Ramón Palomares 80 años de poesía

El 7 de mayo de 1935, la poesía, los dioses y el reino asistieron al conjuro de una nueva vida: la del poeta andino venezolano Ramón David Sánchez Palomares. En su pueblo natal, Escuque, estado Trujillo, la neblina de los cerros, las azules praderas de Pan de Azúcar, la tranquila gente y la invisible presencia de la diosa indígena local Icaque, habrían de sedimentar en este singular poeta, el sentimiento de la tierra y la magia de la palabra.

Este 7 de mayo de 2015 se cumplen los 80 años de esta vigilia deslumbradora, de este hacerse venezolano desde la entraña de un tiempo histórico signado por la humildad y la dignidad, por la sabiduría y la meritoria grandeza de una voz poética singular y nuestra, como la que más. Quiso la vida que el gran poeta escuqueño iniciara sus primeras experiencias docentes en la Porlamar de la segunda mitad de la década de los años cincuenta, por una sencilla vocación suya de buscar el sol, según me ha confesado, después de recorrer tantas veces los predios de Macuto y de todo el litoral central. Por ello, es un honor celebrarle sus ocho décadas en este terruño insular, en esta isla de Margarita que le es tan entrañable, donde se encuentra en breve pasantía de un mes, rodeado del afecto de sus amigos, para realizarse algunas terapias orientadas a fortalecer su sistema motriz.

Su humor, sus conversaciones, su lucidez y su espíritu ganado para la reflexión y el sentir nos motivan a brindarle la más grande hospitalidad y colaboración. Diversas instituciones hacen lo propio, desde el Ministerio del Poder Popular para la Cultura hasta la Editorial El Perro y La Rana, la Fundación Biblioteca Ayacucho, el Gabinete de la Cultura del Estado Nueva Esparta y la Unearte insular, entre otras. Los poetas también lo celebramos y acompañamos. Gustavo Pereira, Enrique Hernández D´Jesús, Tarek William Saab, William Osuna, Carlos Duque, Pedro Ruíz y quienes vivimos en esta isla de sol y viento, de leyendas heroicas y poesía, entre otros afectos del poeta Palomares, estaremos en el recital poético conmemorativo, a celebrarse el viernes 8 de mayo de 2015 en la ciudad de La Asunción, con galerón y fulía, con punto del navegante y gaitón. Por lo tanto, invitamos a todos los poetas, escritores y demás cultores populares que nos quieran acompañar en esta humilde y humana velada poética.

No en vano Ramón Palomares mereció elogios de Pablo Neruda siendo aún muy joven, y de poetas mayores del país como Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez y Adriano González León. Su obra toda transfigura su encuentro con los hombres, las voces, las vivencias y el tiempo de su tierra. Como pocos, ha hecho del gentilicio andino la comunión del espíritu americano con su ámbito propio, sin negarle un ápice de su vastedad y de su misterio. Quizás porque su pueblo Escuque fue de estirpe guerrera, donde los caciques vestían sus plumas con neblinas y sangres de moras. De hecho, en dialecto cuica "Skuke" (por traslación Escuque), quiere decir "Lugar de plumas". Un coterráneo suyo describe el pueblo así:

Es un pueblo de poesía, de hombres que fabulan, de mujeres que amasan maravillosamente el barro (...) Es un pueblo misterioso, de origen brumoso, de lluvias que lavan las calles, de meses secos que juegan al sol de los venados, de noches arropadas por la neblina y de días taciturnos que hablan del tiempo detenido (...) Es un pueblo de artistas, músicos, galleros, jugadores, humoristas, un verdadero valle milagro y fiesta (...) Nadie a ciencia cierta sabe su engendro, sus albas, sus auroras (...) En ese valle de jumangues, caotes, albahaca, tulipanes y narcisos, estuvo Diego García de Paredes en 1557 para fundar Trujillo de Salamanca, pero sólo tuvo que recurrir a las ceremonias porque desde hacía mucho tiempo había eclosionado una población de indios llamada Escuque.

