La habilidad y decisión de nuestra lucha estará
en aprovechar a los que nos pretendan aprovechar.
Rómulo Betancourt
El general Emilio Arévalo Cedeño fue de los más acérrimos
antigomecistas. Unos lo catalogaron de jacobino pequeñoburgués, otros de simple
ladrón de caballos y de ganado. Los marxistas, Gustavo Machado, Carlos Augusto
León, y Rómulo Betancourt lo catalogaron de reaccionario, de anticomunista y de
oportunista. Se regó la especie de que en una ocasión Gómez tuvo la oportunidad
de capturarlo, pero que ordenó se le dejara en paz porque era conveniente
mantenerlo en circulación para de este modo el dictador justificar sus
desmanes.
Arévalo actuaba como cuatrero para dar de comer a sus guerrillas que andaban por las selvas, desafiando miles de peligros.
Refiere Harrison Sabin Howard[1]: “A pesar de todas las limitaciones del enfoque de Arévalo Cedeño, pocos venezolanos le igualaron en la persistencia de su oposición. Y hubo momentos oscuros para la oposición a Gómez en el que inspiraba un gran respeto y constituía una esperanza para los que, como él, le resistían. En 1927 Nicolás Hernández escribió una vez a José Rafael Pocaterra que los demás caudillos “tienen que convencerse que la única esperanza hoy es Arévalo y que si esa chispa revolucionaria se extingue tendremos que olvidarnos de Venezuela hasta que el cáncer o una disentería acaben con Gómez…” Para Hernández, Arévalo era “un hombre desinteresado” que “no ha militado en la política de nuestro país; ha sido militar y nada más, y esta candidez política está puesta de manifiesto en su directorio, nombrado para no aparecer un ambicioso vulgar si se proclamaba por sí Jefe de la Revolución”. Carlos Delgado Chalbaud rechazaba la impulsividad de Arévalo, pero admiraba “la tenacidad y las energías… Tengo por él una viva simpatía, pues es un hombre de méritos…” Y muchos años después de la desgraciada invasión de Román Chalbaud en 1929, Pocaterra sostenía “que el único de los hombres de la oposición de quien creo tiene la voluntad de servir con su persona para encabezar un movimiento revolucionario eficaz, si tiene elementos, es Emilio Arévalo Cedeño”.
Emilio Arévalo Cedeño nació en Valle de la Pascua el 2 de diciembre de 1882. Su padre, don Pedro Arévalo Oropeza, había sido otro general, soldado de la Federación, que combatió al gobierno de Antonio Guzmán Blanco.
Estudió don Emilio en el Liceo Roscio, de Altagracia de Orituco. Pronto abandonó el colegio (porque fue cerrado por orden del Ministerio de Educación), y se dedicó a recorrer los llanos. Fue comerciante ambulante, socio de una pequeña imprenta en Altagracia de Orituco, y fundó un periodiquillo llamado “Titán”, que sólo tuvo ocho números. Luego puso una bodega que se incendió totalmente. Volvió al comercio de frutos y animales, hasta que se dedicó a dominar plenamente el oficio de telegrafista que ya había practicado en su labor periodística.
En San José de Río Chico, fundó otro periódico llamado Helios, también de poca duración. En 1905, siendo orador de orden en una fiesta social, lanzó severos ataques contra la tiranía de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. En 1908 lo encontramos en Caracas, durante la caída de Castro, tomando parte activa en los asuntos políticos. Fue testigo de la poblada contra el diario El Constitucional, fuertemente reprimida por el gobernador del Distrito Federal Pedro María Cárdenas. El 19 de diciembre de 1908, cuando se iniciaba la dictadura de Gómez, y casi nadie reaccionó, don Emilio lanzó su grito de guerra: “¡¡Los venezolanos renunciaron a su sexo para convertirse en mujeres!! Los venezolanos sienten placer y orgullo en ser esclavos de Gómez y de su tribu.”
