Otear en el futuro

Hay poetas post mortem, músicos, artistas plásticos, seres singulares que nunca mueren, sus atavíos son cargas colectivas.  Suelen pertenecer, como diría Hesnor Rivera, a una raza distinta. El tiempo que les toca vivir los sumerge en una especie de ola abrasadora a muchas generaciones.  Su linaje se va desdibujando para mezclarse con la humanidad entera, sin importar color, sexo, raza. Claro, incomoda a ciertas clases sociales, molesta, produce risa sardónica entre los adinerados caudillos del mundo de las finanzas. Esta condición los hace vulnerables a las fuerzas más oscuras e intrincadas, conocidas por nosotros. Su vasto andar les abre caminos, pero también hace riesgosos el transitar. Conocen los arquetipos de sus pueblos, de su tierra. Saben de la importancia del maíz. Hay unos como Rimbaud que jalonaron la lengua y la llevaron al sitial que le correspondía, otros que apenas sabían de su hazaña en cualquier campo. Bolívar advertía  a sus tropas de lo magnífico en el tiempo que constituía la gesta realizada. Su clarividencia le costó la vida, dejó un ejemplo para el futuro. Rubén Darío por su parte, sedujo al nuevo siglo y lo hizo moderno en su vestidura glamorosa.  A secas dio al traste con la desmesura de un pensamiento eurocentrista. Ya el maestro Bello había edificado el idioma protegiéndole de las huestes invasoras. Estos puentes apenas se avizoran en mentes ofuscadas por los medios de antes y de ahora. No por el gran capital, lapidario, habitante de las sombras. Ese monstruo de mil cabezas, hambriento,  intentando dar sus zarpazos a cualquier precio.

Ramos Sucre jugaba a  la evasión, quería regresar a un estado normal, pero la noche se oponía, le hacía la vida imposible, de esa forma fue creando su mundo que luego invadimos algunos. La vigilia no debe perecer, eso sería una torpeza, un descalabro, nadie ha muerto, somos muchos, una multitud de soñadores viajando por todos los lugares posibles. Esa impronta no las legó un pensamiento continental, un hombre volcado al futuro, irreverente, una leyenda imposible de borrar de la memoria americana.  Se quiera o no, Chávez, como diría él: ya no pertenecía a su ser, se esparció por este mundo. Hoy cumple sesenta años, aún hostiga las conciencias retardatarias de vetustas élites sociales.



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