Una noticia vino a sacudir
el tranquilo discurrir por la serena, placentera e inevitable ruta de
mi tempranísima tercera edad. Esta noticia no tenía nada que
ver con guerras, ni con el etanol, ni con las travesuras de Britney
Spears, ni siquiera con las maluquezas --como aprendí a decir en Humocaro
Alto-- que prepara Bush a Chávez, sino sobre un tema absolutamente
inédito: La salvación de las “almitas” de nuestros niños.
En efecto, muy a la calladita y como quien no quiere la cosa, por fin se llegó a una esperada y sorprendente conclusión sobre un problema planteado por san Agustín, y descrito así:
“La
idea del «limbo» fue esbozada en el siglo V, cuando San Agustín intentó
responder al siguiente enigma: «Como el pecado original es eterno,
si los bebés se mueren sin haber sido bautizados
y, por tanto, sin haber sido redimidos de ese pecado, ¿a dónde van
sus almas? No podrán entrar en el paraíso pero, como aún no han hecho
nada malo, el infierno tampoco es un lugar apropiado para ellos».
Hay que reconocer sin embargo al papa Benedicto XVI la diligencia puesta en el asunto, porque desde 1.984, “…ya se había pronunciado a favor de la nueva teoría al declararse partidario, «a título personal», de abandonar la hipótesis de la existencia del limbo, que significa en latín límite o borde.” y por fin, los ilustres prelados de la Iglesia católica tras largas, penosas y eruditas discusiones, y acordaron:
«…después
de meses de reflexión», que el «limbo» no existe y que las almas
de los niños muertos sin bautizar van directamente al paraíso, con
lo que ponen fin a una tradición secular que ha atormentado a generaciones
de madres durante cientos de años.
En este sentido, en un documento firmado por el papa Benedicto XVI,
la Comisión Teológica Internacional del Vaticano concluyó que «hay
bases teológicas y litúrgicas serias para creer que cuando mueren,
los bebés no bautizados se salvan».
Gracias a Dios, ya no
habrá motivo de preocupación por este asunto, porque si alguien se
atreviera a hacer aunque sea un cálculo lejanamente aproximado de la
cantidad de almas de niños que se encuentran esperando en la atestada
sala de espera para entrar al cielo que se denomina “limbo”, la
cifra resultaría verdaderamente asombrosa.
Da pena admitirlo, pero
la verdad es que la Iglesia Católica fue instituida para preservar
las enseñanzas de Jesucristo quien nos llamó a crecer y a multiplicarnos,
que no a bautizarnos, que fue un invento de san Juan el Bautista. No
dijo nunca, ni lo hubiera permitido, que las almas de nuestros niños
hubieran tenido que pagar un peaje espantoso durante siglos en una sala
de espera, quién sabe en qué condiciones de higiene y salubridad se
encuentra, porque ya sabemos las condiciones “materiales” en las
que se vive tanto en el infierno como en el cielo, pero no en el limbo.
En descargo de la Iglesia Católica, diremos que ésta decisión, aunque
tardía, se justifica porque se han dedicado primordialmente a cuestiones
meramente terrenales que no espirituales, como la lucha por el territorio,
el poder, la acumulación de riquezas, la inquisición, las cruzadas,
etc., dejando de lado la verdadera esencia cristiana y su misión fundamental,
que es la espiritual, y dentro de esta misión la tarea u objetivo central:
la salvación de las almas. Y que cuando algunos curas que viven junto
al pueblo se ocupan de las condiciones materiales de existencia de millones
de pobres, poniendo en práctica la llamada Teología de la Liberación,
se les llama comunistas, subversivos, etc., etc.
En el campo del Derecho,
se ha impuesto el criterio de lo que se llama “interpretación progresiva”,
que podría explicarse así: dado que el ámbito de la realidad en el
cual fueron creadas y se han desarrollado las normas jurídicas es mutable,
lógico es pensar que en la oportunidad en que sea factible la aplicación
de tales normas, se tomen en cuenta pues, las circunstancias en las
cuales están ubicadas en el espacio temporal, de modo tal que pueda
ser apreciada en forma lata, que no restrictiva.
Aleluya!, demos gracias
al Señor: el Derecho Canónico, aunque haya sido un pelín tarde
al fin nos alivia: “Esta
nueva «teoría» de la Iglesia Católica echa por tierra la arraigada
creencia de la existencia del limbo, «lugar situado entre el infierno
y el paraíso», al que estaban relegados los niños sin uso de razón
que morían sin haber recibido el sacramento del bautismo.”
En http://www.aporrea.org/internac
Espero, papa Ratzinger que no se tarde
otros 16 siglos en responderme, y esto por razones eminentemente prácticas.
Internet: www.lapaginademontilla.blogspot
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