Argenis Rodríguez nació el 27 de noviembre de 1935, en Santa María de Ipire, un desconocido pueblito del Estado Guárico, cerca del Tigre, Estado Anzoátegui; luego sus padres, cuando Argenis tenía diez años, se mudaron a Las Mercedes del Llano. Tanto en Santa María de Ipire como en Las Mercedes del Llano, en aquellos desolados años cuarenta, no había libros de ningún tipo, ni siquiera en las escuelas. El hombre más preparado en Las Mercedes del Llano era el boticario Manuel Marchena. Pero Marchena se la pasaba borracho; salía a la calle con una faja negra, gruesa, hecha de similicuero brillante, donde guardaba unas cuantas lochas que se las repartía a los muchachos que ganasen competencias de carrera. Un hombre divertido, inteligente y simpático.
Don Javier, el padre de Argenis, tenía una pulpería desolada con los estantes vacíos, a donde la gente acudía más que todo a pedir fiado. Tuvo sólo un repunte con la llegada de los obreros petroleros al puesto de Roblecito. Las Mercedes hervía entre bares, putas y muertos a cuchilladas o machetazos; “mi educación –dice Argenis- empezó por allí contemplando aquellos dramas. Al pueblo si acaso llegaba un vendedor ambulante que entre sus peroles sobresalía una novela de Vargas Vila o una novela de “El Caballero Audaz”. De resto aquellos obreros que viajaban una que otra vez a Caracas regresaban con revistas pornográficas que yo también veía”.
Doña Clara, la madre, buscándole un destino al hijo mayor, quiso que Argenis estudiara bajo la dirección de un tío, Guillermo, en Calabozo. Pero el tío no tenía paciencia para andar educando u ocupándose de muchachos y lo suyo era el negocio. Deambulando, Argenis llegó a trabajar de listero en el pueblo de Lezama, cuando construían la carretera hacia Altagracia de Orituco. Llevaba el cosquilleo de hacerse poeta o cuentista y garrapateó unos trabajitos que se los leyó el poeta Jesús Brandes, quien era maestro. En Lezama, entre unos depósitos de casabe, se encontró Argenis el libro “Las leyendas del Caroní” de Celestino Peraza, y unas deterioradas recopilaciones de El Correo del Orinoco; se los devoró. Por milagro también fue encontrando obras de Víctor Hugo, de Goethe, el Don Quijote, las leía y se les quedaban sus estampas fuertemente grabadas en la cabeza, como si él mismo las hubiese escrito.
Cuando le preguntaban: “¿Y tú qué vas hacer, muchacho?”, contestaba: “- Poeta”.
Como pudo, a mediados de los cincuenta se fue a Caracas. Al principio dormía en un carro viejo. Trabajaba lavando carros y con lo que le daban sacaba para la comida. A veces tenía suerte y entonces le daba para compra libros, y fue conociendo autores como Chejov, Faulkne, Baroja, Dostoievsky, Tolstoi y Azorín. Por este camino acabó siendo empleado en una de las mejores librerías de la capital, “Pensamiento Vivo”, debajo de las Torres de El Silencio. Se hizo militante de la Juventud Comunista, y ayudaba a imprimir un periodiquito que salían a distribuirlo cada noche. Se reunían en el Arco de la Federación. Participó en acciones difíciles, como la quema de la Embajada Francesa, cuando los ingleses y franceses invadieron el Canal de Suéz.
