El arador en el mar

Cuando Simón Bolívar metaforizó queriendo significar el fracaso de su obra, no había medido bien, a pesar de su sentido de la gloria, la gigantesca proporción de lo que había realizado y el incomparable sitial en que se colocaba.

Ciertamente, la oligarquía heredera de la corona hispana desbarató en lo inmediato el resultado de veinte años de triunfales desenlaces en los campos de batalla y en los combates de ideas, quedando en pie apenas, según la apreciación del caraqueño, la independencia como aparente bien único. Aunque, del fondo genial que le permitía ver más allá del horizonte, asomaba la percepción de que el momento de sus sueños vendría luego.
Recordemos los principales hechos y circunstancias que entraron en la forja de aquel hombre, indomable vencedor de las dificultades.

Niño que crece sin padre y casi privado de las caricias de la madre –enferma y tempranamente ida–, atemperó a medias su ausencia con los generosos cuidados de Hipólita, mujer de mucha sensibilidad, esclava por desgracia de la época; entregado a la severidad extrema de los tíos maternos y de unos preceptores a la vieja usanza –sin que a ello escapara el mismísimo Andrés Bello, pese a su coetaneidad– tiene la fortuna de llegar a manos de Simón Rodríguez, tal vez el venezolano más avanzado de ese tiempo en materias de educación y de pensamiento político; pero la intervención de éste en la conspiración llamada de Gual y España privó inoportunamente al futuro Libertador de la guía del maestro, por lo que sus tíos de acá, para descargarse del rebelde e “incómodo” adolescente, lo enviaron a otro tío que habitaba en España.

Medio enderezado por Rodríguez, pero dotado de fortuna, en plena juventud y en ambiente cercano a la Corte madrileña, el Simón Bolívar de esos momentos está bien lejos de ser, y a nadie se le hubiera ocurrido suponerlo, el futuro líder mayor de la independencia nuestramericana. Contrae matrimonio y a su regreso a Caracas sólo se sentía capaz de ejercer el cargo de Alcalde de San Mateo.

La muerte de María Teresa –un colmo de infortunio para el juvenil viudo, pero una sacudida capaz de dar un giro copernicano a su vida– lo envía de vuelta a Europa y a una existencia disipada en busca del olvido. Y entonces es de nuevo y decisivo Simón Rodríguez. Lo rescata, revuelve su alma, le asoma un camino grandioso y le gana el corazón “para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”. Ahora sí estamos en presencia del gigante que vendrá como una tempestad a barrer los “establos de Augías” del coloniaje.
Si vemos bien, ni siquiera la independencia se había ganado, porque la oligarquía, junto con todo lo demás, se encargó de dar entrada a otros imperios, y a lo largo del siglo XX entregó la patria al más depredador y cruel de todos.

Mas he aquí el error de medida de Bolívar. Aró en el mar, sí, pero el arado penetró en las profundidades abisales y de allí la simiente libertaria empezó a dar el fruto que el sembrador creía perdido. Primero afloró Cuba. Después, en pleno proceso estamos, se ha ido poblando nuestra porción continental de patrias cada vez más independientes y con visión de futuro. El Padre fue encargando a hijos grandes –Hugo Chávez resalta entre nosotros– del cuido de su siembra.
En esta nueva fecha natalicia le reiteramos nuestro tributo de amor.




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Freddy J. Melo


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