Palomares, confeso, añade desde lo hondo y lo sentido: "Escuque subsiste en mi raíz, es un bello enclave, amo la maravilla de sus caminos, de sus rutas, de su fauna, donde hay el eco, el retorno al tiempo ido". Por eso su poesía es esencia e imagen de un contexto autóctono, sensibilizado mediante el lenguaje propio, común, de sus hablantes naturales, con una fuerza viva y reveladora. Su nombre, su huella, sus latidos y sus patios de coloridas flores y fragancias tienen majestad sencilla pero encumbrada, silenciosa algarabía de riachuelos y colibríes, de rumor de voz al amanecer. Su amistad es otra grandeza. Viejo lobo sapiente, alto pájaro en el vuelo de Los Andes y las llanuras, a menudo pisando el mar cercano a Cubagua, a ratos escapado hacia la extensa cordillera que lleva al Sur profundo; siempre paseándose en los cielos en todo su esplendor mientras mira la luna comer maíz, como un dios.

Dos acontecimientos permiten columbrar la poesía de Ramón Palomares en lo inmediato del tiempo, durante el año 2006. Uno, se le distingue con el Premio Internacional de Poesía "Víctor Valera Mora" por su innovación formal, originalidad, tensión telúrica y "fresco" manejo de lenguaje, según el veredicto. Cuatro categorías valorativas que devenidas del extraordinario ser humano que es Palomares significan la suma de muchas horas-hombres arrebatas al delirio de la lectura consumada, a la búsqueda entrañable del paisano, a la copiosa alforja de los papeles íntimos desechados una y otra vez, a la mirada concentrada sobre ríos y valles con olfato antropológico, y a su finura y elegancia al tratar con esa materia mágica e infinita en su hechura, la lengua de Castilla. Y dos –y no en menor sentido de trascendencia—, se le honra y reconoce dignamente en la Biblioteca Ayacucho con su obra Vuelta a casa (2006), con prólogo, cuidada cronología y bibliografía de Patricia Guzmán (siempre estudiosa y acuciosa, entregada y certera en estos menesteres de la buena poesía y los estudios serios), con notas de Víctor Bravo. De El reino (1958), Honras fúnebres (1962), Paisano (1964), Santiago de León de Caracas (1967), Adiós Escuque (1974) y Alegres provincias (1988) hay muestra abundante de poesía singular, enraizada en el mismo corazón de América desde lo más del corazón, como gusta decir el mismo poeta Palomares.

De las características atribuidas a Palomares, ninguna ha despertado más interés que la del tratamiento del lenguaje. En él se vierten vida, muerte, tiempo, hombre, eternidad, historia y poesía, de manera coexistente, inseparable, a menudo llevado por cierta vertiente narrativa, como lo advirtió Jesús Sanoja Hernández: "una corriente lírica centrada en el tono narrativo, en la oralidad, suerte de voz tomada de la palabra del hombre silvestre, de su diálogo con las cosas y la presencia de la tierra". De ahí que el orbe poético de Palomares esté nutrido de grandes significados universales, trascendiendo las esferas de la propia experiencia para asumir un carácter de símbolo nutrido en lo infinito de su mundo particular, edificando imágenes que se entrelazan constantemente con elementos de magia, de fábulas, de mitos, de religión, de muerte y esperanza, pero con gran cuidado en la invención de los tonos y matices que le dan el grado de pertenencia con ese medio propio. También lo familiar, en su estado puro y en su pureza humana, tiene un valor capital para el poeta.

Por medio de la mitificación del paisaje Palomares logra la recreación de los sentidos, lo que le sirve de instrumento para mostrar al hombre, con ese lenguaje franco, espontáneo, como actos sinceros de su mundo. También es característico de su poesía el uso pronominal del plural, con recurrencia al nosotros para llevarnos a una unidad de sentido entre lector y poesía, pero igualmente a la aceptación de su propia voz, a su habla, logrando así penetrar el eje de lo colectivo. De ahí que Sanoja Hernández reconociera en Palomares los usos de consejos y leyendas, de creencias mágicas, el lenguaje coloquial, el uso de arcaísmos, la expresión popular, las transcripciones fonéticas, la enumeración de la flora y la fauna andina y el uso natural de los diminutivos. Y fueron estos matices lo que sorprendieron a la poesía nacional de los años sesenta y setenta, valiéndole a Palomares el Premio Nacional de Literatura en 1974. Quizás como gesto de gratitud, de identidad, de comunión con el espacio geográfico, Palomares ha dedicado al menos tres libros a las ciudades donde nació, estudió y trabajó; esto es, Escuque, Caracas y la Mérida de Venezuela. Igualmente han estado en su temática Garcilaso, Píndaro, Homero, Virgilio, Dulcinea del Toboso, Bolívar, Humboldt, el Popol Vuh, la poesía nahual y quechua y todos los grandes clásicos de la literatura universal. Bien mediante cierta intencionalidad nostálgica, de la evocación, de ese volver los ojos al pasado, bien mediante el rescate de lo ancestral, el realismo mágico de la poesía de Palomares es un tema aparte en la tradición de la mejor poesía venezolana contemporánea.

