O de Riqueza. Tendría que ser la misma variable. Pero parece muy difícil bautizarla con un nombre "neutral". Como sí se puede con "sensación térmica": el efecto combinado de todas las variables ambientales sobre la temperatura [1]. El termómetro puede estar marcando 5 grados centígrado, pero en medio de un viento de unos 50km/h, uno se siente a menos cero [2]. Y lo puede medir si trae un termómetro apropiado. De está forma, uno termina preguntándose si para hacer coincidir la sensación con la variable original bastará medir con más cuidado.
Pudiéramos hablar de "sensación de bienestar", con ese nombre sesgado por lo bueno, pero que nos permitiera "medir" que tan bien estamos o, como otros prefieren, contar cuantos bienes tenemos o podríamos comprar. En cualquier caso sería una estimación. Pero quizás podamos superar el estatus de mera opinión personal.
Además, no es demasiado innovador. Desde hace unos años hablamos de la "percepción de inseguridad", con ese sesgo hacia lo terrible, para indicar cuan vulnerables nos sentimos frente a alguna violación de derechos elementales. Como explica L. Brito, es una variable clave de la manipulación mediática en Venezuela [3]. Sin embargo, de que vuelan, vuelan y nos hacen sentir tan vulnerables [4].
El positivismo es una doctrina filosófica desacreditada, aparentemente luego de un debate que ocupó todo el siglo pasado pero, realmente, después que se expusieran sus contradicciones (lo cual ocurrió en la primera mitad del siglo).
El principio central del positivismo es que el conocimiento proviene de la experiencia de una realidad que bien perciben los sentidos. El giro político se introduce por medio de la suposición adicional de que esa experiencia se puede codificar en algún registro teórico con independencia de quien la haya experimentado. De esta manera, terminamos con teorías neutrales y "validadas" que lo explican todo y excluyen interpretaciones alternativas de la realidad. Por esto los hermenéuticos odian a los positivistas. Estos no pueden devolverles el favor porque sería conceder una opinión sesgada: gajes del oficio.
Los hermenéuticos, con sus propuestas, nos permiten reivindicar el derecho de cada uno a su opinión. Todos tenemos igual derecho a interpretar la realidad. Este es, también, un giro político. No podría ser de otra manera en una sociedad igualitaria. Entonces, como todos somos hermenéuticos, para ponernos de acuerdo votamos. Así se instaura una suerte de "lógica democrática" [5].
Pero la percepción colectiva también puede equivocarse. En Abril de 2014, la emisora comunistaria TatuyTV, realizó un impresionante reportaje [6] de un evento terrible durante las guarimbas en Mérida: un grupo de encapuchados armados, desde edificios de la avenida Cardenal Quintero, enfrentaban a la policía. Un transeúnte, Jesús Labrador, recibió un disparo que lo mató. ¿Quién hirió a Jesús Labrador? El reportaje de TatuyTV apenas es visible en Internet. Pero, denle una mirada a las versiones "alternativas" (algunas usando las mismas imágenes del reportaje).
¿Tenemos que esperar a una consulta electoral para responder esa pregunta? ¿Quién asesinó a Gisella Rubillar?. ¿Será "demasiado" positivista pedir una respuesta final?
¿Cuáles son los hilos que controlan nuestra percepción de la realidad? ¿Qué sentido tiene esa pregunta si no hay realidad y solo opiniones alternativas?
Preguntas difíciles.
¿Podemos hablar de la sensación de bienestar?
No tiene que ser una evaluación cuantitativa. A fin de cuentas, siempre nos interesa una decisión final: estamos bien o estamos mal. Pero, desde luego, aspiramos a una evaluación tan completa y detallada como sea posible. Que tome en cuenta todas las posibilidades. Una evaluación sistémica, se podría decir. Pero también categórica, es decir, objetivable: algo con lo que otros y otras pudieran estar de acuerdo. ¿Podremos evitar los números?
