Venezuela 2015 no es Chile 1973

Todos aquellos lectores chilenos que tienen más de medio siglo de vida pueden dar fe de cuán cierto es lo que a continuación este servidor escribirá.

Al iniciar las presentes líneas, digamos que la CIA, el Pentágono, la Casa Blanca y el Congreso de los EEUU, no han ‘modernizado’ un ápice su vieja receta de la añosa época de la guerra fría para derribar gobiernos en el ‘patio trasero’. La receta es vieja, claro que sí, pero la derecha latinoamericana sigue siendo la misma de siempre: servil al imperio, enemiga de su pueblo, yanacona del dinero, traidora de sus raíces patrias y clasista. Esa derecha abomina incluso de su propio idioma madre, optando por balbucear una lengua extraña que poco entiende pero mucho adora.

Al comenzar la década de 1970, en la zona más austral de nuestro hermoso continente americano, un pueblo alzó la voz, se puso de pie y con valentía inaudita para aquellos años, eligió a su representante como nuevo mandatario. En Chile, la unidad popular conformada por trabajadores, obreros, pobladores, campesinos, empleados, estudiantes, dueñas de casa y profesionales, elegía al doctor Salvador Allende como Presidente de la República. Aires de cambio, de democracia real y de verdadera justicia comenzaban a soplar en la tierra de Lautaro, Rodríguez Erdoíza y Recabarren.

Sin embargo, en Washington, el futuro Premio Nobel de la Paz, el sionista genocida Henry Kissinger, convenció al ebrio mandatario yanqui Richard Nixon (dos botellas de whisky al día, según J. Edgar Hoover, director del FBI) de cuán importante era "para el occidente cristiano y capitalista" impedir a toda costa el éxito de la democrática administración de Allende, ya que ello podría convertirse en un modelo a seguir en muchas otras naciones del continente.

Como se sabe, Chile era -y aun lo es- un país pequeño, de escasa población (16 millones de habitantes, menos incluso que la ciudad de Sao Paulo), cuya principal producción consistía en la extracción de minerales cupríferos y nitratos. No obstante, en esos años, el país andino sobresalía entre sus hermanos latinoamericanos por la calidad de la educación, por la maestría de sus universidades, por la prosa de sus literatos y, ¡cómo no!, por la valentía y conciencia social de su pueblo.

Pero, infelizmente, la clase de los poderosos era cipaya fiel de los dictámenes provenientes de la banca extranjera y de los políticos estadounidenses. ADEMÁS, LA Escuela de las Américas –así como la nueva política de Seguridad Nacional emanada desde el Pentágono para combatir lo que allí se denominaba "la fiebre izquierdizante"- encontraron terreno fértil en laos altos mandos de las tremendamente verticales fuerzas armadas chilenas, cuyos generalatos y almirantazgos estaban copados por hijos, nietos y parientes directos de la gran burguesía local.

Richard Nixon dio la orden, Kissinger la disfrazó ante el Congreso de "necesaria actitud", el establishment sionista-comercial-financiero aportó lo suyo, y la poderosa maquinaria yanqui comenzó a funcionar para echar al suelo al gobierno y al pueblo de ese pequeño país de Suramérica que había optado por ser realmente libre, independiente y soberano.

Para ello se usó la ’receta’ establecida por los genios de la CIA: desabastecimiento de artículos de primera y segunda necesidad; corrida bancaria; ataques mediáticos sin pausas de una prensa cooptada y comprada por el imperio; empujar y provocar una inflación desatada; generar atentados a instalaciones de elementos vitales (agua potable, oleoductos, acueductos, tendido eléctrico, etc.), y finalmente generar un clima de terror, de inestabilidad política y social mediante violencia en calles pueblos y ciudades, lo que incluía financiar (desde Washington) paros a nivel nacional de dueños de camiones (vital sistema de transporte de mercaderías en el país), huelgas de algunos sindicatos mineros y del gremio de los dueños de establecimientos comerciales.

Conseguido lo anterior, Washington ordenó al generalato y almirantazgo chileno dar el golpe final. Así llegó pues el día martes 11 de septiembre de 1973. El resto, de ahí en más, es historia conocida: Pinochet, la DINA, la CNI, las masacres, los robos, el desplumaje del estado chileno, la locura asesina de los ’hijos de la CIA’, el arribo del sionismo en bikini llamado los "Chicago boys", la construcción en Suramérica de una réplica del estado de Israel, etcétera.

Y así está hoy día el país de Neruda… convertido en una especie de réplica (de mayor tono, por cierto) de los bulevares de Miami ahítos de cubanos pertenecientes a la gusanería hipócrita e inculta, aquella que es una especie de escroto de las gónadas del imperio.

Al imperialismo todo lo anterior le resultó en Chile… sin embargo, en Venezuela, esa nación hermana despertada por Hugo Chávez que cuenta no solo con un pueblo altivo, organizado, instruido y dispuesto a defender sin ambages los avances de la revolución bolivariana, sino también con fuerzas armadas verdaderamente imbuidas en el alma democrática, defensoras del país, de su pueblo y de la Constitución y las leyes, el predador derechista y el escuálido sedicioso subyugados por el aceite fenicio que les regala el imperio norteño, comprobarán que la ‘vieja receta’ yanqui no tiene posibilidades de triunfar en la tierra libertaria, ejemplar y magnífica, de Francisco de Miranda, Simón Rodríguez, Simón Bolívar, Andrés Bello y Hugo Chávez.

Claro, pues Venezuela 2015 (petróleo, acero, aluminio, hierro, ganadería) no es ni nunca será -para los fascistas sediciosos de la ultraderecha continental - un terreno similar a Chile 1973. Eso, Barack Obama y el Congreso norteamericano, lo saben… y lo sufren, ya que hoy existen organizaciones supranacionales dispuestas a defender Latinoamérica a todo trance, a competir cara a cara con el expoliador foráneo… a luchar por una verdadera independencia y soberanía… todo lo cual señala a ciencia cierta que Venezuela no está aislada ni solitaria como lo estuvo Chile en 1973. Por el contrario, la tierra de Chávez cuenta con el apoyo irrestricto y la admiración de casi la totalidad de las naciones de nuestro hermoso subcontinente. La lucha del pueblo llanero marca el camino para toda la América Latina.



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Arturo Alejandro Muñoz


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