Antes de lograr la designación como candidato del Partido Demócrata, Barack Obama contrastó su visión para el papel futuro del Tribunal Supremo de los EEUU con la de su rival John McCain, aduciendo que el sesgo actual del Tribunal consistente en favorecer a los "poderosos en detrimento de quienes no tienen poder" ha permitido a los intereses empresariales y gubernamentales pisotear a la gente ordinaria y sus problemas. En esa vena populista, Obama describió como sus modelos para el Tribunal Supremo a jueces como Stephen G. Breyer, Ruth Bader Gingsburg y David H. Souter, quienes pretendía que era la "gente de los tribunales que tiene empatía suficiente, sentimiento suficiente" por aquellos machacados por la América empresarial.
En junio, una vez asegurada la designación, Obama perdió inmediatamente el interés por la gente ordinaria y empezó a jadear por el apoyo empresarial. Acaso por esta razón no sintiera necesidad de criticar al Tribunal por el fallo del 25 de junio a favor de Exxon-Mobil, que reducía a mera calderilla el monto de la indemnización por daños y perjuicios que la empresa más rentable de la historia adeuda a cerca de 30.000 pescadores, trabajadores de la industria conservera y nativos de Alaska, el sustento de los cuales fue destruido en 1989 por el vertido de petróleo de Exxon Valdez, el peor desastre ecológico de la historia empresarial.
El propio Souter redactó la decisión que decía que "las indemnizaciones eran excesivas en tanto que conflicto de derecho común marítimo". Souter no dijo que el derecho común era prácticamente inexistente pero que estaba siendo inventado sobre la marcha por el actual Tribunal Supremo. Exxon-Mobil basó únicamente su apelación marítima en una oscura decisión de 1818 conocida como la amable Nancy, en que el Tribunal falló que los propietarios de un barco privado no eran responsables de las indemnizaciones por un robo cometido por un marinero en el desempeño de su trabajo. Durante el interrogatorio, Ginsburg --que disiente de la actual sentencia-- hizo notar que era "una exageración citar como referencia una larga serie de decisiones basadas en derecho marítimo", como pretendía Exxon, aparentemente en vano.
El juez Samuel Alito se recusó a sí mismo para el caso porque posee stocks de Exxon Mobil por un valor entre 100.000 y 250.000 dólares, según los informes financieros de 2006. Pero el tribunal seguía parcial por la significante presencia de los simpatizantes de Exxon. "¿Qué puede hacer una empresa para protegerse de indemnizaciones por daños y perjuicios como ésta?", preguntaba el presidente del Tribunal exasperado durante el interrogatorio. Cuando el abogado de los demandantes, Jeffrey L. Fisher, hacía notar que Exxon no debía beneficiarse de argumentos que su equipo legal no había expuesto, el juez Antonin Scalia replicó: "No tienen por qué exponer cada minúsculo argumento".
Han pasado 19 largos años desde que Exxon Valdez, bajo la autoridad del capitán borracho Joseph Hazelwood (de quien se ha informado que había bebido cinco vodkas dobles antes de subir al barco), vertiera al menos 11 millones de crudo de petróleo sobre más de 1.300 millas de la costa virgen de Alaska. En un escenario que compite con el del Titanic, Hazelwood abandonó su puesto antes de que el barco se precipitara hacia Bligh Reef en esa fatídica noche de marzo de 1989. Once horas después del accidente, la proporción de alcohol en la sangre del capitán daba 0,241.
Pero los problemas de alcoholismo de Hazelwood eran bien conocidos en la extensa jerarquía de Exxon. Lloyd Miller, abogado representante de los pueblos nativos hizo notar la existencia una cultura del alcohol entre las autoridades de los barcos de Exxon-Mobbil. Así lo declararon los testigos en el Tribunal Supremo explicando que Hazelwood era un conocido alcohólico que había abandonado un programa de tratamiento continuado de alcoholismo. La sentencia del Tribunal Supremo admitía que "aunque Exxon tiene una política clara de prohibir a los empleados trabajar a bordo dentro de cuatro horas de haber consumido el alcohol […] Exxon no ha presentado pruebas de haber controlado a Hazelwood después de su retorno al servicio ni de haber considerado proporcionarle un trabajo en tierra".
