Dicto una conferencia en la Academia de Medios de Comunicación de la Universidad de Bratislava y me interrumpen los medios con la noticia de la partida de Eduardo.
Exagerados como siempre, ignoran que mientras nuestra Historia sea un cumulo de olvidos estará Galeano presente en cada llamarada de las Memorias del Fuego.
Eduardo revive en el fracaso de todos esos muchachos que sueñan ser futbolistas o beisbolistas y que de tanto perder las esperanzas terminan en ídolos.
Allá va Galeano en las academias de los autodidactas, en las galeras del ejercicio ilegal de la profesión, en las muchedumbres de quienes jamás tuvieron un título, ni siquiera de manejar.
En tanto el bloqueo perdure extendiéndose más allá de la pesadilla del medio siglo, allí estará Eduardo en la desvencijada oficina habanera de Prensa Latina arrojando con su honda los guijarros de la verdad que derriban mentiras gigantes.
No es difícil reencontrar a Galeano en la cola de los exiliados a quienes nunca renuevan la visa, en la fila de los deportados, en el tumulto de los expatriados que mueren de nostalgia.
A Eduardo se lo ve después de medianoche en las imprentas de las publicaciones críticas que van a ser clausuradas y de las revistas que las juntas golpistas no dejaran sobrevivir.
No busquen a Galeano en las rumbosas exequias. A lo mejor anda de nuevo metido en la selva venezolana con los buscadores de oro, tratando de encontrar el paludismo fulminante que en una ocasión casi se lo lleva.
Galeano estará allí mientras los presidentes del Imperio asistan a las cumbres con temor de que algún Hugo Rafael les regale un libro de Eduardo.
Mientras las torrenciales venas abiertas de América Latina sigan sangrando dividendos para las transnacionales y miserias para los nacionales, habrá siempre un Eduardo que intente suturarlas.
Galeano perdura cada vez que a fuerza de tachaduras se simplifica un párrafo y gracias a una laboriosa paciencia se logra que una frase parezca espontánea.
Eduardo flota en la tristeza de las ciudades puerto que exportan riquezas e importan Cartas de Intención y modas culturales.
Galeano anda en la ruta de los Nadies, en el sendero de los Ningunos, en el calendario de los Nuncas, en el catastro de los Nadas.
Eduardo madruga para chapotear en el mar de Macuto antes de tomar el autobús que lo amanece en Caracas o el tranvía que lo deja en Machu Picchu.
Cuál vía de América no se habrá hecho Nuestra gracias a Galeano, que injusticia no habrá denunciado, que Judas no habrá quemado con el resplandor de la palabra.
En cual línea de escritor que asume el compromiso no quedara algo de la mirada celeste de Eduardo.
De cual escrutinio sobre América Latina y el Caribe podrán proclamarse ausentes las cavilaciones de Galeano.
No desecha el peregrino ningún sendero, ni descarta Eduardo las vías del cuento, de la novela, del reportaje, de la Historia, de la poesía, del ensayo, para tejer la red infinita que abarque la dimensión continental de sus pasiones.
No permite Galeano que la gravedad y la densidad de esas pasiones lo alejen del capricho del futbol, recordatorio de que la vida es juego, de que la trivialidad de la patada no excluye la gracia del cabezazo ni la plenitud del gol.
Nació Eduardo con un defecto congénito que no le permite voltear hacia el pasado sino para vislumbrar el futuro ni aislarse más que para sentir la compañía de la innumerable humanidad.
Una nefasta tarde de martes llueve y caigo en un pesado sopor. Despierto y en el correo electrónico Eduardo que nunca duerme me envía un abrazo solidario porque se entera antes que yo de que Hugo Rafael ya no nos acompaña.
Galeano sigue con nosotros mientras deseemos la Utopía. Cada quien es tan imperecedero como el proyecto que asume. La patria de Eduardo y de todos los latinoamericanos y caribeños es el futuro: allí nos encontramos y nos reencontraremos, por los signos de los signos, en el titánico símbolo que por fin nos exprese y nos una.
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