Esta llamada “Ley Seca”, impuesta por la dictadura chavista al pueblo de Venezuela, para que, según se espera, pueda disminuirse el número de accidentes que causan la mayoría de las muertes que se producen en Semana Santa, ha sido criticada por dignos prelados de la jerarquía eclesiástica. Tales críticas merecen una seria reflexión por parte de los venezolanos, al cual confiamos una vez más, la solución de los grandes conflictos que aquejan a nuestro país, y de los cuales hemos salido, hasta el presente, sin mayores traumas. Después de cada tempestad nuestro país recobra su calma y todo queda, como decía aquella cuña de una toalla sanitaria “como si nada”.
Por ejemplo, en el 2002 teníamos el problema político que desembocó en el Golpe de Estado. Ninguno de los actores políticos tuvo la solución al problema: vino Pedro Carmona “El Breve”, se encarató el asunto, intervino el pueblo y zuas!, se acabó todo. Gracias a esta insurrección popular pudimos quitarnos de encima esa cúpula militar corrupta, medio enderezamos la nave y Venezuela siguió su recorrido
Luego vino el “paro petrolero”. Que si Chávez no se iba nos íbamos nosotros… a fuñir. Y así sucedió. Chávez no se fue, pero nosotros nos vimos sometidos durante 63 días a una inclemente “ley seca” decretada por Fedecámaras, la CTV, etc. En aquella ocasión los dignos prelados de la iglesia católica no dijeron ni pío ante el clamor de un pueblo que quería echarse una cervecita u otros líquidos espirituosos. Yo, por ejemplo, esperé en vano que algún cardenal, obispo, prior, abad, es decir alguna dignidad eclesiástica interviniera ante el Grupo Polar para humedecer el guargüero de tantas personas sedientas. Mientras tanto, muchos de los esclarecidos líderes del “paro” se fueron al exterior en sus aviones privados (como Carlos Fernándes) a “tirarse su curdita” en un ambiente de absoluto relax. Esperé en vano que el padre Freites, tan solícito él, nos ayudara para poner en juego nuestro “libre albedrío” y poder decidir si nos emborrachábamos o no. Pero no fue posible, todo fue en vano.
Óigame bien mi querido cardenal Urosa. En diciembre del 2002 y enero del 2003, no fue posible flexibilizar la “ley seca”. Ni siquiera en los restaurantes pudimos acceder a las delicias de Baco. Y a usted también lo esperé. Por lo menos que desde Valencia nos ayudara en algo. Pero no! Sólo Acosta Carlés pudo hacerlo abriendo algunos depósitos del refresco fabricado a base de la pecaminosa y malvada hoja de coca, que en ningún caso pudo mitigar los resecos gaznates del populacho. La imaginación popular se puso en juego y comenzaron a producirse las más espectaculares guarapitas que jamás este país haya saboreado. Todas las frutas, yerbas y semillas que se pudieron conseguir se usaron: parchitas, chirimoyas, guayabitas del Perú, malojillo, pasote, poleo, limones, guanábanas, semeruco, ponsigué. Total el pueblo se resolvió. Y resolvió también dar otro “golpe”, pero de timón, y la nave siguió su rumbo, esta vez con sus bodegas repletas de petróleo. Recuperamos PDVSA.
Ante esta descomunal crisis etílica por la que atraviesa Venezuela, oigamos a la cúpula de la iglesia católica y resolvamos qué vamos a hacer con este país. O nos matamos cuando nos dé la gana o cuando no nos de la gana también. Quién hubiera pensado que el partido anarquista tuviera tan dignos representantes en Venezuela. Total, hay que criticar a Chávez así esté en lo correcto porque hay que llevarle la contraria.
¿Cuál será el desenlace de esta crisis? Recuperamos para la Patria a la Fuerza Armada, luego a PDVSA. ¿Qué resultará ahora? Bueno, esperemos. Mientras tanto, mi querido cardenal Urosa, desde la humilde capilla donde estoy refugiado con algunos amigos, empino mi codo, alzo mi copa y digo: salud!
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