La inesperada y elevada concurrencia de venezolanos, el 28 de junio de 2015, para elegir a los candidatos del Partido Socialista Unido de Venezuela PSUV, a las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, fue una manifestación de la conciencia del pueblo, acerca de quién es el autor de la guerra económica, violencia e inseguridad, desatadas para desacreditar y derrotar electoralmente a la Revolución Bolivariana o justificar una sublevación social, tras la cual ocultar el derrocamiento del gobierno.
La manipulación mediática no logró engañar a la mayoría de los venezolanos y ante otro fracaso en el intento de restablecer su dominio sobre Venezuela, la respuesta del imperio fue la provocación del gobierno de Guyana, para crearle a Venezuela un conflicto que derive en una guerra, como también intenta desde Colombia, con el propósitos de intervenir en esa guerra y: 1º Acabar con la Revolución Bolivariana; 2º Desintegrar territorio y nacionalidad venezolanos; 3º Controlar esa región, al sur del Orinoco, donde Dios dispuso tantas riquezas naturales y la fabulosa Faja Petrolífera Hugo Chávez en la ribera norte; 4º Separar políticamente el occidente venezolano.
Para sus fines, el imperio desarrolla una suerte de Operación Mandril, fuerzas imperiales en tres ángulos de la frontera venezolana, mercenarios en las ciudades que ejecutan la violencia delictiva, y cuenta con un aliado europeo, nuestro vecino al norte, interesado en restablecer sus antiguos privilegios petroleros. Sus paramilitares, disfrazados de soldados venezolanos, se constituirán en falsa fuerza militar opositora, para esa confrontación entre hermanos, que facilitará la desintegración de nuestra identidad.
La Venezuela republicana nunca estuvo tan gravemente amenazada, tampoco tan preparada y su pueblo tan consciente y decidido a preservar su libertad; Maduro demostró la capacidad que motivó a Chávez a proponerlo como presidente; evitó, hasta ahora, que la guerra económica tenga el efecto que tuvo contra Salvador Allende, derrotó uno tras otro estallido de violencia guarimbera y soslayó la provocación del gobierno de Guyana, con la vocación pacífica y legal de Venezuela. Sinembargo, la amenaza imperial va más allá del Territorio Esequibo y de la derrota de la Revolución que él lidera, el fin del imperialismo, insisto, es la desintegración de Venezuela.
Aún y cuando la oposición derrotara electoralmente a la Revolución, u otro golpe de estado tuviera éxito, la lucidez, coraje y fortalecimiento de su identidad y valores históricos han convertido a Venezuela en la mayor amenaza para el dominio imperial de la América Latino Caribeña; de tal grado que, su determinación es acabar con nacionalidad e integridad venezolanas. En los albores de una guerra mundial, con epicentro en el Oriente Medio, es obvio el interés del imperio por controlar el petróleo de esa región, como también el venezolano, antes de enfrentar a Rusia y China. Otro de sus pasos, hacia esa guerra, fue la elocuente reacción imperial, tras el referéndum celebrado en Grecia el 5 de julio, con la inmediata arribada de un poderoso buque estadounidense al Mar Negro, el 6 de julio.
En el vínculo espiritual con su pueblo y en la fe en Dios Todopoderoso que caracteriza a éste encontrará Maduro la fortaleza para conducirnos hacia otro triunfo contra el imperialismo y derrotar a la mayor amenaza que hayamos enfrentado; el momento y las circunstancias que envuelven a esta amenaza exige profundas reflexiones y compromiso de todos los venezolanos, para preservar nuestra libertad e integridad, frente a la determinación de destruir nuestra nacionalidad. Meses atrás sugerí la inclusión e instrucción militar de nuestros pueblos aborígenes, para la defensa de sus espacios territoriales; me refería a nuestros pueblos de la Amazonía, por los hechos que motivaron la sugerencia, pero en mi pensamiento estaban presentes también nuestros combativos pueblos aborígenes de la frontera occidental; me pregunto ¿habrá en el Gobierno quién preste atención a sugerencias como ésta?