Hace 60 años nació un Hombre

Hace 60 años, en una de las entonces casi infinitas viviendas rurales de Venezuela, donde entonces campeaba la pobreza, donde el barro reemplazaba el cemento y el ladrillo, donde la tierra cumplía el papel correspondiente a las baldosas, donde a través de las rendijas del techo se podía otear el cielo límpido del llano, allí nació un hombre que desde muy pequeño le contaba a las estrellas y al viento su secreto deseo de algún día intentar la liberación de su patria. Se trataba entonces de un niño calzado con su único par de zapatos, de los más baratos, quien estudiaba con ahínco, cantaba con entusiasmo y afinación, echaba bromas y vendía sabrosas arañas de lechosa para ayudar a su abuela que lo criaba y mimaba. Solo un loco, un espectador iluminado o un profeta, que es lo mismo, podría entonces haber jugado con el tiempo para haber vislumbrado a ese niño travieso, 30 años después, transformado en héroe de pueblos y en el mayor enemigo de los masacradores de su gente.

Ese hombre descubrió una nueva imagen de Simón Bolívar, más allá de su condición de guerrero y libertador, una imagen de revolucionario popular y de visionario que, como cantó Neruda, despertaba cada cien años cuando despertaba el pueblo. Con su poder de convencimiento ese hombre consiguió que los venezolanos ungieran a Simón como padre revolucionario para América Latina, muy por encima de Lenin y de Mao. Ese hombre del siglo XX fue iluminado desde su tierna infancia por la leyenda heroica de un bisabuelo materno suyo, un recio centauro, versión latinoamericana de Robin Hood, llamado Maisanta.

Ese antepasado, a quien pocos lo consideraban patriota, mientras que la mayoría lo mostraban como un bandido, le remeció los sesos para que comenzara a temprana edad a incorporarse al mundo de la política, camino que continuó en el ejército con más brío y dedicación. Algunos errores imponderables en la batalla más importante desde los tiempos de la Independencia, precisamente en el año 1992, lo llevaron a la prisión, encierro que al parecer fue necesario, siguiendo en ese sentido los pasos de un gigante de la humanidad llamado Nelson Mandela. Para ambos la cárcel se convirtió en una universidad, donde ambos pulirían y cultivarían con afán incansable los saberes, a través de los cuales después nuestro hombre moldearía las líneas maestras de su quehacer como gobernante.

Nunca en Sudamérica se había declarado una pasión mutua tan grande como la que floreció entre él y su pueblo. Su risa, su canto, su palabra incendiaria, sus gestos rezumaban pueblo.
En el día de hoy pido que no lo endiosen, que no lo presenten como el actor indispensable para la consolidación de un futuro socialista, honesto y humano.

Ojalá muchos logren superarlo en diferentes facetas políticas, todo gran hombre debe ser precursor de algo mejor, quizás en su capacidad de entrega a su patria y a los trabajadores sea insuperable, pero la mirada siempre debe ser ascendente. No lo canonicen, no le construyan altares, eso no le pertenece, como todo gran hombre tuvo defectos, mejor sería que lo representaran con la misma sonrisa con que un niño flaco y moreno, 50 años antes, vendía arañas en las candentes y polvorientas calles de Sabaneta. No diré su nombre, sería más bien una redundancia, pues lo he repetido en cada frase.
Ese gran hombre no ha muerto.

enesfer25@hotmail.com


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