Como en la tradición garcíamarquiana, hay un apego a lo americano, a su magia natural, a esos personajes y creencias que pertenecen a su espacio. Por esos tonos conversacionales, orales y plurales, se distingue a Palomares como poeta cultor del realismo mágico en la poesía americana, tal como lo plasmó en acucioso estudio María Elena Maggi. Conjuga su palabra el canto, la celebración, el reino de este mundo, pero también el dolor y el destierro de esta tierra ancha y lejana, en medio de una realidad que resulta transformada líricamente y líricamente vive transformándose en sí misma. Como reflejo de esas búsquedas reveladoras del poeta, cuando se iniciaba en el campo mágico de su mundo lírico, dos poemas suyos escritos en 1955, "Pequeña colina" y "Presente", son testimonios de ese portento de las imágenes y del tono de su voz, mediante ese cuidadoso encantamiento que hace del lenguaje.

Como poeta andino, cercano al Caribe, y tal vez como reflejo de su estancia en la isla de Margarita, durante su juventud, hacia 1957 y 1958, Palomares hace del sol un símbolo constante en su poética, así como la luz –lunar o solar—; las nubes –neblinas y páramos—; los árboles y lo mítico conjugan valores relevantes en su palabra. Sin duda uno de los más destacados poetas contemporáneos, y exponente singular dentro de la tradición de la modernidad literaria venezolana de la segunda mitad del siglo XX.

CINCO POEMAS PARA LEER A RAMÓN PALOMARES

JUAN LEÓN

Metete vos en el caldo, Juan León,

Juan León

que no hay nadita qué comer,

que descasea la carne y la yuca y las alverjas,

metete en la olla y hacete humo

aunque sólo tengás huesos y pellejo y dos dientes de abajo

Juan León.

 

Olleta, cocélo bien,

cocélo que ya le vamos a echar sal,

con la candela sale el humito, por la boca

sale el humito.

__"Juan León:

Acordate cuando estabas por el monte

que cortates hojas de bijao,

que te metites por los zanjones,

ay Juan,

te picó la mapanar,

no te pudiste parar más".

 

Andate por las montañas, humo,

por la cuesta de las canciones, humo,

por el cielo azulito.

Llevame humo,

llevame ruido de la candela

llevame a Juan León,

nubecita.

__¿A qué te sabe el caldo?

Me sabe a muy salado, me sabe a piedras y a palo santo,

me sabe como a tierra, como a hoja de ocumo,

a leche de cambur.

Andá ve que el viento se llevó la troja.

Mirá que el sol se está comiendo los zanjones,

que la tierra se está cuarteando.

¿Cómo que se fueron todos los de esta casa?

¿Cómo que ya desaparecieron todos los corotos y el olor

de todos?

Dejáme ver, humo.

Dejáme ver, viento.

¿Qué se hizo la casa de Juan León?

 

EL PATIECITO

Me dijo mi padre el Dr. Ángel

---Qué haces Rómulo?

---Estoy desyerbando el patiecito

voy a sembrar

Pero...

¿A dónde está lo que te dí Rómulo?

De qué estás viviendo?

---Bueno soy escribiente padre

Escribiente.

---Entonces

No fuiste lo que yo soñé

---Ay padre

lo que soñaste se lo llevaron las aguas

Ahora sólo hay malezas

Malezas ¿ves?

Estoy limpiando el patiecito.

 

ISMAEL

Sos el ánima de Ismael,

sos la rueda de candela,

sos la mujer de las tres gallinas sobre los hombros.

Te damos vueltas,

te damos vueltas en la noche,

son las nueve pa date vueltas,

son las nueve de la noche, las nueve de los dobles fuertes por la noche,

las nueve pa que descanses,

pa que te metas en los árboles, pa que sacudas los aleros.

Ánima de Ismael

decí dónde están los cobritos, dónde pusistes la busaca,

dónde metites los cobres ánima de Ismael.

Donde alumbrés con más brillo,

donde mostrés un deslumbre de machetes,

donde corrás con un candil en la mano.

Te vimos llegar y te sentaste en el patio

y te quejabas.

Vos que sos un ánima, Ismael,

vos que nadás por la neblina,

te escuchamos.

