Crítica...

Hombres de Maracaibo

Relato testimonial de un norteamericano que vivió en la Lagunillas petrolera de 1933, reflejando su propia ideología y percepción de la situación socio-cultural del entorno venezolano y colombiano de la época...

En la Venezuela rural, sin embargo, una mujer es un activo: es agradable tenerla y su manutención es baja. De hecho no cuesta nada mantenerla porque hace la mayor parte del trabajo en el sitio. Consecuentemente, una chica siendo reconocida como un recurso tiene un valor en moneda proporcional a sus atractivos personales, al estado de su reputación y a la demanda prevaleciente. Usted le paga a cualquier madre orgullosa, una suma considerable por una hija bien parecida, y con este dinero la madre se provee de fondos para mantenerse en su vejez

Jonathan Norton Leonard, Hombres de Maracaibo, 1933

Tuve la oportunidad de traducir del Inglés, para el IVIC, Hombres de Maracaibo, novela prácticamente desconocida en Venezuela, escrita por el norteamericano Jonathan Norton Leonard en en 1933 y publicada en los Estados Unidos, que representa un testimonio de extraordinario valor sociológico e histórico para los hombres del Maracaibo actual, el de los albores del Siglo XXI, que aun experimenta, ochenta y un años después, eso que significa la cultura petrolera.

Jonathan Norton, hombre también pero del petróleo, no escribió su versión de la cultura petrolera zuliana y su entorno colombiano para los hombres de Maracaibo, sino para sus countrymen, los norteamericanos. Ahí radica el valor de su testimonio, y traducirlo representó una especie de interesante reto, comenzando por las implicaciones del gentilicio que ellos, los nativos de los Estados Unidos, se aplican a sí mismos: american.

El gentilicio de los ciudadanos nacidos en los Estados Unidos es estadounidense no americano, porque americanos somos todos los que hemos nacido en los países de América, desde El Canadá, cerca del Polo Norte, hasta Argentina, cerca del Polo Sur.

Quizás porque el gentilicio correspondiente en Inglés, algo así como Unitedstatesinian es impronunciable, y ellos son los Estados Unidos de América, alguien decidió utilizar americano por estadounidense, sin importarle que el gentilicio perteneciera a todo un continente, tal vez anunciando ya, desde el lenguaje, el poder hegemónico que el derechista Lyndon Larouche, excandidato presidencial por los demócratas, ha calificado, modernamente, como Imperio Anglófono.

El doble sentido del autocalificativo americano, se pone en evidencia en las palabras de Monroe: América todo el continente, para los americanos nosotros Y Norton lo denota, discriminando sutilmente, dentro de ciertos contextos, entre americano y norteamericano. Pero en la siguiente aseveración se desborda: Y el crédito le pertenece a la Doctrina Monroe. Los Estados Unidos previnieron que las fuerzas imperiales de Europa esclavizaran a Suramérica. Y debido a una feliz combinación de idealismo, egoísmo e ineptitud, ella Europa no lo ha hecho directamente, excepto en casos especiales La Doctrina Monroe protegió a Venezuela del destino natural de los países tropicales durante el Siglo IXX. Los Estados Unidos se refrenaban, demasiado ocupados en otros lugares

Por supuesto, el destino natural de nuestros países durante el Siglo IXX era caer en manos de los imperios europeos, tanto como lo era caer en manos del imperio estadounidense durante el Siglo XX. Norton lo confiesa: Algunas partes de la América tropical no tuvieron tanta suerte. Los gobiernos criollos fueron destruidos o docilizados. La eficiencia Norteamericana se deslizó en cada país, expandiéndose como una plaga. Tenemos, así, el espectáculo de Cuba, muriendo de hambre en un desierto pegajoso de azúcar innecesaria, mientras trabaja arduamente para pagar una deuda imposible a los bancos de Nueva York. También los pequeños rediles de esclavos benévolos de la United Fruit Company

Su valoración de la mujer, por otra parte, es otro detalle significativo. De su testimonio se desprende que tanto en Venezuela como en el área de Cúcuta, Colombia, las mujeres vírgenes se vendían como objetos, y tenían un precio que oscilaba alrededor de los trescientos bolívares, por lo menos en el ambiente que Norton frecuentaba.

