Chávez ha dicho hace unos días que sí es posible hacer revolución desde el Estado; contradiciendo la tesis de que sólo desde fuera del poder y por la vía violenta se puede instaurar un cambio político y destronar al poder burgués.
“¡Cosa difícil!...”, diría el sociólogo trostkista Ricardo Monsalve; porque el Estado Democrático Representativo –ése mismo que dirige Chávez- es una invención del capitalismo para eternizarse en el control de la sociedad sin ser advertido; y quien quiera que juegue dentro de sus reglas pretendiendo que desde allí lo vá a fulminar, es un iluso. El Estado Burgués vendría a ser algo así como un alucinógeno: Una vez que lo pruebas, terminas adicto y sólo te salvas si lo sacas de raíz; pero primero enloqueces, enflaqueces, delinques, pierdes a tu familia y saboreas las pailas del infierno.
Alguna vez me dijo Douglas Bravo que cómo pretendía Chávez impulsar una Constituyente si no existían, en la realidad, “actos constituyentes”. A mis preguntas de cómo se comía eso, el legendario líder guerrillero respondió: “Desconocer a las autoridades rectorales de la UCV y montar un colectivo de dirección revolucionaria allí; expropiar por vía popular los latifundios y repartirle la tierra a los campesinos; eliminar de cuajo las gobernaciones y las asambleas legislativas; desmontar el poder judicial y crear los tribunales comunitarios; implementar milicias armadas para sacar a plomo a las grandes rastropescas del Golfo de Cariaco; y cerrar a RCTV y Globovisión para darle esos espacios radioeléctricos al pueblo organizado, ¡son actos constituyentes!, me explicaba Douglas.
Ello me vendría a reflexión: Si se puede ser revolucionario desde el Estado Burgués, ¿dónde están los “actos revolucionarios” que nos harían serlo verdaderamente?... Hé allí que Hugo Chávez, conscientísimo de esta realidad angustiante, ha dicho que él (sic) “es un subversivo en Miraflores”; cuestión que denota lo entrampado que se debe sentir el presidente frente a un laberinto burocrático que no termina de disparar de una vez el proyecto revolucionario del que tanto arengamos.
“¡Mucha teoría!”..., habría dicho el propio jefe de Estado, cuando le tocó enarbolar las rectificaciones de que urge el proceso bolivariano para no sucumbir en las mazmorras de la iniquidad.
Por eso es que el gobierno de Hugo Chávez se verá, recurrentemente, expuesto a cambios y recambios de gabinete, y así hasta que nos llegue la muerte, porque nuestros flamantes ministros y burócratas de alto rango (con sus excepciones, claro está) lo menos que hacen es hacer revolución cuando cójen el cambur. Se vuelven ostentosos, mediáticos, embusteros, corrosivos, indolentes, aburguesados, trepadores, pantalleros y hasta crípticos (viven encriptados).
Yo no sé si ustedes, pero yo me acuerdo prístinamente que cuando Chávez cambió por última vez su gabinete, espetó: ¡Quiero ministros viernes, sábado y domingo en Caracas; pero lunes, martes, miércoles y jueves en los barrios y caseríos de Venezuela, pateando las calles, y auscultando cara a cara las angustias de la gente, sin empacho en dormir a la orilla de un río, bajo una choza, o comiendo casabe con chigüire con los indios de San Fernando de Atabapo!...”
¡Pués!..., ni lo uno ni lo otro… Uno no sabe si es que las propias madejas burocráticas impiden que los ministros se “vuelen” de sus apoltronados despachos, o si es que Chávez al final no los deja, pero lo cierto es que esta orden presidencial, ¡ní se cumplió, ni hubo la más mínima intención de los ministros en pararle bola! Es por eso que, si no hay un replanteo urgente de la labor de los ministros, tendremos en Mayo 2008 (otra vez) a Chávez anunciando que sus ministros “no sirven para una mierda” (exageración mía)...
¡Vámos pues!, camaradas ministros, a convertirnos en subversivos, y una primera señal de ello puede ser despojarnos de nuestras aquiescencias pequeñoburguesas, dando un salto de austeridad, transparencia y ascetismo que nos lleven a la credibilidad de un pueblo que está asqueado de patiquines y filibusteros.
(jeramedi@yahoo.es).