El regadío de Cumaná

Señores.

Hemos querido hacer propicia esta fecha (19-04-1942), para iniciar bajo sus felices auspicios una magna empresa en la República, porque de realizarse ella aquí tendría resonancias estupendas en los ámbitos nacionales por sus consecuencias fructíferas; y comprendo que habremos de requerir de toda nuestra fe, de un sostenido entusiasmo y de nuestra más firme voluntad de trabajo para alcanzar el éxito. Se trata del regadío de Cumaná...

“La Naturaleza tiende a la belleza”, es uno de los más originales postulados de la “Escuela Naturalista”, cuyo máximo representante, el genial filósofo británico Charles Darwin, para demostrarnos y convencernos de su doctrina nos convida a observar el cambiante panorama que ella nos presenta: Los rutilantes crepúsculos matutinos, las iridiscentes puestas de sol, la imponente conformación de las montañas, la multiplicidad de formas bajo las cuales se presenta la vida, desde el infusorio hasta el hombre, los variados tonos del verde en las plantas, la forma acicalada como se trajean las aves, los colores polícromos de las flores y sus fragancias sugestivas, y sobre todas esas maravillas, la del agua...

El agua que es el principio de la vida, el agua que brinda al mundo su linfa creadora, su imprescindible fecundidad. El agua que envuelve al planeta en sus mallas sutiles como para ampararlo del Dios Sol que crea y destruye... Y es de esa ofrenda magnificente de la Creación de la que vamos a tratar ahora...

Más no va a ser éste un discurso lírico como habrán supuesto ustedes al oír mi exordio, sino una exposición escueta de cuanto podríamos hacer los cumaneses con las aguas del Manzanares, contribuyendo con la Naturaleza en el embellecimiento de nuestra ciudad.

Es mengua de nuestro pueblo, mengua de los gobiernos regionales pasados, mengua de los Altos Poderes Nacionales que se han sucedido desde que existe la Primogénita del Continente, que esa corriente de aguas que va a hundir en el Caribe su potencia vital, haya venido despreciándose como cosa inútil, cuando ya los españoles, en la Colonia, quisieron aprovecharla, y cuando no es ni ha sido nunca un costo prohibitivo el que supone lanzarla sobre las miles de hectáreas de terreno que circundan a Cumana, para ponerla al servicio de este pueblo laborioso, cuyos nativos, en su mayoría emigran por no encontrar en donde ocupar sus brazos para el trabajo y ganarse el propio sustento y el de sus familiares.
Precisa contar forzosamente con la buena voluntad de todos para la realización de esta empresa, y la buena voluntad supone el enamoramiento de la idea, hasta el aporte efectivo de que nos sea posible disponer con destino a la obra. Del enamoramiento de la idea depende que nos convirtamos en catequistas de nuestros coterráneos para ese trabajo y del aporte efectivo, sea de la cuantía que fuere, está pendiente el que Cumaná vea cumplido uno de sus más antiguos anhelos.

Indudablemente que Cumaná tiene muchísimas y urgentes necesidades, eso lo sabemos todos, y sabemos así mismo que con los años que van cayéndonos encima, vamos perdiendo muchos hasta las esperanzas de ver realizadas algunas de ellas: El Hospital, el Mercado, el Teatro, el Puente en San Francisco, la Avenida del Manzanares, las cloacas la Casa de Maternidad, el Instituto Antituberculoso, la Casa Municipal, el Cuartel de Policía, la Policlínica, la Escuela de Artes y Oficios, la Escuela Comedor, los locales para escuelas, los locales para las jefaturas civiles de los municipios, etc., y en la mente de cada uno de vosotros estará forcejeando una de esas obras con mayor premura o alguna otra que yo no haya mencionado, porque “cada cabeza es un mudo”, como asienta el adagio... Pero ninguna de ellas reviste la trascendencia actual del regadío de nuestras feraces tierras circundantes de Cumaná.

Supongamos por un momento que esa obra está realizada, que está en actividad desde la época de la Colonia cuando los españoles iniciaron su construcción. ¿Cuál sería hoy la situación de Cumaná? No existirían los eriales de los municipios Altagracia y Ayacucho, tampoco los de Santa Inés y Valentín Valiente; canales de riego surcarían esas tierras de las que ahora se levantan lodazales, polvaredas que invaden nuestra ciudad, trayendo en sus ondas intangibles la suciedad y los gérmenes de las enfermedades aquí reinantes; corrientes cantarinas de agua genésica contemplarían nuestros ojos refrescando esas soleadas sabanas y miles de braceros que se ausentan de nuestros hogares estarían allí labrando la tierra y dándonos el producto de su labor provechosa a nuestra salud, a nuestra economía y al embellecimiento de nuestra urbe.

