El Freddy Yépez que conocí

Conocí a Freddy Yépez hace siete años, tal vez más que menos. Lo hallé en una tarea que para mí es familiar desde hace 52 años, cuando me hice revolucionario y la que, a mi juicio, junto con la medicina, constituyen las dos profesiones más nobles: la de educador; que ejercía con mucha naturalidad, como de memoria. Se especializó Freddy en la formación de cuadros revolucionarios, para los que dispuso de un copioso arsenal de teoría y práctica marxistas, que él procesaba con su inteligencia y su trabajo. No soy de los que creen que los muertos andan entre nosotros, pero si estoy convencido que hombres como Freddy dejan una marca en los vivos tan profunda como su obra y su ejemplo.

Como estoy recordando al hombre vivo, creo necesario decir qué impresión me hizo Yépez como ser humano. Freddy era un hombre modesto, con la sencillez del sabio, de fácil pero selectiva amistad. Uno podía, a poco de conocerlo, estar hablándole de su vida como si fuera un viejo confidente y de hecho, eso ocurrió entre nosotros. La circunstancia de que nuestras vidas fueran tan parecidas, hizo que nuestras pláticas se extendieran por muchas horas y cigarrillos con café amargo. Parecíamos dos amigos de la infancia que vuelven a encontrarse al borde de la senectud.

No vacilábamos en derrochar horas de sueño y de descanso saciándonos con las delicias del reencuentro. Muy rápido pasamos la línea de la discreción preventiva para contarnos nuestras cosas, como abriendo un libro de misterios. Así ocurrió en tres momentos separados: en Maracaibo, Táchira y Lara. En Maracaibo esperamos tres días a que un frívolo burócrata respetara su palabra de recibir a Freddy un lunes. Aguardamos hasta el jueves, cuando Freddy ordenó levantar la antesala. La afrenta se nos hizo llevadera, pues hablábamos de todo y de continuo. Si menciono este torpe episodio es porque me ayuda a ilustrar la imagen que conservo de Yépez como un hombre paciente y tolerante, pero no hasta la indignidad.

Freddy era un intelectual muy agudo y estudioso y yo un practicista observador. Cuando analizábamos los fenómenos de nuestro entorno coincidíamos en lo fundamental, así que no tuvimos discrepancias de fondo. Tampoco nos distanciábamos en lo ideológico ni en el método de análisis. Tengo –recuerdo- en el alma al poeta exquisito, al teórico marxista, al escritor infatigable, al camarada solidario, al humanista empedernido y, por sobre todo, al maestro ejemplar de cuyo espíritu cada revolucionario verdadero debe llevar un pedacito. El mismo que se hizo el loco para gritar entre el gentío la más grande verdad cuerda de este mundo: LA TIERRA NO ES VIABLE EN MANOS DEL CAPITALISMO. Por esa semblanza que va conmigo hasta mi regreso a la materia inanimada, es que considero un privilegio excepcional haber sido su amigo.

Yo soy mayor que Freddy cuatro años seis meses y veinticuatro días. De ordinario uno no piensa en eso, pero la lógica cotidiana haría suponer que él me sobreviviera. No fue así, y eso me duele mucho por dos motivos: partió el hermano entrañable y la clase obrera pierde a uno de sus imprescindibles. ¿ Se comprende ahora la razón de mi llanto?.

 



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