En realidad, él entra en la contienda como Michael Kolhas, por el robo de unos caballos: “Negarme a entregar los caballos era ir a la cárcel, y como yo sé protestar contra las tiranías con un fusil en la mano, y no he nacido para esclavo sino para ser hombre libre, resolví aceptar el brillante negocio que me proponía el general Moros, pero desde ese momento juré en silencio y por la memoria de mi padre, que abandonaría hogar, esposa y todo para irme a la guerra, esperando tan sólo el momento para justificar bien ante la Nación mi aptitud patriota [...] El hombre de trabajo se transformaría en guerrero, jurando no claudicar jamás de su condición de ciudadano digno, estar siempre de pie con el fusil en la mano ante la afrentosa tiranía y no permanecer ante ella de rodillas ni boca abajo como los esclavos vencidos, como lo estuvieron ante el monstruo de “La Mulera”, la mayoría de mis compatriotas, durante los veintisiete años que cubrieron de duelo el hogar venezolano”.
La acción más extraordinaria de este guerrero fue la derrota, captura y muerte de ese monstruo - jefe del Territorio Federal Amazonas- llamado Tomás Funes. Este Funes junto con Vincencio Pérez Soto y Eustoquio Gómez eran los tres más formidables pilares de gomecismo. El fusilamiento de Funes puede considerarse una de las acciones más épicas realizada en este siglo, si se toma en cuenta la poderosa fuerza que tenía este asesino para proteger sus multimillonarios intereses en batalá. Funes es tétricamente retratado en la novela La Vorágine por José Eustasio Rivera, y parece un prodigio de maldición abortado por lo más abyecto de la selva.
En un país aterrado por la represión más sanguinaria, el desafío de Arévalo Cedeño fue un acontecimiento único: derrotó en varias oportunidades a las fuerzas gomecistas en contiendas como la de Santa María de Ipire, donde acabó una fuerza diez veces superior a la suya, comandada por el General Manuel Sarmiento, presidente del Estado Guárico. Luego habría también de triunfar en Gafualito (a 190 kilómetros de Maracay). A las fuerzas de Gómez las había vencido en Río Negro, Cenizas, Guasdualito, Campo Alegre, Bruzual, Cuchivero, Lezama, Turén, Acarigua y Araure. Como era telegrafista, desde los puestos que iba tomando, enviaba mensajes a Gómez en los que le desafiaba. Don Emilio utilizaba una de las más importantes armas de guerra comunicacional de aquella época en Venezuela: el telégrafo.
En una oportunidad, derrota al ejército gomecista del general Manuel Padilla, e inmediatamente después toma el pueblo de Santa Ana. Conocedor de la línea sur-este manipula el aparato y llama con la señal “treintiuno” (distintivo de los telegramas para Gómez) y escribe: “De acuerdo con mi telegrama de ayer, tengo la satisfacción de participar a Ud. que he capturado al faccioso y ladrón Arévalo Cedeño, suplicando a Ud. respetuosamente se sirva decirme que hago con él.” En otra ocasión asalta la oficina telegráfica de Orituco y trasmitió el siguiente mensaje: “General Juan Vicente Gómez – Maracay. Han llegado noticias a mi campamento de que el gobierno americano obliga a Ud. a abandonar el poder, libertar a todos nuestros compatriotas encarcelados, abrir las puertas de la Patria a todos los desterrados y convocar al país a elecciones. Patriota como soy, convengo en que Ud. haga lo que se le impone, porque es lo humanitario, lo civilizado y lo republicano; pero debo protestar por la intervención de un poder extranjero en los asuntos internos de nuestro país. Es decir, que combatí contra Ud. y seguiré combatiendo contra los americanos del Norte, porque la herencia de Bolívar es única, indivisible y no permite intervención. Su compatriota que jamás ha sido su amigo – E. Arévalo Cedeño.”
En todas sus proclamas no dejaba de recordar frases del Libertador, su gran inspirador en todas sus batallas.
Arévalo Cedeño pone de manifiesto en su trabajo, “la persistente cobardía del pueblo venezolano”, con frecuencia habla de esclavos, no de venezolanos: casi nadie le quiso acompañar en su lucha, fue varias veces traicionado. En sus viajes a Trinidad, Nueva York, Barranquilla, Arauca y Cartagena, pudo comprobar que los venezolanos allí asilados eran unos charlatanes que le tenían pavor a Gómez, aunque contra él perorasen toda clase de insultos. Fue don Emilio un hombre muy solo, y solo luchó contra Gómez casi treinta años.