No obstante, la mayoría del Tribunal ha concluido que Exxon actuó sin "conducta intencionada o maliciosa" para justificar el rechazo de la responsabilidad de Exxon a pagar cuantiosas indemnizaciones a las decenas de miles de víctimas humanas cuyas vidas quedaron patas arriba por el desastre. En 1994 un jurado concedió 287 millones de dólares a los demandantes de Alaska para compensarles por las pérdidas económicas inmediatas, con una media de en torno a 15.000 dólares por demandante. Pero el jurado añadió 5.000 millones dólares adicionales en indemnizaciones por el comportamiento "irresponsable" de la compañía. Exxon-Mobil pagó los daños compensatorios, pero el directivo Lee Raymond dijo privadamente al mismo tiempo que lucharía con uñas y dientes para evitar pagar un sólo céntimo en indemnizaciones por daños y perjuicios. Desde entonces la empresa ha gastado centenares de millones de dólares en el caso, demorando el fallo, con gran éxito, durante 14 años.
En 2006, un tribunal de apelación rebajó la indemnización por daños y perjuicios a 2.500 millones de dólares. La semana pasada, el Tribunal Supremo redujo la suma un 80%, hasta cerca de 500 millones (una media de 15.000 dólares por demandante). Cuando Raymond se retiró de Exxon hace algunos años, recibió un paquete de jubilación de 400 millones de dólares para él solo. Ahora las cerca de 30.000 víctimas de Exxon Valdez tienen que pelearse por una minúscula parte de una suma de aproximadamente el mismo valor real --unos 15.000 dólares por demandante-- o un 10% de la compensación inicial de 1994.
Entre 1994 y 2008, los beneficios de Exxon se han disparado, lo que ha reducido aún más el impacto punitivo de la última sentencia. Mientras que en 1994 ordenaba a Exxon pagar a las víctimas de la marea negra de 1989 cerca de los beneficios de un año, la cantidad de la nueva sentencia del Tribunal apenas suma los beneficios de cuatro días del gigante petrolífero, que obtuvo un récord de 40.600 millones de dólares en beneficios el año pasado.
La muerte inmediata de vida natural por el vertido petrolífero de Exxon Valdez incluyó al menos 250.000 pájaros, 2.800 nutrias marinas, 300 focas, 250 águilas calvas y miles de millones de larvas de salmones y arenques. Cerca de dos décadas después, numerosas especies, incluyendo el arenque --fuente de alimentación de muchas otras especies naturales-- tienen aún que volver. Como comentó el pescador de salmón Buck Meloy en Cordova Times, "incluso ahora, 19 años después, uno sigue encontrando empalagoso, pegajoso, hediondo y tóxico crudo de petróleo sólo a escasas pulgadas de la superficie de algunas playas de grava en la parte occidental altamente contaminada de petróleo de Sound".
Desde el principio, el equipo de propagandistas de la compañía no reparó en gastos en la preparación de la inevitable batalla legal que seguir, centrándose en su artificiosa imagen pública más que en su limpieza efectiva. Como narraba el marinero ecologista Thomas Okey, quien llegó poco después del vertido, "he oído que las presiones políticas y legales han influido a la ciencia y amordazado algunas de las informaciones durante los meses inmediatamente siguientes al vertido. Retrospectivamente, me percato de que incluso las partes implicadas habían empezado ya a construir sus estrategias legales. Los enfrentamientos retóricos de «expertos» seguirían pronto con un desfile poco agradable para las comunidades Aleut nativas, que habían tenido la fuente de sus alimentos en Prince William Sound durante milenios".
