Formación para la producción agrícola. ¿Seguimos haciendo lo mismo?

Es cierto que en Venezuela aún estamos lejos de una verdadera seguridad/ soberanía alimentaria. Todos reconocemos que sufrimos una agricultura de puertos, que nos deja a merced de las fluctuaciones del precio de nuestro primigenio recurso, el petróleo. Pueden desalentarnos las grandes inversiones y poco resultado en la cuestión agrícola. Estamos ante la situación muchas veces dicha, pero no asumida plenamente hasta ahora. Parafraseando al personaje Andrés Barazarte, de País Portátil (de Adriano González león), diremos que "Ya no tenemos tiempo!". Estamos obligados –ahora mismo- a incrementar y diversificar la producción, mejorar los sistemas que acompañan el encadenamiento productivo, potenciar la organización popular… todo al unísono y con el tiempo prácticamente vencido.

El Gobierno está haciendo su parte. Múltiples leyes dan un soporte y oportunidad para avanzar. Pero se requiere de mayor control para atacar de frente ámbitos de arraigadas negligencias, ramificadas irregularidades y de duros espacios de corrupción. No obstante, el Gobierno nos da un mandato: incrementar la producción agrícola este año al menos en 17%. Y la Vicepresidencia de Seguridad y Soberanía Alimentaria y el MPPAT asumen el reto, con todos los cuerpos bajo su adscripción. Ello implica una estrategia de agrupación de los diversos entes vinculados con el desarrollo y protección de la producción primaria y comercio agrícola, vegetal, pecuario, acuícola, pesquero y forestal, que trabajando articuladamente pueden aumentar la eficiencia y la efectividad. Así, este reto (en el que se nos va la vida, sin ponernos melodramáticos), tenemos que repensar lo que somos, lo que hacemos y lo que no hacemos, en materia de producción y distribución agrícola. Hablamos de transformación personal/interpersonal; hablamos de formación. ¿Qué formación requerimos para la producción agraria, en la coyuntura actual?

Es una pregunta abierta, sin respuestas simples ni únicas. Requiere la urgencia de que todos los actores/actoras se sienten ante mesas de trabajo a debatir: productores agrícolas y sus organizaciones populares, universidades, movimientos sociales, instituciones oficiales, y quien quiera, ante esta pregunta: ¿Qué formación para la agricultura venezolana de hoy? ¿Qué hemos de aprender, cómo, para qué, de modo de incrementar lo más rápida y efectivamente posible la productividad? Pero es una reflexión profunda para arribar a propuestas concretas y viables, una mirada sistemática integral, transdisciplinaria, transmetodológica, con implicaciones muy prácticas y operativas, generalizables.

Hemos dicho en otras oportunidades que, lejos de un estado de guerra, tenemos que declararnos en estado de educación permanente. Una formación acelerada para algo tan complejo como es el incremento de la producción-distribución agrícola, requiere un repensar de la concepción y práctica de cómo lo venimos haciendo actualmente. Si seguimos haciendo lo mismo, iremos directo al fracaso. Tenemos tal vez que superar los modos de enfocar y hacer educación, ¿sólo a través de eventos puntuales (cursos, talleres), que usualmente desembocan en un conjunto de exposiciones e instrucciones generalmente sin asidero? ¿Sólo a través de aceptar pasivamente a los expertos, sin considerar los saberes tradicionales y ancestrales de nuestros productores agrícolas?

Y seguramente tendremos que centrarnos más en el acompañamiento formativo de los actores/actoras (productores/as, y funcionarios/as que a su vez promueven y acompañan a los productores/as) a lo largo del encadenamiento productivo (siembra, cosecha, postcosecha, transformación, intercambio). Ese acompañamiento se hace mediante el desarrollo de proyectos específicos de acción compartidos comunitariamente, evaluados sobre la marcha, coordinados con otros/as productores/as y con instituciones diversas, y que a su vez generen aprendizajes de alta relevancia. En vez de un programa de talleres (que no se niegan enteramente), arrancar y seguir la formación a partir de procesos reales, concretos, pertinentes, tendentes a resolver asuntos vitales, que involucren interacción, coordinación, y en este caso que apunten intensamente al incremento de la producción. Y, en el camino, interrogar e interrogarnos sobre los aprendizajes importantes que derivamos del proceso, registrarlos, socializarlos.

Otro elemento (y en este breve artículo sólo estamos rozando superficies) es la organización permanente de espacios de intercambio de saberes entre todos los actores/as involucrados/as en el desarrollo de estos proyectos para impactar de modo permanente la productividad, que abarca reflexiones conjuntas, crítica e inter-crítica, compartir experiencias, escribir juntos, sistematizar entrelazadamente, agregando a la producción agrícola, la producción cognitiva que puede dispararse tanto a la generación de teorías como a la resignificación y reelaboración de la práctica. Partimos del supuesto de que las personas, si reflexionamos conjuntamente con otras sobre lo que hacemos y por qué lo hacemos, de modo permanente, tenderemos a mejorar sustancialmente nuestras prácticas.

Son sólo puntos generales para que sigamos profundizando en esta discusión tan vital.

 



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