Ya en 1923, encontrándose en Nueva York, siempre conspirando contra Gómez, decía: “El petróleo fue una maldición para Venezuela, porque aquella riqueza, así como pasaba a las arcas del tirano, de su familia y de sus favoritos, así también dio fuerzas a la tiranía con el apoyo de los gobiernos de Norte América, Inglaterra, Holanda y Francia y otros más, para que Gómez hiciera la desgracia de nuestra Patria.” Don Emilio hizo más de siete invasiones contra Venezuela y jamás fue capturado. Convencido estaba de que los revolucionarios asilados en Nueva York nada harían por la libertad de su país: “El 12 de abril de 1923 tomaba un barco para llegar a Panamá [...] dejaba a mis compatriotas atrofiados por aquel ruido ensordecedor del que nos hablara el magno poeta de Nicaragua, quienes como atrofiados nada harían nunca por la libertad de Venezuela.”
En la invasión a Venezuela de 1924, tomó San Fernando de Atabapo y organizó un gobierno revolucionario en el Territorio Federal Amazonas. En realidad él tenía que hacer frente al gobierno colombiano que también le perseguía. Dirigió comunicaciones a los compatriotas en el exterior para que acudieran donde él estaba haciendo aquella tenaz oposición a Gómez, pero nadie se movió. Tendría que confesar desesperado que aquellos haraganes que se daban a la tarea de criticar cuanto él hacía, eran los responsables de los crímenes de Gómez. Y añade en sus memorias: “Pero esos hombres vendrían después satisfechos al país a recibir los cargos de la República, a coger los dineros de nuestros pueblos, porque Venezuela es una nacionalidad en donde la sanción no existe, que sabe olvidar muy pronto, en donde es lo mismo ser bueno que malo, ser honrado que ladrón.”
Agobiados por el acoso colombiano y las fuerzas de Gómez, luego de un combate de 36 horas en la boca del Casiquiare, con seis cartuchos y sin comida, él y su gente emprendieron retirada por el alto Orinoco para alcanzar la frontera con Brasil. Un día cazaron un pequeño mono que sirvió de alimento para veintiocho hombres. En enero de 1925, en una impresionante travesía, llegaron a Santa Rosa de Amanadona para pasar luego al Brasil. Expresa a sus camaradas, que deben solicitar asilo en la República del Brasil, para que luego se reúnan y emprendan la lucha desde otro lugar y con nuevos bríos.
Vuelve en marzo de 1925 a Nueva York en busca de ayuda para intentar invadir otra vez a Venezuela. Se encuentra de nuevo con todas aquellas momias egipcias, como él llama a los exiliados venezolanos en esta ciudad: gente, que según él, vivían del negocio de la revolución. Un día Inocencio Spinetti le dijo: “Tú estás equivocado, y esos hombres tienen razón, porque ellos no necesitan hacer nada contra Gómez, porque regresarán a la Patria a recibir puestos que los esperan; tú te sacrificas por un deseo de Patria libre, pero ello se ríen de ti, porque su posición está asegurada sin tener las penalidades que tu sufres.”
Es decir, que su guerra a la vez de hacerla a Gómez también iba contra la resignación miserable de su pueblo y contra esos dirigentes que se encontraba gordos y felices, dándose la gran vida en nombre de la libertad y de las llamadas luchas sociales.
El general Arévalo continuó su calvario de buscar dinero por Francia, Inglaterra y La Habana. Él era un hombre culto que había conseguido hacer amistad con escritores eminentes como José Vasconcelos, autor de La Raza Cósmica, José Rafael Pocaterra y Rufino Blanco Fombona. Luego de recorrer varias islas en las Antillas pasó a Méjico. En mayo de 1927 partió hacia París para entrevistarse con el general Román Delgado Chalbaud. Nada en claro quedó de estos encuentros, hasta que ingresó otra vez a Venezuela por el Arauca.