Es preciso que sepamos que por falta de ese regadío y lo mismo podríamos decir de los otros regadíos que reclama la república, se está extinguiendo la riqueza forestal. El hijo de Cumaná, agricultor, que no encuentra cerca tierras regables en donde fomentar su sementera, se sube al Turimiquire, esa altiva y prodigiosa serranía que protege al Manzanares, tala una montaña, siembra unos frutos menores y se pierde allí con sus hijos, restándose a la vida constructiva de la ciudad y contribuyendo a la desaparición de esas selvas de tan notable falta para el presente y para el futuro de este pueblo.

Para el año de 1920, si no me falta la memoria, llegó a esta ciudad recomendando por el Gobierno Nacional al de este Estado, un señor Zinmermann, alemán, de los alemanes que habían tenido que salir de las colonias alemanas de África, por mandato del Tratado de Versalles. Ese dicho señor Zinmermann trajo el propósito de establecer en Venezuela una colonia de alemanes con germanos aclimatados ya en los climas tropicales en su permanencia en el Continente Negro. En procura del terreno apropiado se internó en el vasto municipio Santa Fe al que recorrió todo, yendo a salir por Aricagua, en el Distrito Montes. Regresado que hubo a esta ciudad, de su interesante recorrida, visitó de nuevo al Primer Magistrado regional y entre las varias referencias que le hizo para ponderar las riquezas naturales de esa región despoblada, le manifestó haber atravesado una selva de cedros centenarios que calculaba él, y valga su testimonio, en más de diez mil árboles, cuya explotación científica, indicaba, bastaría para costear la instalación de la colonia y construir la carretera que habría de concertarla a un puerto de mar en el golfo de Santa Fe. Hoy no existe nada de esa selva porque todos esos cedros fueron talados para establecer conucos y de tan inmensa riqueza forestal restan allí, esterilizados, los rastrojos.

¿A quién culpar de estas desgracias patrias, sino a nuestra indolencia, a nuestra educación, a la herencia de imprevisión que llevamos con nosotros mismos? Porque los hombres que forman y han formado el Gobierno no son seres aparte, de constitución distinta a la nuestra, que por el solo hecho de gobernar van a trasmutar su naturaleza, sino que adolecen de nuestra misma apatía y, cuántos habrá que pudieran parodiar al Rey Luis XV, pronunciando la célebre frase: “Después de mí, el Diluvio”.

El riego de zonas adecuadas, a más del policía rural, es uno de los remedios eficaces que debemos aplicar contra la tala de nuestros bosques: aquí, en Cariaco, en Cumanacoa, en Carúpano, y en donde quiera que en el Estado sea factible ofrecer al conuquero el terreno y el agua que solicite para levantar su sementera, porque ellos mismos están viendo claro y comprenden que vale muchos más un parcela de terreno con agua en donde lo que siembra se cosecha, casi con toda seguridad, que no un mundo de tierras en las que se dependa de la lluvia, siempre problemática y más en estos tiempos en los que, alejadas las aguas por los desmontes, la mayoría de los años las cosechas son nulas. El regadío salvará las montañas y permitirá que nuevamente se forme nuestro tesoro forestal.

El proyecto de regadío ya estudiado por el Gobierno Nacional, en Cumaná, abarca una extensión de tres mil hectáreas, según se nos ha informado, de las cuales son mil ochocientas de propiedad particular, abarcando las charas y el resto pertenecientes a ejidos Municipales; y el aforo de nuestro río, en pleno estiaje, arroja un cifra de aproximadamente 260 millones de litros de agua, cada 24 horas. De realizar el Gobierno Nacional esa obra, con preferencia a cualquier otra, podrían fijar allí numerosas familias de campesinos, estabilizarse ese excedente de población que está obligado a ausentarse cada año del solar nativo en solicitud de trabajo hacia otros campos; y si de cierto queremos confrontar el problema de la destrucción de nuestros bosques realicemos los varios regadíos del Estado y comprobaremos como esa escasa población nómade que destruye la selva para fomentar conucos, sería absorbida inmediatamente para estas labores permanentes.
Empresas productivas de esa magnitud es lo que debe procurar hoy la mente del Gobernante, porque en un pueblo acomodado en el que todos tengan como llevar al hogar el diario sustento, el orden está mayormente asegurado, la salud sufre menos trastornos, la paz se torna en floreciente época que no en forzada sumisión, la vida social se hace más fecunda en creaciones, más armoniosa entre sus componentes, prosperan las artes, las industrias, las ciencias y la sana alegría de vivir retorna al ánimo de la comunidad.

