Grito llanero

Por la moralización

Es lógico que en momentos de batalla cruenta algunos espíritus sientan desfallecer su ánimo. El asedio en todos los frentes, las penurias, las miserias humanas propias o ajenas, la mentira incesante del enemigo y la lectura desesperada que se les dé, pueden lograr que el soldado empiece a revisar sus creencias, a mirar de reojo a sus mandos y a desconfiar de sus compañeros.

Si eso sucede, el enemigo va ganando.

Porque si en cualquier guerra la primera víctima es la verdad, es el ánimo en las tropas quien define el saldo final de la guerra y, más aún, la posibilidad concreta de mantener el poder mediante ella conquistado.

La gesta de los pueblos vietnamita con Ho Chi Minh y del cubano con Fidel Castro son ejemplos contundentes y lecciones históricas para estudiar de manera permanente. Nos enseñan, por ejemplo, que no hay poder en el mundo imperialista que pueda contra un pueblo alzado y movilizado.

Acumular fuerzas, moralizar a nuestras tropas y desmoralizar a las enemigas es lo que pauta el librito de la lógica de la guerra que nos toca librar y que, por cierto, como suele suceder con las causas justas, no escogimos porque queremos vivir en paz.

Es deber del dirigente moralizar a las tropas. Y es dirigente todo aquel que cumple una tarea para el partido revolucionario, ilustraba Lenin. Ya sea para comandar una columna, o pintar unos murales, o preparar un sancocho de gallina para los chamos. Y el primer paso a dar es moralizarse a sí mismo, revisar si sus ejecutorias son éticas y revolucionarias sin apelación ni debilidades humanas y proceder a predicar con el ejemplo. Porque la razón moral no se puede perder. Nunca.

Seres superiores en medio de grandes adversidades comprendieron su papel como individuos en la Historia. Bolívar, flaco y enfermo en Pativilca, dice con energía desde el saco de huesos que es su cuerpo, que va a triunfar. Fidel, preso y vehemente, esgrime ante quienes juzgan su asalto al Cuartel Moncada que la Historia lo absolverá y Chávez, luego de ver morir a compañeros, preso y sin destino da los buenos días a su Patria y explica que "por ahora" los objetivos no fueron cumplidos. Todas, proféticas palabras de comandantes que se irguieron sobre el infortunio para liberarse con sus pueblos.

Pero ¿qué pasa en la conciencia de alguien que se va por el barranco de la desmoralización? Depende de su nivel de fortaleza espiritual, de la formación política que lo lleve a tener claros los "porqués" de la gesta socialista mundial y del medio donde se encuentre, con sus interlocutores.

Para el hombre mediocre es fácil abjurar de las creencias que falsamente compartió y mandar al carajo su proceso político: unos brincarán la talanquera haciéndose traidores; otros se desmovilizarán y guardarán silencio, claros en su infamia.

Los confundidos, si logran saber que lo están, esperarán orientación y a ella someterán sus decisiones.

Los comprometidos asumirán el destino adverso si lo hubiere, como héroes griegos en el sentido exacto del término, y lucharán encarnizadamente por cambiarlo. Esos, como lo apunta Bertolt Brecht, son los imprescindibles.

Hoy, cuando se sufren penurias como pueblo que provocan desconcierto, tenemos el deber de erguirnos moral, intelectual y políticamente para demostrar que los ataques provienen de una fuerza externa que secularmente pretende oprimirnos; que ninguna flaqueza propia desvirtúa la idea poderosa del Socialismo y que si el imperialismo internacionalmente y la burguesía nacionalmente atacan al chavismo, es porque estamos en el camino correcto.



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