De vuelta a sus andanzas, corrió a liberar a los estudiantes que Gómez tenía preso, trabajando en las carreteras de los llanos. Entonces. Voló a Palenque. Los espías de Gómez se enteraron de la operación y levantaron poderosos campamentos militares, haciendo un cerco a los estudiantes. Hubo el general Arévalo de retirarse a Anzoátegui. Comprobaba en su marcha que nadie quería unírsele; según él nadie quería a Gómez pero no había conciencia revolucionaria. Entonces inició un largo periplo por sabanas y selvas, siempre seguido de cerca por las fuerzas del gobierno. Fuerzas combinadas de cinco estados (Guárico, Apure, Bolívar, Anzoátegui y Monagas), le perseguían disputándose el honor de capturarle. Repasó con su gente el Orinoco varias veces procurando confundir a sus enemigos. Fueron seguidos por camiones y cargados de soldados, quizás por primera vez en el país se realizaban estas acciones militares. Cuanto seguidor de la causa de don Emilio caía en manos del gobierno era liquidado en el acto. Así sería la ferocidad con que era perseguido, que dos oficiales se habían suicidado por no pasar por la vergüenza de presentarse ante Gómez, burlados por las acciones de este guariqueño. Estos fueron, el general José Miguel Guevara y el coronel Alfredo Rodríguez López.
Los fieros acosos le hicieron replegar nuevamente hacia las tierras colombianas. Tomó por el Arauca, donde padecieron fiebres, mordeduras de las llamadas veinticuatros y tambochas y toda clase de alimañas; llegaron a pasar cuatro días sin probar alimento, cruzando ríos como el Guárico, el Pao, Portuguesa, Guanare, Masparro, Uribante, Sarare, vomitando bilis y sin poder echarse a descansar. En 1930 pudo Arévalo llegar a Santa Marta y de aquí ir a Trinidad a bordo del vapor Coronado, pero el gobernador de esta isla le prohibió desembarcar. La recompensa por su captura llegó a tasarse en un millón de bolívares de entonces. Las autoridades colombianas lo devolvieron a Venezuela, a Carúpano. Ante un descuido de los esbirros que lo esperaban él pudo coger un vapor francés que lo llevó a la República Dominicana. Allí volvió a encontrarse con José Rafael Pocaterra; ya habían matado a Román Delgado Chalbaud y tanto la invasión del general Rafael Simón Urbina como la sublevación del general José Rafael Gabaldón, en Portuguesa, habían terminado en fracasos. Cundía el más grande desaliento. Todos parecían admitir que era imposible derrocar a Gómez.
De la República Dominicana pasó a Panamá. Cruzó nuevamente Colombia, para volver a internarse con sesenta compañeros por el Vichada y aparecer otra vez por la frontera. Entonces se les persiguió con aviones, que metían más bulla que miedo. Según Arévalo eran aeroplanos muy fáciles de echar a tierra, totalmente inofensivos. El día 5 de marzo de 1931 emprendió su séptima invasión desde la línea de El Cubarro.
Sus ataques produjeron fuertes pérdidas al gobierno, por ejemplo, en Mata de Agua, en el bajo Meta, en Lezama, en Bolívar y en un hato llamado Las Mercedes. Se retiraron luego por el río Caparo y lo recorrieron durante veintinueve días de navegación. Cruzaron el Alto Apure, cayeron en el Arauca y en el invierno acamparon en Santa Rosa. El 5 de agosto llegaron al mar Caribe y de aquí otra vez a tierra firme y de nuevo a enfrentar las fuerzas combinadas del coronel Meléndez de Apure y del coronel Sánchez del Estado Bolívar. Fue en esta batalla donde le mataron el caballo y lo salvó milagrosamente uno de sus oficiales, un coriano, Saturnino García. Varios de sus compañeros cayeron en aquella acción, entre ellos su querido amigo Carlos Julio Ponte.
Destrozadas sus fuerzas hubo de huir a Barranquilla, de allí otra vez a Panamá, para pasar luego a Costa Rica. El 18 de diciembre de 1931, lo encontramos en Lima. Fue cuando lo recibió el presidente, Coronel Luis Miguel Sánchez Cerro. Se le hizo un banquete en el Hotel Biltmore, y el homenaje lo presidió el doctor Víctor Andrés Belaunde, líder del grupo independiente en el Congreso.
En Perú, dice él, comprende la falacia del comunismo que practican los latinoamericanos. No olvidemos que don Emilio fue de los del grupo que en 1926, fundó junto con Carlos León, Gustavo Machado y Salvador de la Plaza, en Méjico, el PRV (Partido Revolucionario Venezolano). Dice don Emilio: “He juzgado siempre el comunismo como una gran mentira y como un medio de que se valen los desvergonzados y haraganes para llevar a cabo los criminales propósitos de vivir a costa de los engañados.” Condena igualmente al aprismo por considerarlo servil a Rusia. En esto coincide con Rómulo Betancourt.