Las empresas productivas devuelven con creces lo que en ellas se invierta, no tan solo en las rentas que crean, sino en la trasformación colectiva que arrastran consigo. Para ejemplo podríamos citar el Acueducto de Cumaná... El río Cancamure corría plácido desde su formación, improductivo y realengo por entre sus márgenes florecidas; pero el trabajo del hombre lo sojuzgó, lo puso al servicio de esta comunidad y hoy esa corriente nos está trayendo salubridad al hogar, posibilidad de pequeños cultivos a quienes aman los jardines y las huertas, disminución del polvo con algunas parcelas regadas en las sabanas de Caigüire, y una renta anual al Municipio, apta para emprender cualquier labor pública de regular importancia.

En esta hora angustiosa del mundo, cuando parece derrumbarse cuanto nos enseñaron a respetar y amar nuestros mayores como pautas morales de la humanidad y principios fundamentales de las relaciones entre los hombres, cuando las naciones mismas no saben cuál sea la suerte que el futuro les tenga reservada, ni el aislamiento en que podríamos encontrarnos con la perentoria necesidad de subvenir a nuestra subsistencia, es un deber ineludible que procuremos armarnos de la maquinaria aparente a ese fin, en resguardo de la vida del pueblo y de la tranquilidad de nuestros hogares. Por eso estoy señalando como la obra más urgente y de mayor trascendencia para Cumaná, el regadío de los terrenos que la circundan.

Porque el distrito Montes, granero que fue de Oriente, prodigio de feracidad en tiempos no remotos, se va esterilizando día a día con las talas, a ciencia y paciencia de sus pobladores y de las autoridades que lo han regido, sin que haya quien intervenga con el rigor y la tenacidad que el caso exige, para salvar esas regiones, si descontamos las recientes disposiciones represivas del actual gobierno.

Los ríos allí se desvanecen apenas asoma el verano, y los que perduran en tal estación disminuyen el volumen de sus aguas hasta volverse insuficientes para cualquier regadío. Consecuencialmente se reducen las haciendas, se achican hasta la medida que marca la cantidad de agua de que puede disponer el dueño. Se levanta así el gran problema agrario, que tantas calamidades públicas ha traído al mundo. Pronto vendrá la riña por el agua, por las hora de riego y quiera Dios que puedan evitarse atropellos por esa causa.

Un experto agrónomo me decía hace poco que en el Distrito Montes los vecinos de las ciudades tendrían que salir armados a cazar conuqueros, obedeciendo al instinto de la propia conservación de la vida, porque de continuar los destrozos que hoy se hacen de las montañas con verdadera furia, todo se esteriliza, inclusive esta ciudad, porque es en la cabecera del Manzanares, en el Turimiquire, en donde más se ha destruido. Estos ríos maternales: Neverí, Guarapiche y Manzanares dejarán de ser si no procuramos poner remedio a tan grave mal, y digo maternales, porque ellos han amamantado el comienzo de la vida de las ciudades de Barcelona, Maturín y Cumaná y prohijado la población de estas extensísimas regiones orientales. Y el remedio podría ser el regadío, tanto aquí como en Maturín y Barcelona y en donde quiera exista la posibilidad de verificarlo, sobre todo en Cariaco, en donde no menos de seis mil hectáreas podrían someterse a regadío a poco costo.

Para que se tenga una idea de esta eterna aspiración del pueblo cumanés, vamos a citar a Humboldt... Dice él: “El río Manzanares es de aguas muy claras, y felizmente no se parece en nada al Manzanares de Madrid... Se ha propuesto varias veces al gobierno, aunque siempre sin éxito, hacer construir una presa en el primer Ipure para establecer irrigaciones artificiales en el llano de las charas, porque a pesar de su aparente esterilidad es allí la tierra sumamente productiva como donde quiera que se auna la humedad al calor del clima. Los labradores que en Cumaná son generalmente poco acomodados, deberían restituir poco a poco los adelantos hechos para la construcción de la esclusa. En espera de la ejecución de este proyecto se han establecido norias, bombas movidas por mulas y otras máquinas hidráulicas de construcción bastante imperfectas...

