El papel higiénico o el fantasma de la raya amarilla

El Cercano y Lejano Oriente le enseñó a los occidentales (específicamente a esa sociedad de porquerizas emergida del mediogüevo, que fueron los anglosajones), las bondades del agua corriente, sobre todo en el alivio del bochorno derivado de las urgencias fisiológicas. Y eso lo aprendieron los asiáticos, de la simple observación de la naturaleza, de donde proviene ese sabio proverbio que dice: "Agua que no haz de beber, déjala correr". Mas aún si es aquella con la que te aseas. Los europeos, descuidados a la hora de la higiene (cuando la practican), lo hacían con la poca agua de la que disponían, y esta era estancada, y por supuesto, servida. El baño se reducía a una ponchera de agua reciclada, es decir, de agua sucia.

Para esa oscura época, Inglaterra olía a mierda por los cuatro costados, pues las excretas eran exhibidas a flor de calles, esquinas, veredas y caminos, no solo porque fuesen desechadas allí tras la liberación del cuerpo del delito, sino porque eran depositadas en esos sitios, directamente por la boca de la fábrica de churros, en una buena proporción, a la vista de la coprológica sociedad, y es que la mierda deambulaba con sus progenitores a donde estos iban, tanto a los aposentos menesterosos de la intriga por la sobrevivencia, como a los salones íntimos, donde degustaban el confabulador té, en medio de la creciente competencia por la acumulación de bienes materiales, aunque estos apestaran a pupú.

Todos sabemos que la higiene, tan cultivada tempranamente por hindúes, persas, griegos y romanos, se extravío en la edad media, pero también sabemos que el medioevo solo existió en la geografía en la que posteriormente nació lo que hoy conocemos como el hegemon occidental. Luego, cansados de ocultar la mierda tras los perfumes, iniciándose en eso del "universo de las simulaciones", aquel que sustituye la realidad, creando los fetiches con los que hoy dominan el mundo, industrializaron el "papel de culo", mejor conocido por razones de mercado, como papel higiénico, el que hay que restregárselo en el ano tantas veces sea necesario mientras el fax esté mandando tinta, como diría, Del Guácharo, (Er Conde).

Ya se ha hablado suficientemente del tema: La mejor técnica para limpiarse el trasero, especialmente después de defecar. Soy de la opinión de que hay que lavarse el rabo con agua y jabón cada vez, por aquello de la higiene, más que por la formalidad de la limpieza. Me parece que el papel, sea cual fuere la característica que tenga, si es seco, no hace más que retirar el deshecho solido untándolo en la zona del periné o el popularmente "nie" (ni es culo, ni es…) y más allá.

Lavarse ese culo como debe ser, sin que ello signifique que lo manden a uno largo al carajo, sino por respeto al templo del alma y la ejercitación del sentido comunal, implicaría disponer de suficientes espacios idóneos para las multitudes, en donde estas se desenvuelvan, ya sea en espacios laborales, formativos, recreacionales, deportivos o de simple ocio; equilibrados o atenuados por la disciplina a la que debe someterse el animal social que somos, es decir, culturizar al cuerpo para poner la cagada justo antes de la ducha, mañanera o vespertina.

Los que hemos vivido largos tramos de nuestras vidas en parajes no urbanizados, es decir, en el monte, sabemos que el papel en estos lugares es extremadamente escaso, casi inexistente, y todo el papel que pasa por el culo, después de evacuar, de alguna manera ha sido usado, la mayoría por la escritura, y paradójicamente entre más cultivado es el dueño del culo en cuestión, más propenso a irritaciones y complicaciones hemorroidales, especialmente por las trazas de tinta. Allí es altamente estimado el papel crudo de las bolsas de mercado por su capacidad de arrastre. Es inocuo, el glasé de las revistas, desliza las excretas sin adsorberlas y los conos que se forman al arrugarlo, rasgan y desordena los rayos.

Ahora ¿Quién nos obligó a limpiarnos el culo con papel? ¿Por qué el papel sustituyó el agua? No abrumaré con más explicaciones de las que ya se han dado, pero todas regresan a las arcas del dios mercado que tampoco inventamos nosotros. Lo cierto es que todo esto va a parar también al torrente de los usos, estilos y costumbres, y configura una cultura devenida, igual que todo lo demás, en ajena. Una cultura sucia, asquerosa, donde el frenazo en los interiores, es inevitable: amárelo cuando es fresco, y amarronado, tarde en la noche como el fantasma de lo que una vez fue la raya amarilla, la que impregna la ropa con una clase de olor, lástima que la tecnología no haya facilitado la posibilidad para que puedan percibir en este momento, su narcótica inhalación, pues es inevitable no apartarse de la cara una prenda de estas, o por lo menos no volverla a oler, buscando en la profundidad de su aspereza, el seductor hedor de la mierda, cuando esta es lejana.

Y si ello es así, donde el tener papel higiénico es tan o más importante que tener Patria, pues no tendrán Patria, pero tampoco tendrán el fundillo limpio, así se tenga el papel o las toallitas húmedas a granel. Al final somos culturalmente unos culicagaos, con la ilusión y la apariencia de estar y oler a limpio.

Ciertamente, la cultura se puede transformar, para mejorar, para progresar, para avanzar, y todo pueblo tiene la posibilidad cierta, de inventar la cultura que lo libere; sobre todo, de taras tan aberrantes como las legadas por la oligarquía europea. En fin, tener Patria abre las compuertas para inventar nuestra cultura, entre ellas la de de nuestra higiene, sin depender de monopolios que puedan escondernos ya no el papel para el ano, sino la práctica del aseo.

El chavismo es emancipación cultural.



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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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