El supremo valor de la justicia

“A cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar” Estas palabras, escritas por el Libertador en 1812, no se tradujeron en un cambio de actitud que perdurara. En su sentencia está el origen de su muerte y de la muerte de su magna obra. Atribuirle la responsabilidad de esas muertes a traidores, y no a la condescendencia del más grande de los nuestros,  es cavar profundamente el sepulcro definitivo para nuestra libertad. En las derrotas durante dos siglos, de los intentos por vivir en libertad, está también presente la maldición que ha caído sobre nuestro pueblo, cuyos líderes no han sabido valorar el supremo poder de Dios presente en la Justicia.  Dos siglos después perdimos a un líder tan grande como aquel, por la misma razón, su disposición hacia el perdón y no a la obligación de someter a la Justicia a los traidores. Hoy se cierne sobre nosotros otra vez la maldición; cualquiera sea el camino que estemos transitando y las condiciones para transitar por él: amnistía o  perdón sin eufemismos es el camino hacia el abismo para la Revolución Bolivariana y la pérdida definitiva de nuestra libertad.

La derecha sabe de las consecuencias de su demanda: el  perdón es garantía de impunidad para sus sicarios,  es pérdida de credibilidad en el coraje y la determinación del Gobierno Revolucionario, es indignación de los deudos de las víctimas, en particular de nuestra gloriosa Fuerza Armada, que ha  perdido a tantos de los nuestros que sirven en su seno, por defender al inocente; es desmoralización creciente del revolucionario, quien amante y deseoso de la paz, verá que ésta no se hará realidad como él espera y no le atribuirá el fracaso a su expectativa de paz en el perdón, sino a la debilidad de la Revolución.

Recuerdo la determinación de Maduro, tras su regreso de la Habana, a cargo entonces de la Presidencia, de no liberar a los jefes de la Policía Metropolitana, condenados por sus actos el 11 de abril de 2002, supuestamente enfermos; supuse también que Chávez, en aquellos momentos difíciles de su enfermedad, había compartido con Maduro su comprensión de  lo que Dios Todopoderoso le exigía, en cuanto a hacer justicia, y que el perdón en tales casos no es justo, sino impunidad sobre la cual se repite nuestro trágico destino de vivir en la esclavitud y la miseria, sometidos a un imperio.

Chávez se nos fue, aún no secan nuestras lágrimas por él, pero la vista nublada no nos ciega para ver el camino equivocado, por el que podría transitar también nuestro líder del ahora; sólo que el ahora es definitivo, no habrá otra oportunidad, el imperio no la permitirá. Tampoco somos tan ingenuos para no comprender la magnitud de la amenaza imperial, pero esa amenaza no es tan grande, como sí lo sería la fractura de la moral de la Revolución. No estamos solos en la lucha, a nuestro lado el Continente Meridional y muy cerca otros continentes, que alimentaron su determinación a insurgir contra la hegemonía en el coraje de la Revolución Bolivariana: Sus ojos puestos en nuestra sociedad que camina hacia un  destino de justicia y equidad.

Llegamos entonces los venezolanos a la encrucijada y nuestro líder Nicolás Maduro, frente a ella, decide el destino de todo el Continente Latino Caribeño. La derecha puja para que tome el camino equivocado y nos amenaza; se niega a tolerar que, además de la justicia en la distribución de nuestras riquezas, tenga que pagar las consecuencias de sus actos de violencia. Los hombres de fe en Dios Todopoderoso pujamos para que Maduro opte por el camino que la derecha pinta de mayor dificultad, el del supremo valor del universo, el camino de La Justicia para todos los actos de nuestra sociedad.



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Rafael Flores

Capitán de altura y productor agrícola

 eveliseyrafael@hotmail.com

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