Gobernarse o gobernados asunto de un nuevo orden del pensamiento

El hombre del mundo actual se debate entre el dilema de ser gobernado por las estructuras de poder que ha creado, o de gobernarlas.

En la actualidad la lógica institucional se ha impuesto, somos gobernados por un sistema que ha desatado las fuerzas del mercado y su "mano invisible" se ha impuesto a toda forma racional, su naturaleza antihumana impone sus modelos y su estilo de consumo, esclavizando la vida humana a la vorágine depredadora de las necesidades creadas.

El mundo actual requiere de un nuevo orden cultural, una vida centrada en las auténticas necesidades de las especies que conforman el ambiente donde se desarrolla la vida, el hombre debe transcender el individualismo y las soluciones aisladas que están fuera del contexto de la comunidad.

La integración y complementación son dos claves de la nueva cultura a asumir para conseguir la anhelada gobernabilidad, y desde la vida comenzar a ejercer nuestra autonomía con responsabilidad, ya sea desde lo más pequeño –o simple- hasta lo más complejo. Esto conlleva que la cotidianidad sea asumida como las decisiones más vinculantes de los actos que nos involucran, así como los actos que implican una relación con los otros: los hijos, los vecinos, las comunidades más cercanas y también con las cuales en apariencia no tenemos corresponsabilidad. De esta forma podemos deslastrarnos de la ideología de la transferencia, del hábito de dejar en los demás las decisiones de los grandes temas que comúnmente –a veces o muy a menudo- pensamos no son de nuestra incumbencia.

La corresponsabilidad es un principio de la cultura que reclaman los nuevos tiempos, pero esta va más allá de la simple participación; requiere involucrarse, pasar a formar parte del protagonismo social, saltar de los comportamientos individuales a los colectivos. Se necesita aprender cómo dejar a un lado el individualismo y de qué manera se asume el rol protagónico de lo común sobre lo personal. Podemos afirmar que esto es el ejercicio propiamente dicho de la soberanía, que en este caso comienza a formar parte de la ética del individuo y luego de una cultura que cobra vida en la participación, como praxis de lo concreto en la transformación de las nuevas relaciones.

La manera de ejercer el principio de la correspondencia se basa en el siguiente precepto: no mandar para no ser mandado; y éste se cumple perfectamente si nos hacemos de una cultura de la responsabilidad en tanto y cuanto asumimos que cada acción por pequeña que esta parezca repercute en otras personas. El cambio está precisamente en modificar, demoler y si es posible pulverizar los patrones de la obediencia, y sustituirlos radicalmente por la cultura de la participación protagónica.

Tomar este camino requiere por parte de los colectivos humanos una activación de sus fuerzas interiores para desatar el potencial creativo de las personas, que la mayoría de las veces está atascado y/o secuestrado por las élites que han gobernado nuestras vidas, aquéllas que nos han atado a las fuerzas de las costumbres y del destino fatídico.

Este cambio no sólo se debe expresar en nuestra vida material, sino también en nuestros más íntimos instintos.

La formación, la crítica razonada, la reflexión, el impulso y la rectificación junto a una educación para la liberación y la emancipación del hombre, implican una ruptura civilizatoria, una relectura de la vida desde todos sus referentes, se necesita más que un renacimiento, pues éstos ya han ocurrido en otros periodos de la humanidad. El género humano precisa de un verdadero parto de la historia que desplace la cultura de la obediencia y la imposición, por la reflexión y la participación consciente.

Este choque civilizador es evidente y refleja el momento de quiebre en el que nos encontramos involucrados, del cual pende en buena medida, la tan buscada y escurridiza felicidad, fin supremo perseguido por la inmensa mayoría de los humanos.

En síntesis, la nueva cultura planetaria es una respuesta profundamente humana al modelo de dominación irracional de "la mediocracia que pretende dominar las mentes de los hombres".

En este nuevo orden se deben desobedecer las fuerzas de la costumbre que mantienen a grandes conglomerados humanos en la cultura de la obediencia, bajo un sistema que garantiza la sociedad del no goce de los elementos esenciales para vivir.

Los acumulados históricos representan los archivos culturales humanos, allí reposan los aprendizajes de las lecciones que debemos tomar para poder asaltar la nueva cultura, de la cual no sólo necesitamos sino que estamos obligados a construir. Hablamos ya, no de dar el salto necesario sino de tomar la decisión de actuar, de asumir nuestros propios destinos y no dejar que el destino sea quien nos paute nuestro accionar.

Ya el tiempo de los interlocutores quedó atrás, la timidez social está viviendo sus últimas horas. La gente, esa generalidad que nos denomina pero que no nos involucra y que desdibuja nuestra verdadera esencia, da paso a la sociedad del futuro: la sociedad de las personas corresponsables de perpetuar la vida como el bien más preciado del universo.



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Arnaldo Guédez


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