El Diálogo y Conferencia Nacional de Paz están logrando su propósito de aislar políticamente a los violentos y desarmar la matriz internacional contra el gobierno bolivariano. Sin embargo, la estrategia golpista fue diseñada para ir más allá de la política, a la guerra, y su éxito no depende de la opinión pública sino de durar lo suficiente para convertirse en permanente. Su táctica para hacerse crónica es atacar con terrorismo y defenderse con protesta pacífica.
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Esta escasez inducida y precio inflado de la paz, somete a la revolución bolivariana a un chantaje: regatear por el derecho a vivir libre y sin violencia. En la mesa de diálogo vemos a Capriles Radonsky con todos los que lo rodearon y aplaudieron cuando se negó a reconocer los resultados electorales de Abril 2013: y ahora, 18.000 eventos violentos después y a cambio del reconocimiento tácito de la legitimidad de Nicolás Maduro, les damos, a él y a ellos, el reconocimiento expreso de ser interlocutores válidos en una democracia en la cual no creen y contra la cual no han dejado ni dejarán de conspirar nunca. Son, no debemos olvidarlo, agentes de gobiernos extranjeros que les conceden, junto con el apoyo político y financiero, su reconocimiento como eventuales sucesores de la revolución, es decir como sepultureros del pueblo y la soberanía. Con el diálogo los honramos como adversarios políticos en una democracia, cuando realmente son, a conciencia, enemigos de clase y enemigos de la democracia. Ellos también aprendieron las lecciones de Abril, y por eso no montaron un golpe de Estado sino de “un estado de golpe” diseñado para conducirnos, lenta pero indeteniblemente, a la guerra. Se inspiran en el doloroso ejemplo de Colombia, el país más desigual de América, donde mientras la juventud se mata en campos y ciudades, los negocios florecen y entre ellos el narcotráfico y el negocio de la guerra misma. Quieren meternos al horno del cual los colombianos luchan por salir.
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La tarea de la derecha no es fácil: Chávez nos dejó, como acertadamente lo define Roy Chaderton, un “anillo de seguridad” internacional (Alba, Unasur, Petrocaribe, etc.) y nos dejó la unión cívico-militar: pero esos inmensos recursos político-militares pueden no servir para parar en seco el siniestro plan, sino para diluirlo en el tiempo, y no necesitamos una victoria triste dentro de años, sino una victoria tajante ahora. El método para lograrla no ha sido inventado, y si alguien puede inventarlo es la Revolución Bolivariana, Nicolás Maduro y su Comando Político-Militar. Si no, lo que estaríamos viendo no sería un diálogo de paz sino el preludio de una guerra civil, que ya sólo se trataría de ganarla…que es para lo único que sirven las guerras.
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Con el apoyo irracional y vengativo de millones de opositores, unos 3000 mil estudiantes ignorantes, 1000 delincuentes a destajo y 300 paramilitares extranjeros, casi todos colombianos, metieron a Venezuela en un brete. Con el apoyo consciente y creador de millones de bolivarianos, con centenares de miles de hombres y mujeres bajo las armas y con una visión y misión histórica de Patria y Paz, tenemos que encontrar, y rápido, la manera de salir de la emboscada sin conceder principios ni dar poder al enemigo.
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Si en el diálogo se cede en lo estratégico (en el tema laboral que a todos duele, por ejemplo) la violencia nunca cederá, porque de la mano pasarán al brazo y la garganta. Se puede perfeccionar pero no retroceder en la inamovilidad laboral, y la revolución recibiría un duro golpe si este 1º de Mayo no se aumenta (como todos los años) el salario mínimo. Aunque fuera verdad (y no lo es) que los patrones no pueden pagar más, siempre podrán desaparecer: deben saberlo y temerlo para entrar en razón. La mesa de diálogo debe mostrar que el pueblo bolivariano está el gobierno, pero sobre todo demostrar que tiene el poder. A la hora de los recortes los ricos deben ir primero.
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La revolución quiere vivir, hasta donde sea posible, en democracia y en paz con la burguesía venezolana, abusadora y parasitaria, pero sólo lo logrará si el Estado está dispuesto a usar la fuerza y amenazar con el uso de la fuerza para hacer cumplir la Constitución y las leyes, en la calle y en la economía. No deben excluirse las medidas enérgicas como la nacionalización de la banca, el monopolio del comercio exterior y el castigo ejemplar de los infractores de la Ley de Precios Justos: tales medidas forman una buena mano para sentarse al tapete.
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Para terminar (no sólo este artículo) debemos saber que no podremos evitar la guerra, ni el descalabro de los proyectos, si no aniquilamos a la Quinta Columna enemiga en nuestro seno, que es la corrupción. Dos mil terroristas encarcelados no significan nada sino hacen compañía a dos mil corruptos presos. No es el modelo económico socialista lo que ha fallado, sino la voluntad guerrera de defenderlo contra el enemigo interno. Para ganar la paz nuestro esfuerzo de inteligencia y represión debe ir simultáneamente contra terrorismo y corrupción. Contra el violento exótico y el corrupto endógeno.
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No estamos para remilgos en esta hora crítica: a Dios rogando y con el mazo dando. Nicolás Maduro vive su hora estelar y debe seguir asombrándonos con su capacidad de liderazgo. Chávez no lo dejó ahí, ni nos dejó aquí, para que en nuestras manos se pierda la Patria. Ganaremos la paz, primero poco a poco y después de golpe, si garantizamos que la revolución no será chantajeada