Las orillas del Manzanares son muy placenteras, y están sembradas por mimosas, eritrinas, ceibas, y otros árboles de porte gigantesco. Un río cuya temperatura desciende, en la época de las crecidas a 22º cuando el aire está a 30º o 33º es un beneficio inapreciable en un país en el que los calores son excesivos durante el año entero, y en donde se desea bañarse varias veces al día...”

Ustedes podrán suponer que esto está escrito recientemente, o que le estoy yo arreglando un párrafo a mi antojo al célebre naturalista alemán, en apoyo de mi tesis; pero no es así, porque allí está la nueva edición de las Obras de este glorioso trotamundos, hecha por la “Biblioteca Venezolana de Cultura” y podréis comprobar la cita en su “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente”.

Indudablemente que es de tal actualidad lo que expresa el sabio, que no habría para que añadir nada más a su testimonio, a efectos de proclamar la urgencia de ese trabajo, la utilidad del Manzanares y la premura que se confronta hoy de dictar y cumplir disposiciones severísimas salvadoras de ese río cumanés.

El gobierno nacional que ya ha invertido en su estudio una suma considerable, el Gobierno del Estrado, la Municipalidad del Distrito Sucre y nosotros todos, en estrecha cooperación, deberíamos de emprender de inmediato esta obra, porque no podemos calcular hasta qué punto habrá de sernos útil en este desquiciamiento de la economía universal cuando es probablemente incierto contar con los mercados extranjeros.

Las posibilidades de Venezuela son múltiples, nadie puede negarlo; el futuro de la Patria se amplía ante la visión del movimiento vital del mundo al concertarse la paz; el petróleo sitúa a este país en la encrucijada de las más poderosas naciones, ya que, entretanto no se descubra otro combustible que lo sustituya será ese aceite el alma de la maquinaria moderna. Se intensificará el intercambio universal, los primeros reclamos serán por alimentos, productos de la tierra de toda especie, veremos invadidos nuestros mercados por solicitantes de esos artículos y así podemos ofrecérselos en condiciones y cantidades halagadoras, obtendremos las mayores ventajas y seremos los privilegiados.

Un hombre generoso, joven cuyo patriotismo lo eleva por encima de prejuicios retardatarios, preside hoy los destinos nacionales y con él, con su voluntad de crear una Venezuela mejor, debemos contar para esta obra de mejoramiento de Cumaná; un hijo del Estado, cumanés, deseoso, de hacer labor gubernativa trascendental, que deje su nombre en alto como ejemplo de virtudes ciudadanas, dignas de encomio, está al presente desempeñando la primera magistratura de Sucre, y en él debemos de tener fe y poner nuestra confianza para la realización de tan magna empresa; ciudadanos bien inspirados, hijos de Cumaná unos y otros radicados entre nosotros, amantes de este suelo, constituyen el actual Concejo Municipal de este Distrito Capital, y en ellos debemos cifrara también amplias esperanzas, para coadyuvar con toda energía y toda voluntad en la realización de este trabajo ya trazado y en el que nuestros corazones y los de cuantas generaciones se han sucedido en este solar procero, hemos fincado el más cálido ensueño de prosperidad. Los que actualmente habitamos esta ciudad gloriosa, merecedora de muy nobles destinos, no seríamos dignos del gentilicio de “cumaneses” si no ponemos nuestra más firme determinación en realizar esta obra, aportando a ella cuanto esté en nuestras posibilidades.

Un destacado cumanés, ilustrado periodista, Ramón David León, Director del Diario “La Esfera”, ha consagrado repetidos editoriales de su acreditado vocero a la recomendación de este trabajo, y con él es justo que contemos de antemano; con los cumaneses residenciados en Caracas y en todo el territorio nacional deberemos contar igualmente, porque todo hijo de este pueblo lleva en su mente el recuerdo imborrable de Cumaná y en su corazón, como lámpara votiva, el amor encendido que la tierra de Sucre parece que prendiera en nosotros con la prístina luz que nos abre los ojos al mundo al tener la fortuna de nacer aquí.

Para terminar insinúo la conveniencia de que esta asociación de Rotarios, formada por jóvenes de marcada representación y valimiento en todos los órdenes de la vida activa de esta ciudad, se constituya una “Junta Pro Regadío de Cumaná” y formule el programa de trabajos que habrán de iniciarse con el deliberado propósito de triunfar en esta campaña por nuestra amada tierra, en la que está empeñado en gran parte el futuro de nuestro pueblo.

Marco Tulio Badaracco Bermúdez





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