Inexplicablemente, Exxon tardó tres días antes de empezar las tareas de recuperación, tres días demasiado tarde porque la mancha de petróleo ya se había expandido demasiado lejos como para contenerlo. Como describía una nativa de Alaska, Kellie Kvasnikoff, "Exxon parecía más interesada en limpiar su imagen que en limpiar el petróleo. Tenemos registrado a Don Cornett, el oficial de relaciones públicas de Exxon, gritando frenéticamente a los limpiadores de Exxon: «quiero algo que la gente lo pueda ver»".
Finalmente, la compañía se decidió por un éxito contundente de relaciones públicas que empeoró la pesadilla ecológica: agua hirviendo de manguera a alta presión en la costa. Como recordaba Kvasnikoff, numerosos científicos consideraron que esta estrategia "hizo tanto daño como bien. El sello de la limpieza postvertido de Exxon --agua a presión a 140 grados-- fue, según esos científicos, veneno para la playa y diversas zonas de animales".
La campaña de relaciones públicas de la compañía desde entonces ha contado en primer lugar con una horda de "científicos de la tierra" a sueldo de Exxon que se han dedicado regularmente a desacreditar las reivindicaciones de los ambientalistas sobre la devastación ecológica en Prince William Sound. El admirador de Exxon L. D. Sociack comentaba que "en el caso de Exxon, la aprobación pública ha dependido mucho de lo que los científicos de la empresa han estado dispuestos a decir para convencer a la población de que el daño ecológico en la costa de Alaska en modo alguno se acerca a lo que otros científicos han afirmado [...] para defenderse de las acusaciones de que son responsables por miles de millones de dólares en daños ecológicos al ecosistema de Prince William Sound".
En 1995, Sociak informaba de que "Exxon ha proseguido esos esfuerzos con la publicación de un estudio de Christopher Wooley financiado por Exxon que concluía que Prince William Sound estaba mejor después del vertido de lo que lo había estado antes".
Las secuelas siguen devastando el ecosistema de la región y las decenas de miles de vidas humanas a él vinculadas.
Como describía Kvasnikoff, "el vertido de Valdez dañó seriamente las economías de los municipios y su confianza secular en poderse proveer de comida y ropa del mar. El resultado: incrementos de depresiones clínicas, violencia doméstica, intentos de suicidio, familias rotas. Los investigadores han mostrado que la zona de Alaska más expuesta al petróleo de Valdez es donde ha habido más problemas sociales y psicológicos".
Mientras el común de la gente de Alaska llora, la América empresarial está de celebración. El Instituto Americano del Petróleo y la Cámara de Comercio de los EEUU presentaron a los amigos en el Tribunal con los informes a favor de Exxon y se deleitaron con el regalo del Tribunal Supremo con los negocios que tienen de protegerse de los pleitos de sus víctimas. Como declarara Tom Donohue, presidente de la Cámara de Comercio de los EEUU, al conocer la sentencia, "es una buena noticia para las compañías preocupados por refrenar las indemnizaciones excesivas".
Es muy posible, con todo, que esta fratría empresarial haya ganado esta batalla, pero que pierda la guerra de la opinión pública. Como el común de los americanos, se tambalea por la espiral de los precios de la gasolina y los alimentos al lado de unos salarios más bajos, acaso estén menos predispuestos a empatizar con las mismas empresas que les están timando en la gasolinera. Es más probable que se percaten de que, en un escenario paralelo a Exxon Valdez, el abogado de un conductor borracho que mató a alguien no pueda alegar razonablemente en un tribunal de lo penal que la única compensación que debe son los gastos funerarios del muerto. Hay que pagar las indemnizaciones.
* Sharon Smith integra la dirección de la ISO (International Socialist Organzation), principal organización de la izquierda revolucionaria estadounidense, autora de Women and Socialism y Subterranean Fire: a History of Working-Class Radicalism in the United States.
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