que se supiera, aunque en el tránsito de esa develación, podía, el parresiasta,  ser amenazado de muerte por sus palabras. La valentía en el decir era, entonces, una condición sine qua non para poder erigirse como un sujeto de verdad, tomando como principio de acción la parresía.

Si hoy en día tuviésemos que identificar a un hombre moderno en nuestra América que haya hecho uso deliberada y conscientemente de la parresía, ese sería sin lugar a dudas, Hugo Chávez, hombre que no sólo se erigió como sujeto de su verdad ante el imperialismo norteamericano y la vieja Europa, sino que nos enseñó el valor de decir la verdad, decirla toda y decirla francamente (las tres condiciones del parresiasta). Un presidente que se atrevió a decir lo que otros gobernantes nunca dijeron, un hombre que lideró la desarticulación del ALCA en Mar del Plata con la valentía del guerrero que se enfrenta al Dios del Capital. ¿Quién olvida a nuestro Chávez cuando se atrevió a decir en la Conferencia de la Naciones Unidas: Huele a azufre, refiriéndose a su homólogo George Bush quien el día anterior había hecho su intervención ante ese organismo internacional, justificándose como el protector de la paz mundial que se ingeniaba guerras para garantizar lo primero? Chávez le enseñó a su pueblo y a la Patria Grande de Bolívar la importancia de develar aquello de lo que nadie quería hablar; incluso en nuestro propio país él no dudó en hacernos ver la verdad de la lucha de clases, tema tabuado por los más poderosos, por los Amos del Valle, por los dueños de un país petrolero que se había conformado bajo los cuerpos ensangrentados de las montoneras de Boves y Zamora que habían ofrecido sus vidas por nuestra independencia. ¿Quién sino Chávez nos enseñó el valor del discursocertero, de la palabra necesaria aunque hiriera susceptibilidades de siglos de lucha silenciosa del sin nombre, del sin cédula de identidad, del voto seguro a cambio de una lámina de zinc, del que puso su cuerpo como carne de cañón aquel 27 de febrero de 1989 en esa Caracas que se tiñó de la sangre de más de tres mil vidas? Si tuviésemos que identificar a un verdadero parresiasta de nuestros tiempos y en nuestra América, tendríamos que evocar un nombre: Chávez, un hombre que era todos los hombres de Venezuela al evocar al zambo, al mestizo, al criollo y al negro en una sola corporeidad. Había llegado el emisor de las sombras ocultadas por la historia de los vencedores en nuestro país. Con él, las demandas de los que menos tuvieron alguna vez se hacían palabra y acción, coherencia discursiva:parresía. Tal vez por ese atrevimiento, por ese arrojo irreverente y peligroso, nuestro Chávez fue tan odiado por quienes lo adversaron, no sólo porque sus ideas eran libertarias para un importante sector de nuestro país, sino porque develaba esa venezolanidad endoracista que la pequeña burguesía, afecta al blanqueamiento europeísta, había desterrado de su vientre, mucho antes de nacer en esta tierra de gracia.

Hablar del legado de Chávez es referirse, no solo a conquistas en el plano de lo social en Venezuela y en América Latina, sino hacer alusión a importantesdividendos en el plano del discurso veraz que debe emularse con la acción coherente e incorruptible para ganarse el ascendiente de sus pares y volverse pueblo con ellos y a través de ellos.A propósito de esto que afirmo, quisiera referirme a un discurso que el historiador griego antiguo Tucídides compusiera en los libros I y II de su obra La Guerra del Peloponeso acerca del llamado que hiciera Pericles al pueblo ateniense para que su pueblo se convenciera de ir a la guerra contra Esparta. En ese discurso, Pericles como estadista y gobernante de Atenas, se erige como un parresiastés al invocar, en el marco de la democracia, a un pueblo sobre el cual él tenía un importante ascendiente, debido a su intachable moralidad,  y por tal razón, podía hablarle francamente a su pueblo, sin guardarse nada en su corazón. Cito esta coyuntura de la historia de Grecia porque las palabras de Pericles resuenan en la voz de Hugo Chávez cuando nos hablaba en tiempos difíciles, incluso ante la guerra inminente contra nosotros por parte del imperio que quisiera, una vez más, entrometer su ojo de águila en nuestra república. Michel Foucault en su texto: El gobierno de sí y de los otros, hace alusión a este importante discurso de Pericles para la historia de Grecia al poner en su boca lo siguiente:

si quieren que seamos solidarios en la victoria, es preciso que lo seamos también si nos topamos con un revés y que, por consiguiente, no me castiguen individualmente por una decisión que habremos de tomar juntos, luego de que yo los haya persuadido, gracias a mi discurso de verdad. Vemos surgir entonces, el problema del riesgo, el problema del coraje, el problema de lo que va a pasar entre quien ha logrado imponer su decisión y el pueblo que lo ha seguido. Ese juego del riesgo, del peligro, del coraje, se indica con el pacto parresiástico: yo les digo la verdad; ustedes la seguirán si quieren; pero si la siguen, considérense solidarios de las consecuencias, cualesquiera sean, y no hagan de mí el único y exclusivo responsable. (Foucault, 2009:187).

¿Cuántas veces nuestro presidente nos habló de esta manera? ¿Cuántas verdades en un discurso que se distinguía de la retórica política usual nos dijo Chávez en sus declaraciones, en sus decisiones soberanas, en su decreto de guerra a muerte contra cualquier injerencia externa o de zarpazos saboteadores de la derecha venezolana? ¿Cuántas veces nos habló haciéndonos uno con él y él con su pueblo.

Hoy, a un año de su vuelo hacia otras galaxias debemos recordar a ese gran parresiasta latinoamericano del siglo XXI que se fundió en la frase Todos somos Chávez. Esto solo se hará posible en la medida en que podamos asumir su verdad, su parresía, la franqueza por la cual él lucho y entregó su vida, inmolándose como una llama hasta el último instante en que se mantuvo en esta tierra. A ese gran parresiasta  que se fue de este mundo sin nada, sin dejar una herencia millonaria, sin amasar riquezas, a ese descamisado que fue Hugo en Sabaneta y que partió con su traje de campaña, su sable de paz y su boina roja le dedicamos nuestra verdad siempre franca, siempre íntegra, siempre libre, siempre Chávez.


[1] Texto que hasta la presente fecha no ha sido traducido por completo al español.

 



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Eva Flórez


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