En lo que respecta al color de la piel, el blanco puro se halla profundamente asociado con la mejor de las clases sociales, la clase alta y, por supuesto, la clase dirigente y gerencial.

Los Barí, para quienes Norton utiliza el nombre de Motilones, eran asquerosos y de color oscuro, pero también tenían virtudes para él, como en el caso de los Guajiros, y sabe elogiarlas sin reservas Igual ocurre con las empresas norteamericanas, los ingleses y los venezolanos: dice de todo y de todos lo que percibe, reflejando, claramente, en sus palabras, el contenido ideológico de sus apreciaciones, y ahí radica, precisamente, el valor de su testimonio, como representante, de bajo status, de una compañía petrolera norteamericana en la Venezuela petrolera de los años treinta, lo cual permite calificarlo como un oil man, un hombre del petróleo.

Pero es en el último capítulo, donde Norton, no sólo hace política frente a eso que siempre ha sido el capitalismo, sino frente a la incipiente Revolución Soviética, que apenas tenía diez y siete años. Cito in extenso:

Ese viejo enemigo el Estado está tramando un ataque más determinado contra el individuo que lo que nunca antes tramó. Las fuerzas que quieren convertir el mundo en un nido de termitas están convergiendo desde dos lados. El capitalismo organiza a sus fascistas, su clerecía, sus sumisos empleados y sus expertos en eficiencia, por una parte. Por la otra los Marxianos, con su diluvio gris de mediocridad regimentada, percibiendo su propia inmadurez. Se trata de dos antagonismos alabado sea pero existe la horrible posibilidad de que, eventualmente, ellos descubran que buscan la misma cosa el sometimiento del individuo a la voluntad de la sociedad. Entonces J. P. Morgan, Stalin, Bishop Canon y Mussolini se unirían para construir una nueva clase de Estado compuesto por sumisas termitas disfrutando su ocio, cuidadosamente supervisado, bajo un chorro resplandeciente de artilugios.

Quiero indicar un refugio desde este Estado amenazado. Latinoamérica, con la posible excepción de la porción extrema del Sur rechazará, durante varias generaciones, quizás para siempre, unirse al nuevo orden. Hay demasiada bendita confusión, tolerancia, pereza e independencia. Hay muy poca avidez prudente, muy poca preocupación por los asuntos de otros pueblos. No hay sociólogos. La Iglesia está casi totalmente desacreditada. Ningún gobierno latinoamericano ha soñado jamás con forjar las vidas de sus ciudadanos apolíticos. Proliferan las dictaduras más bien violentas, por supuesto, pero sus víctimas son sus rivales potenciales, no la población en general.

Hay otros pensamientos que refuerzan este planteamiento. No existe, por decir algo, proletariado, en la mayor parte de la América Latina. Un proletariado está constituido por la base explotada de una estructura industrial altamente organizada, y no hay estructuras industriales en la América Latina que merezcan tal nombre, de manera que la mente de la masa no molesta a nadie, ni siquiera a sí misma.

Y tampoco hay capitalistas genuinos gente que controle las vidas de muchos hombres, simplemente pasando ciertas hojas de papel. Cuando un latinoamericano hace dinero, su impulso consiste en gastarlo en cosas placenteras para él. Para sus amigos, para su ciudad natal. Casi nunca la deja a un lado para regodearse con ella. Así, en la mayor parte de la América Latina, no existe ninguna vieja tímida y malévola que represente la riqueza invertida, en capacidad de decirle a la humanidad que se quede muy tranquila, si no quiere que se le perturbe el sueño.



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Miguel Paz Bonells


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