A ver, a ver,

te vamos a dar el descanso, te vamos a dar

la rosa que lleves al cielo,

estrujaremos toda la tierra, Ismael,

romperemos la casa y la huerta y los potreros, Ismael.

A ver, Ismael,

decínos dónde está

antes que llegue la mañanita.

 

ABANDONADO

Ay, que no tengo un patio para asolearme,

que no tengo cuarto,

que no tengo ni una ventana;

yo que tenía tantos patios con limones,

tantos naranjos,

tantos zapotales;

que era rico, que tenía animales en casa,

que me acostaba en el café y me reía y me ponía rojo de reír

y me estaba bajo las matas oliendo el monte,

pero ya se me fue,

ya me quedé solito,

ya el sol me dijo que no.

---¿Y qué vas a hacer ahora? –me dijeron los gallos---,

ya nosotros nos vamos, ya te dejamos,

aquí no nos vamos a estar.

Voltié de la cama y miré

y me dijo la cama que se iba,

y quedé en el suelo y me dijo el suelo: ---Me voy,

y quedé en el aire

y me dijo el aire: ---No te sostengo,

y me quedé en los naranjos y los naranjos me dijeron:

---Nosotros nos vamos.

Yo que tenía tanta luz,

yo que me vestía con lunas

y tenía la fuerza en mi nuca.

Una vez me vi en las montañas como piedra encendida

y tenía coraje y vigor,

ay, que me metí en la niebla, que estoy apagado:

---¿Qué se me hicieron las casitas,

qué se me hicieron?

Yo tenía tanto ganado que se veía

como un pueblo

cuando llegaba,

y se veían montes en el polvo

y se entusiasmaban los días, y era que tenía

tantas casas que cada sueño lo vivía en una y no se me acababan.

Hasta que me fueron dejando

y fue esa luna roja, esa piedra negra,

esa rosa que me venía iluminando, iluminando.

 

PEQUEÑA COLINA

Pequeña flor blanca eres,

 

así te llamaría quien va a casarse.

Pequeña colina eres,

así te nombraría quien caza perdices.

Pequeña taza de oro eres,

así te llamaría quien beba licor.

Pequeña corriente de leche eres,

así te diría quien lave su cabeza bajo el sol.

Pequeña colina que duerme.

Pequeña colina echada como una gallina.

Pequeña colina como una cabeza de plata.

Pequeña colina como una fruta que orea.

Ponte cinco flores en el cabello:

Flor roja para tu alegría, para sonreír.

Flor azul para tu amor, para abrirte los senos y darlos.

Flor morada para llorar como una llovizna triste.

Flor amarilla para cantar con la luz.

Flor blanca, flor blanca, flor blanca,

esta última para que una ilusión ande en ti como la nube.

No hables de tristeza tú, pequeño malabar,

oye la luna comer maíz,

oye las estrellas picar las hojas de guamo.

No bebas la leche de un árbol triste,

mira correr los perros de caza,

bebe agua en el arroyo, lejos, donde van los perros de caza.

Pequeña, como las piedras de los ríos tú eres;

tú pintas el poblado de rojo pequeña colina,

tú eres como un ave para enjaular,

tú cantas y tu boca brilla por tu canto pequeña colina.

Como el manto de la serpiente coral

así de bella eres.

Así como el vestido de la orquídea blanca

tú eres de amorosa pequeña colina.

Y te llamarán como una pequeña loma

y en ti pondrán una bandera dulce y tierna.

 

PRESENTE

Díjome que le trajera una serpiente,

la quiere ondulante para jugar

y aprender odio en sus colmillos.

Para ponerla en sus tetas la quiere

Y que ella sueñe enrollada

como los picos de aquellas.

Díjome que la quiere coral

para ponerla en su cuello de árbol

y parecerse a los oscuros bosques.

Para que enrolle su garganta, me dijo,

y su bello color entrega mis ojos

muy mansos y silenciosos como perros.

Díjome que la quiere armada, siempre,

como su sexo, como sus caderas en el aire,

como sus piernas chorreantes de veneno.

Para colocarla en el vientre cuando se acueste

y que ella sorba del bello ombligo

y haga su nido allí como un pájaro extraño.

Díjome que le trajera una serpiente

que tenga un sueño por dentro

para gozar cuando la noche sea más negra.

Para aprender el amor de la muerte, díjome,

y para aprender las caricias del viento:

"Tráeme una bella serpiente", díjome.



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José del Carmen Pérez


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