Soy vecino de la población de Cúa, en el estado Miranda. Vivo junto a parte de mi familia en una de esas modestas urbanizaciones que crecen como la maleza en las ciudades dormitorio. Llegamos allí de Caracas hace unos seis años y desde entonces nuestras vidas han mejorado bastante. Entre mi pareja y yo hicimos una “vaca” para la cuota inicial de la casa y gracias a la Política Habitacional vigente hoy pagamos unas mensualidades bastante cómodas (significativamente inferiores a las que comenzamos pagando en el año 2000). Mi hijo más pequeño (tiene 11 años ahora) no quiere ni ir de visita a Caracas: en Cúa estudia, tiene sus amigos y también sus animales.
¿Que por qué digo todo eso? Lo digo porque supe hace ya varias semanas que las precarias viviendas ubicadas donde estuvo el vertedero de basura de Ojo de Agua, iban a ser demolidas (como está ocurriendo) debido a lo peligroso de las emanaciones tóxicas, y que sus habitantes serían reubicados en unas nuevas viviendas.
Ha habido mucho alboroto al respecto: primero menudearon los reportajes acerca del peligro que corrían hombres, mujeres y niños donde antiguamente estaba el basurero; más adelante, se hacía saber sobre la inacción o lentitud de las autoridades para resolver el problema; después se ponía en duda que las viviendas que pudieran ofrecer las autoridades se fuesen a mantener en pie; más recientemente, se hablaba del drama de familias muy numerosas que podrían verse separadas con la asignación de las nuevas viviendas; también se ha escrito sobre la presunta persecución y maltrato de la cual han sido víctimas extranjeros que habitan en Ojo de Agua (aparentemente las autoridades de extranjería están deportando a los indocumentados); luego, que serían adquiridos lotes de viviendas en construcción en los Valles del Tuy para dar solución al problema y que los vecinos de la zona rechazan que las personas salidas del antiguo vertedero vayan a vivir junto a ellos, por cosas como que temen “(…) el choque cultural que se producirá con los habitantes de Ojo de Agua, pues sabemos que es uno de los barrios más peligrosos del área metropolitana” [Ana María Pérez: Desalojados de Ojo de Agua a urbanismos clase media en el Tuy. El Universal, pág. 3-6, miércoles 9/05/2007].
Pregunto yo, ¿dónde están los urbanismos clase baja donde –según parece– deben ser aisladas esas familias de cultura tan distinta a la nuestra?, ¿es que acaso pretendemos ser superiores a la gente de Ojo de Agua y negarles de plano que puedan materializar su deseo de mejorar su vida, como nosotros lo estamos haciendo?
Mi familia y yo –como la mayoría de quienes viven ahora en los desarrollos habitacionales del Tuy– estuvimos viviendo por años en un barrio de Caracas, donde convivimos con gran cantidad de gente buena y donde también hay en menor medida antisociales (atracadores, traficantes de drogas, asesinos…); no por vivir ahora en una “urbanización”, disfrutando de cuatro paredes y un techo “propios” con sus respectivos cachivaches, se nos debe olvidar de donde venimos. La necesidad nunca nos llevó a mis padres o a mí a vivir en un rancho cerro arriba, pero he estado más de una vez en el hogar de personas aún más pobres que yo que viven en tales condiciones y que no por ello son criminales o desadaptados, ni merecen tal consideración.
¿Qué van a hacer entonces las familias de Ojo de Agua si son rechazados por todos los “cultos vecinos” de las urbanizaciones de “clase media” (¡da risa!) de las ciudades dormitorio, construir guetos y mantenerse apartados para tranquilidad de los demás?
Creo que nos queda muy mal ver por encima del hombro a las familias de Ojo de Agua y condenarlas a permanecer en un callejón sin salida.
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