Los afectos y el sentido común en la construcción de la realidad política

Dice el filósofo neerlandés Baruch Spinoza (1632-1677), en su Ética, IV.7, que: "Un afecto no puede ser reprimido ni suprimido sino por medio de un afecto contrario y más fuerte que el que ha de ser reprimido". Ya que, el afecto, constituye, para el "poder del pueblo" y la "soberanía popular", una manifestación de identidad; lo que, lo define como un principio fundamental en las acciones humanas. Por tanto, el pueblo debe ser entendido más allá de una visión esencialista que lo concibe solo como un referente sociológico, o como un dato empírico; en ese sentido, sugerimos concebirlo como una categoría política.

En dos libros nuestros: El Ocaso del Minotauro: O la declinación de la hegemonía populista en Venezuela (2000); y, Venezuela: la utopía reencontrada (2015), hacemos referencia a la necesidad de edificar una nueva formación social a partir de lo que somos y lo que queremos ser, teniendo presente una nueva simbología, nuevos referentes teóricos, que le confieran al proceso de transformación revolucionario venezolano identidad propia.

Decirlo es fácil, hacerlo es complejo. Tal vez, ello se debe a que -para forjarlo- hay que romper con una gramática y una forma de pensar raizalmente anclada en valores del pasado, a los cuales –ciertos sectores- han sido y son muy refractarios. Se trata, de imaginar una nueva forma de pensar la sociedad; en la que, los principios de justicia social, equidad, igualdad, libertad, fraternidad y felicidad sean garantizados como derechos humanos. Hacer de la democracia una forma de vida y no solo un sistema político; en donde, las demandas de seguridad y protección del pueblo estén garantizadas. en donde los afectos no sean considerados solo como sentimientos personales, sino que, los tengamos como referentes a partir de los cuales podemos construir una nueva identidad política.

Imaginamos, entonces, el fraguado de una sociedad en donde el pueblo, convertido en ciudadano, no sea solo el habitante de un país. Sino el sujeto de la construcción de la democracia participativa. Porque, aunque parezca una paradoja, "las grandes revoluciones se hacen donde los manuales las habían declarado imposibles, y los sujetos que las protagonizan son siempre bloques heterogéneos y diversos articulados en torno a una suma de ideas e identificaciones con importante carga nacional o local"; por tanto, "lo planteado es reformular el proyecto socialista en términos de una radicalización de la democracia", como lo afirma Iñigo Errejón.

Necesario es, asimismo, entender que la política trasciende lo individual. Que su ejercicio, es profundamente colectivo. Que la construcción del sujeto pueblo, es inseparable del bien común, categoría esta que no puede ser construida solo a partir de las "verdades" de los manuales; entender que, el sentido común, constituye una fuente inagotable en la realización del acto político. Y, como dice Raffaele La Capria, "el recurso al sentido común puede y debe servir como antídoto contra el abuso de los conceptos". Y es que, el sentido común, trasciende los conceptos a partir de ellos mismos; porque, el sentido común, no es un concepto, sino un sentimiento, un afecto, socializado. El sentido común nos es útil para "articular lo diferente y fraguar una voluntad colectiva". Es, precisamente, de la comprensión de éste relacionamiento de donde pueda inferirse el realismo de la acción política.

El Pueblo, como sujeto social, trasciende el concepto de ciudadanía. El Estado Comunal es, en ese sentido, un modelo de organización de la sociedad vivo y activo. En él se establece un relacionamiento, entre líder y pueblo no autoritaria. Porque, la institucionalización del poder no se establece a partir de una sustitución del pueblo, sino de una relación de representación. Y es que, en un sistema democrático, representación y participación no son contrarios, sino complementarios. La participación no niega la representación; ya que, a partir de ella, se establecen las funciones, alcances y limitaciones, que definen la identidad de los sujetos políticos.

Es por ello que, el fraguado de un imaginario político de nuevo tipo, que tenga como objetivo la construcción de una voluntad política colectiva, es necesario. Y es que, en éste tiempo, en que avanzamos hacia la edificación de un nuevo orden mundial, de un mundo multipolar, en que se avanza hacia la edificación de una nueva civilización que trascienda los marcos de los sistemas sociales que han existido, el acto político ha adquirido un sentido distinto. Pero, la construcción de esa voluntad colectiva solo es posible de fraguar si logramos definir quiénes son sus adversarios; al que, no hay que despreciar ni minimizar.

Pues bien, es en este orden de ideas que le conferimos a los afectos, al sentido común y al realismo político una nueva dimensión. La que asumimos a partir de lo que Gramsci definía como una profunda "reforma intelectual y moral"; sustentada, en nuestro parecer, en los más caros principios éticos del humanismo.


 



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Nelson Pineda Prada

*Profesor Titular de la Universidad de Los Andes. Historiador. Dr. en Estudios del Desarrollo. Ex-Embajador en Paraguay, la OEA y Costa Rica.

 npinedaprada@gmail.com

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