El título de este ensayo está tomado de un mensaje que enviamos a través de Twitter, el pasado 1º de mayo. Nuestras palabras, sin duda, molestaron a la fauna de "troles" de la oh-posición vernácula y se desató la ira de la estupidez estructural. De acuerdo con estadísticas de la compañía estadounidense de marras, los incómodos vocablos tuvieron 6.643 impresiones, una tasa de compromiso (engagement rate) de 44,1% y 171 respuestas en menos de dos horas. A todas luces, fue un ataque sistemático a nuestra cuenta de Twitter con el fin de tratar de hacer mella en nuestra integridad revolucionaria. El procedimiento de rigor fue el insulto y la descalificación, aunque el patrón repetitivo de las "originales" frases indicaba que todo obedecía a un guión. Las idioteces más comunes fueron: "Y pensar que esta gente vota"; "Mátenlo para que no deje crías"; "De inteligencia no te vas a morir"; "Lo que pasa cuando te dejan caer de la cuna cuando chiquito"; "Cierra tu cuenta para no leer más tus pendejadas"; entre otras imbecilidades que no vale la pena citar. Hasta en los "insultos" la derecha criolla da flojera y pena ajena; la intolerancia y el fascismo no soportan el discurso auténtico, veraz y contundente. En el presente artículo explicaremos a los "troles" de la MUD en Twitter, por qué los aumentos de salario mínimo no inciden de manera determinante en la inflación. Más que un ejercicio de elemental dialéctica, haremos un servicio público para aminorar la supina ignorancia de algunos bravucones del teclado. Aquí vamos.
El mantra de los economistas neoclásicos de que los incrementos de emolumentos impelen los índices de importes, es un sofisma tan extendido como la farsa de la base monetaria generadora de inflación. En un escrito previo, hace unos meses, desmontamos este último mito y ahora pulverizaremos la verborrea falaz de que el crecimiento del salario mínimo promueve el abultamiento de precios. En Venezuela es muy fácil desmontar ese embuste: un breve repaso de nuestra historia reciente nos proporciona la respuesta. Después de la devaluación del 18 de febrero de 1983 (Viernes Negro), en nuestro país se instaló el fenómeno del costo de la vida como un factor crónico y de preocupación para las masas, ya que las abrumadoras cotas de inflación destruían (y destruyen) el poder adquisitivo de la clase trabajadora. En los últimos años del decenio de 1980 y los primeros de la década de 1990, Venezuela experimentó guarismos inflacionarios sin precedentes: en 1989, el baremo fue de 81%. En 1993: 45,9%. En 1994 y 1995, los números oscilaron entre 70,8 y 56,6% respectivamente. Ahora bien, si tomamos como muestra los años 1993, 1994 y 1995, en los cuales hubo un calamitoso desbarajuste de importes en el país, y atisbamos cuántos aumentos de salario mínimo hubo durante ese lapso, nos toparemos con la sorpresa de que el devengo básico mensual estuvo congelado en Bs. 15.000 (de los antiguos) en esos tres años. ¿Qué tal? O sea, con esta pretérita verificación se derrumba la fábula de que la elevación del salario mínimo tiene repercusiones directas en el Índice de Precios al Consumidor (IPC). ¡Falso!
Por lo tanto, si las alzas de emolumento básico no pudieron ser la causa de la inflación en 1993, 1994 y 1995, ¿cuál fue el catalizador del alto costo de la vida? Si analizamos el comportamiento de la cotización del dólar estadounidense entre enero de 1993 y diciembre de 1994, podremos palpar una escalada de 108,88% en esa franja temporal: de Bs. 81,18 (enero de 1993) pasó a Bs. 169,57 (diciembre de 1994). No en balde, la tasa de inflación de 1994 fue de 70,8%. Antes de la entrada en vigencia del control de cambio del segundo período presidencial de Rafael Caldera, en julio de 1994, el billete verde había rozado en junio los Bs. 200 (de los antiguos). C'est-á-dire, con un mercado cambiario libre no se pudo detener la depreciación del bolívar y, en consecuencia, tampoco la dilatación anárquica de los importes. Lo anterior es una exposición meridiana de que la liberalización del parqué de divisas no garantiza el control de la inflación y la especulación galopante, por el contrario, agrava estos fenómenos cuando el lucro desmedido es un componente endémico de la economía. En 1995 hubo otra devaluación que empujó el dólar de Bs. 169,57 a Bs. 289,25 (70,57%). Conviene evocar -una vez más- que el salario mínimo en Venezuela se mantuvo invariable entre 1993 y 1995, a pesar de que la inflación acumulada se ubicó en 176,4% (*). Como ya hemos ilustrado en otros artículos, el "arbitraje" que sacan los capitalistas criollos del billete verde es uno de los motores primordiales de la elevación de importes en Venezuela, entendiendo por "arbitraje" el diferencial en la valía de un activo en mercados disímiles. El empresario-comerciante especulador obtiene dólares del Estado a una tasa específica y establece, al mismo tiempo, una centrífuga paralela artificial donde el valor de las "lechugas" se multiplica, por ende, gana más bolívares por cada dólar y los precios de sus artículos -en el ámbito local- se disparan.
