Hollywood: "La guerra soy yo"

Pareciera el título de un largometraje taquillero, pero la realidad es otra. Justo a mediados de los noventa, un afamado estudio de cine estadounidense, proyectó desde su departamento de mercadeo y nuevos negocios (a futuro), filmar una larga saga de películas bélicas de alto presupuesto, con la idea base, de adelantarse a los acontecimientos que se avizoraban para el nuevo milenio, recreando de la forma más natural, los dantescos escenarios que la política exterior norteamericana produciría sobre el planeta, y cuyo fin último era (el del servicio exterior), modificar el mapa del mundo, con especial incidencia en un estratégico grupo de países del medio y lejano oriente). Tal proyecto había sido emprendido con un casi nulo porcentaje de riesgo en todos los sentidos, dado el poderoso lobby que ejercía la oficina de investigaciones financiera de la productora, en los corrillos de la comunidad de inteligencia norteamericana, de donde obtenía, para la fachada legal del asunto, toda la información sensible del tema, habida y por haber. Las cintas necesitaban abundantes locaciones de ciudades sumergidas en la violencia, el caos, la periferia y las ruinas; desastres típicos de la postmodernidad, convertidos en icono de las urbes del futuro. Imágenes de los modernos promontorios de escombros, producto de los bombardeos indiscriminados, capaces de demoler el hormigón más grueso y pulverizar los bunkers más profundos, confundiéndolos con las montañas de edificios derruidos y las clásicas ruinas de la civilización occidental que aún perviven, las que se suponía, desaparecerían tras las guerras del siglo 21 como un objetivo de primer orden.

En el curso de la transacción, como en una "hora feliz", coincidían rutinariamente los CEOs con poder de decisión de tres de las corporaciones más comprometidas: la Universal Picture (quien creía tener la propiedad intelectual del monstruo), la Halliburton y la Blackwater. Coordinaban en un principio, entre cocteles, drogas duras y helados de franquicias fugaces, el imponer zonas de exclusión aérea en el marco del territorio elegido y una buena franja en espacios estratégicos de unos cinco países, entre Libia y la frontera irano-afgana para ser bombardeada hasta los tuétanos, tipo tierra arrasada, cosa que se convirtieran en los fondos naturales donde hacer los montajes de los escenarios apetecidos por Hollywood.

En esa superrefinenciarización de la industria del cine, participó hasta el gato. El Complejo Militar Industrial, incluyendo las contratistas, se dedicaron a lo suyo, no sin antes poner en acción, al otro componente de la ecuación, sin cuya participación hubiese sido sencillamente imposible lograr, con tanto nivel de efectividad, los objetivos planteados. Era la industria de la información, vulgarmente conocida como "la mediática". Rupert Murdoch en persona, dirigió las operaciones, como en otras campañas, las que empezaban con un teatro de operaciones dedicado al ablandamiento sicológico de la población calificada de enemiga, hasta la aplicación de incursiones diseñadas en los laboratorios de simulación a escala real, como por ejemplo, entre los más escandalosos para occidente: el asesinato de corresponsales de guerra, lo que denominaban en el lenguaje mercenario: daños colaterales controlados.

Los trabajos culminaron a mediados de la segunda década del milenio en curso. Directores y editores contaron con montañas de material bruto como para tirar pal techo. Estos eran extraídos de los campos de explotación audiovisual y pasados a través de las fronteras por las agencias informativas como insumos de prensa. El periodismo, los y las periodistas, jamás volvieron a ser lo que fueron. Se habían convertido en víctimas y victimarios en una empresa en la que no terminaron de entender cuál fue su participación real, aun cuando muchos de ellos creyeron simplemente estar al lado de uno de los bandos en pugna (si es que lograban distinguir alguno). Sin embargo, la mayoría como muy profesionalmente lo manifestaron hasta la saciedad, no se casaron con ninguna ideología, sencillamente se fueron con la mejor oferta.

Posteriormente la Universal Picture y la asociación gremial que la agrupa (Asociación Cinematográfica de América), monopolizaron un sinfín de rutas cinematográficas en el medio oriente, las que hoy en día sirven de locaciones para las películas que cuentan las historias de las guerras que allí se desarrollaron en la última década y media.

El chavismo es independencia ideológica



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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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