Un colega profesor [7], hace el siguiente análisis comparativo de los salarios en Venezuela:¿Cuánto ha sido el aumento del salario mínimo entre 1999 y 2014 [8]? Según sus cálculos, el salario se ha multiplicado por 41 en ese período (aprox. 4000% de aumento). ¿Cuánto ha sido el aumento de los sueldos militares en ese periodo? Según esta tan poco confiable fuente [9], se han multiplicado por 150 (14900% de aumento). Para redondear el análisis, el colega agrega la inflación como referente en el período, citando otra fuente peligrosa [10], según la cual los precios se han multiplicado, en promedio, por 53 (5200% de aumento). El análisis parece tener el propósito de contextualizar su evaluación del propio bienestar, salarial al menos: "Como dato adicional, quizás únicamente de interés para los universitarios, durante ese mismo periodo el salario de un profesor titular, a dedicación exclusiva, se ha multiplicado apenas por 20 (correspondiente a un aumento de 1900%)".
¿Demasiado positivista?
Todos esos números son discutibles y no dejan ver sus razones [11], aunque las tendencias parezcan innegables. Lo interesante, sin embargo, es el papel de la comparación en la sensación de bienestar. ¿Se sentiría mejor mi colega si los militares no estuvieran tan favorecidos? ¿Sería justo sentirse mejor si el salario académico hubiese crecido tanto como el mínimo?. ¿Se sentiría mejor si todos los salarios estuvieran indexados por la inflación?¿Será posible? En términos más generales, ¿será posible que todos estemos bien?.
Probemos otra pregunta difícil.
¿Cómo puede estar mal (en alguna escala económica) un país que posee las reservas probadas más grandes de uno de los recursos económicos más valiosos del planeta [12]?.
La explicación simple es que tener la reserva no significa tener el dinero en el banco.
¿No?. Uhmm. Hagamos unas cuentas. Se producen 3 millones de barriles diarios. A 60 dólares cada uno, significan 180 millones de dólares diarios. Entre 30 millones de personas, tenemos 6 dólares de ingresos garantizados para cada venezolana y venezolana. 180 dólares por mes. No es suficiente.
Pero, esperen, eso se obtiene prácticamente sin esfuerzo (respecto al tamaño de la población claro. Muchos trabajan duro por ello). Una gran capacidad productiva en la nación está allí para ser empleada. Lo que siempre dicen: a los recursos energéticos tenemos que invertirlos bien para generar más riqueza.
Salud y educación gratuita para todas y todos parece una muy buena manera de invertir esa riqueza. Con salud universal se garantizan las condiciones para el bienestar biológico y ecológico. A menos claro, que el sistema público no alcance a resolverlo todo y apenas provea una capa de atención básica, dejando todo lo demás sujeto a la disponibilidad presupuestaria de cada persona. Por ejemplo, en un país con un altísimo número de accidentes de motocicletas, el vehículo más económico y versátil, no poder pagar por la consulta especializada y la posible operación de una fractura de "alta energía", establece claramente la sensación de pobreza en un afectado que no tiene cobertura de seguros apropiada. Esto, además, es más probable si se disparan los costos de las primas de seguro, excelente coadyuvante para la sensación de pobreza, controlado por hilos invisibles.
La educación pública, gratuita y universal, por su lado, está destinada a permitir que todos y todas conozcan lo que quieran y deban saber para "ganarse la vida" y, obviamente, ser felices. A menos claro, que el sistema (público y privado) no alcance a proveer las experiencias de aprendizajes adecuadas o pertinentes y muchos terminen atorados en trabajos improductivos o mal remunerados. Algo, además, que habría que esperar si la academia (pública en este caso) tiene la excusa de que no recibe suficiente renta [13]. Círculo vicioso: no hay renta porque no producen, no producen porque no hay renta. Nada más conveniente para reforzar una sensación de pobreza que estar atorados en un círculo vicioso.