En 18 años de proceso revolucionario, los aumentos anuales de salario mínimo han sido una política constante y acertada del Gobierno Bolivariano. Desde 1999 y hasta 2012, la inflación promedio fue de 22%. Los ajustes de sueldo básico en ídem etapa orbitaron entre 10 y 30%. Desde 2013, los incrementos de emolumentos han variado entre 30 y 60% debido a los embates de la guerra económica. Si los márgenes de usura de nuestros empresarios-comerciantes van desde el 500 hasta el 100.000%, habrá que ser muy "cara de tabla" para quejarse de la elevación de salarios por decreto de Nicolás Maduro (**). Primero, el impacto de la nómina en las estructuras de costos de las empresas nacionales no sobrepasa el 20% (***) y eso queda estipulado en sus respectivos presupuestos antes de comenzar cada año. En otras palabras: los artículos no deberían subir más de 10% en su importe final como corolario del acoplamiento salarial y más arriba hemos comprobado -con datos duros- que el trepar de precios ha continuado en intervalos donde no ha habido variación de la retribución base. Voilá! Segundo, el capitalista pudiese descontar de la plusvalía el monto de los aumentos de emolumento básico y no trasladarlo a sus productos y servicios, verbigracia. Recordemos que la plusvalía es el robo descarado del patrón al obrero por laborar más de lo necesario; de acuerdo con diversos estudios, el trabajador -a la cuarta o quinta hora de faena- se ha ganado con creces su paga y brindado ganancias suficientes al capitalista. A partir de allí, lo que sigue es el más abyecto expolio. Desde luego, jamás el explotador tocará la plusvalía en beneficio del explotado y lo anterior es sólo una cavilación con propósitos didácticos para los "troles" de la MUD. Como hemos dilucidado muy bien, aumentar el salario mínimo tiene poca o nula trascendencia en la inflación y basta con otear los guarismos del decenio de 1990. La volatilidad de precios en Venezuela -ocasionada por la especulación- es la que cimenta el sendero a la elevación cíclica de la remuneración base y no al revés.
La narrativa trasnochada de la economía neoclásica -y sus sempiternos apologistas- ha posicionado sofismas que no resisten el más mínimo análisis a profundidad. La aberrante lógica de la explotación exige mayor productividad y menor inversión crematística: la precarización laboral y la congelación -o reducción- de sueldos son variables inexorables en el contexto de la globalización salvaje. La satanización de los aumentos de salario mínimo por decreto, es una estratagema que persigue la atomización de la masa obrera y su depauperación a través de la erosión del poder adquisitivo. Es un deber revolucionario desenmascarar las falacias y señalar con el dedo a los agiotistas de oficio. Los chavistas utilizamos la dialéctica científica y los "troles" de Twitter echan mano de los dicterios rastreros. Triste por ellos.
P.D. El boicot y la organización popular son los métodos que deben implementar las masas contra los especuladores. Hay que establecer la cultura de "consumidores responsables" y denunciar la usura en las cadenas tradicionales de comercialización. Es esencial hacer sentir el poder del pueblo. ¡Tema de discusión para la Constituyente!
(*) En ídem dirección, las delirantes tasas de interés de la época jugaron un papel preponderante en el alto costo de la vida. Verbigracia, la tasa activa era de 71,84% en diciembre de 1993. En 1996, la retribución base pasó de Bs. 15.000 a Bs. 20.000 (apenas 33,3%) y la inflación fue de 103,02%. El billete verde estaba en Bs. 289,25 -en enero de 1996- y 11 meses después se hallaba en Bs. 475,61 ó 64,42% de depreciación para el bolívar. Queda patente, una vez más, el avasallante peso del "arbitraje" con el dólar yanqui en la alteración del IPC local.
(**) Si nuestra clase empresarial-comerciante ostenta rangos de "ganancia" mínimos de 500%, ésta no tendría justificación alguna para encumbrar los precios por los aumentos de sueldo mínimo. Con tal nivel de latrocinio corporativo, dichos incrementos de emolumentos ya se han amortizado solitos.
(***) http://www.laiguana.tv/articulos/34135-aumento-salario-costos-producción