Arévalo hace duras críticas a los intelectuales de la época, serviles a Gómez; dice de Manuel Díaz Rodríguez, senador de la República al servicio del régimen que en una fiesta que daban a las concubinas del tirano, tuvo don Manuel esta frase para la homenajeada: “Bendito sea tu vientre, oh Dionisia, que ha dado aguiluchos y palomas a la sociedad.”
Cuando salió de Lima, el gobierno puso a su disposición un avión que lo llevó al puerto de Talara en el norte de Perú. Siguió a Guayaquil siempre en contacto con luchadores que le pudieran acompañar en sus guerras. Luego marchó a Ipiales, pasó por Berruecos para más tarde pasar a Santa Marta, donde planteó que este debería ser el lugar de peregrinación de todos los niños de nuestras escuelas. Que una vez al año todos los niños de América debían visitarlo.
A fines de junio de 1932, intenta de nuevo volver a Venezuela, por lo que se dirige a Kingston. José Rafael Pocaterra le hizo llegar cuanta ayuda económica pudo, para mantenerlo políticamente activo. Gracias a ello don Emilio consiguió ir a verle en Halifax, Canadá. Con José Rafael, se dedicó al estudio y análisis de lo que debía ser Venezuela una vez que Gómez dejara el poder. El cambio no puede ser radical porque se entraría nuevamente en otra tiranía, eso piensan. Plantean que en el gobierno hay hombres patriotas que podrían tomar el timón un tiempo mientras por elección popular asume un nuevo Presidente. Hay que sacar urgentemente al pueblo del horrible analfabetismo en que se encuentra. Que un enemigo tan pernicioso como la ignorancia, la tiranía y el analfabetismo son los demagogos como Rómulo Betancourt que andan pregonando la destrucción de la propiedad privada y la imposición de dictadura del proletariado.
De Halifax pasó a Jamaica, luego a la República Dominicana donde fue detenido. Primera vez en su vida que era detenido. Esto provocó un escándalo internacional que movilizó a la diplomacia cubana, sobre todo al general Don Enríque Loynaz del Castillo, quien fue Jefe del Estado Mayor de Máximo Gómez y quien también prestó servicio al presidente Sánchez Cerro. De otro modo Trujillo, el dictador e íntimo amigo de Gómez, lo habría asesinado.
Marchó entonces otra vez a Jamaica para volver de nuevo a Perú, pero el 1 de marzo de 1933 se entera del atentado contra Sánchez Cerro, por parte de un comunista, que acaba con su vida. Regresa a Jamaica. Pasa a Martinica, luego a Guadalupe, Santa Lucía, Puerto Rico, siempre asediado por los agentes de don Bisonte. Con ayuda otra vez de Pocaterra, el 1 de septiembre de 1935, acude a encontrarse con éste en Nueva York, y el 18 de diciembre, recibe una llamada de su amigo, el doctor Rafael Ernesto López, quien le dice: “Arévalo, se murió Gómez”.
Entonces, el Presidente Eleazar López Contreras le da seguridades para que vuelva al país y lo hace, ya no por las selvas, escondidos tras falsos nombres y bajo el acoso de las fieras del tirano. Llega a La Guaira, el 15 de enero de 1936, donde abraza a su esposa y a su hijo –de quince años de edad, a quien no conocía. Veintitrés años de lucha y de duro bregar en permanente contra la más grande tiranía de América. Luego, el sangriento Rómulo Betancourt, cuando apenas supo de la llegada a Venezuela de don Emilio, y que se le recibía con honores, profirió: “pobre Centauro de Caricatura.”
Don Emilio fue posteriormente senador el por Estado Guárico y más tarde gobernador del mismo Estado. Murió demente, en 1965, en Valle de La Pascua, a la edad de 83 años.
[1] Harrison Sabin Howard, Rómulo Gallegos y al Revolución Burguesa en Venezuela, Monte Ávila Editores, Caracas (Venezuela), 1984, pág. 190.
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