Desvirtuar (o humillar o auto-humillar) la educación pública tiene efectos dramáticos sobre la sensación de bienestar: nos hace creer que las políticas igualitarias (como ese "afán de Ginni" que ha mostrado la Revolución [13]) NO sirven para alejarnos de la pobreza. Si las políticas de conocimiento para todas y todos no sirven entonces sálvese quien pueda!. Con eso nos convierten en celosos guardianes de lo que sabemos y nos obligan a inventariarlo, con lo cual reforzamos la sensación de pobreza por lo que no sabemos (que siempre es demasiado).
Pero, no es el único efecto. Al explosionar el conocimiento libre, que es el origen de toda solución colectiva, nos condenamos a la condición individual al momento de evaluar nuestro bienestar. Todos los criterios colectivos quedan condenados a ser "promedios". Y todos sabemos los inconvenientes de esos estadísticos. Por ejemplo, una sociedad en la que todos reportan un cierto nivel de bienestar, tiene el mismo promedio que una en la que casi la mitad reporta cero bienestar y la otra parte reporta el doble de aquel nivel. Son sociedades muy diferentes en cuanto a estabilidad. Se podría invocar una medida de dispersión, pero ¿qué sentido puede tener comparar varianzas de sensación de bienestar? ¿Acaso no somos todos hermenéuticos?.
A ese sustrato perceptivo de pobreza en salud (a pesar de los CAT de Barrio Adentro con su magnífica atención pero que se suspende porque los tomó-grafos están dañados) y pobreza en la educación (a pesar de un mandato constitucional hecho realidad de educación pública gratuita hasta el primer título que se obtenga) se agrega toda una gama de impulsos propiciatorios de la sensación de pobreza. Por ejemplo, la escasez programada de productos de uso cotidiano: falta la leche, pero no el yogur, ni el queso, ni otros lácteos saborizados y más costosos. La falta de productos de limpieza e higiene personal. La falta de pasajes para viajar dentro y fuera del país. La falta de medicinas de consumo obligatorio por pacientes dependientes, como las que usan para control de problemas de tensión, hormonales y cardíacos. Frente a toda la incertidumbre y la angustia que causan esas carencias, incluso si se resuelven eventualmente, un individuo de ingreso medio se tiene que sentir muy pobre.
Pero los más sorprendentes: la falta de el gas, los aceites para vehículos y la gasolina. Con aquellas reservas probadas, esta escasez es quizás el mejor coadyuvante de la sensación de pobreza, inducida por la incapacidad para aprovechar, cuando menos, aquella riqueza heredada. Pero es también un indicador de la distancia, inducida o no, entre la sensación y la real condición para el bienestar (si uno acepta esas realidades, claro está).
De esta manera, nuestro intento de determinar cómo estimar, medir o evaluar la sensación de bienestar termina ratificado en su condena global: poder de compra (purchasing power) [14]: Lo que cada persona alcanza a comprar con su ingreso regular. ¿Cómo no va uno a sentirse pobre si lo que quiere comprar no se consigue o se consigue a un precio inalcanzable y, además, no puede guardar el dinero porque la inflación lo devora?.
Ese es el único criterio que se permite en el occidente positivista. Pero es que no podemos pensar en otro porque somos constantemente amaestrados para no confiar en la solución colectiva. El poder de compra institucional (the power of procurement, .ibid pag. 18), que en un estado petrolero siempre es importante, ha quedado desvirtuado por colectivo o por incapaz.
Así que este artículo tiene que terminar con una consulta a la persona: ¿Te sientes pobre?. Es lo más probable. Mira a tu alrededor. Con cuidado. Con calma. ¿Puedes contener el miedo que causa la pobreza? ¿Tendrás a quien acudir por ayuda cuando la necesites? ¿Hay otros en tu mundo que puedan ayudarte? ¿Harías tu lo mismo?