Leía cuanto llegaba a esta librería y conoció a la intelectualidad más importante de entonces. Argenis llegó a ser unos de los hombres más cultos de Venezuela; no sólo leyó cuantos libros pasaron por “Pensamiento Vivo” sino que su gula intelectual abarcó a las bibliotecas personales de escritores como Pedro Díaz Seijas, José Francisco Torrealba, Antonio Márquez Salas, Guillermo Meneses, Ramón J. Velásquez, Arturo Uslar Pietri y Mariano Picón Salas. En su vida llegó a formar unas siete grandes bibliotecas porque algunas se perdieron por sus viajes, divorcios o tragedias. En su biblioteca no entraban sino obras muy selectas por su exquisita experiencia. Yo le compré la última en 1994. Su ojo avizor era certero hurgando entre los libros de lance y solía ser el más afortunado dando con verdaderas joyas de la literatura que luego mostraba con orgullo a los más expertos. Cuando escribo esto, recuerdo que Argenis nunca dejó de ser un muchacho: lleno siempre de vitalidad, de alegría, de firmeza. Y murió siendo joven. Picasso le dijo un día a Camilo José Cela: Desengáñese Camilo, cuando se es joven, se es joven para toda la vida. El Camilo José que conoció y atendió en su casa de Palma de Mallorca a Argenis y le publicó en su revista de Papeles de Son Armadans, “La Fiesta de Embajador”.
Cuando en 1967 Argenis emigra a Bruselas, estudia allí francés, italiano e inglés y cuando se había cansado de releer los pocos libros que había llevado consigo, con su esposa Mirna Linares Alemán, se dedica a leer las grandes obras de la literatura en francés. Lee en esta lengua a “Los Endemoniados”, de Dostoievski, a todo Camus, a Sartre, Balzac y Víctor Hugo. Llegó a creer que acabaría por suplantar al español por el francés. Pero también comenzó a leer las traducciones a este idioma de las obras de Rulfo, de Camilo José Cela (“La Familia de Pascual Duarte”) y al escritor Arreola. 1968 fue su año más feliz porque Cela le editó “La Fiesta del Embajador” y le envió una carta en la que le decía a Argenis: “su novela es extraordinaria”.
Y este hombre sensible, creador, talentoso, salido de una familia muy pobre y campesina, vino a caer en las garras de unos negociantes de partido, de unos mafiosos y lacayos miserables como Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez.
Yo siempre lamenté el que Argenis, después de aquella temporada tan creadora que vivió en España intimando con genios como Cela, hubiese regresado al infierno de Venezuela, en un ambiente cultural dominado por intrigantes y mantenidos de partidos. Argenis en España, habría sido feliz, leído por Francisco Umbral, Carmen Rigalt, Antonio Muñoz Molina, Manuel Vicent, Eduardo Haro Teglen, y despojándose de esa dosis amarga con el que envenenó sus letras por defenderse de tantos hijos de puta. Debió en mi concepto hacer como Rafael María Baralt, Teresa de la Parra o Rufino Blanco Fombona (quien sólo regresó al final de sus días), quedarse allá, leyendo, empapándose de los clásicos: castellanismo, de lo más sublime del Quijote, de Quevedo, Fernando de Rojas, Torres de Villarrroel, Góngora, Valle Inclán; de los místicos españoles: San Juan de La Cruz (su gran “Cántico Espiritual”, “Noche Oscura del Alma”), el beato Juan de Ávila, Fray Luis de Granada, Santa Teresa de Jesús. Lo que verdaderamente más amaba s alma.
Lo hubiera preferido mil veces aun cuando perdiésemos el tramo penoso de su dura confesión que surge a mediados de los 70´s; de sus memorias y escabrosos testimonios de la última época, porque lo supremo de su obra fue la etapa de “Entre Las Breñas”, “Donde los Ríos se Bifurcan”, “Memorias I”, “Memorias II” y “La Fiesta del Embajador”. Argenis no quiso hacerlo porque creyó que se traicionaba, que era desleal con su destino, que a su juicio debía ser profundamente venezolano en lo buen y en lo malo. Así lo hizo lo que fue una gran pérdida para la literatura universal.
El desenmascaramiento que el terreno de la política hoy está haciendo Chávez, lo hizo Argenis enteramente solo en la literatura venezolana.
Conocía Argenis de memoria la obra de Ruben Darío y Dostoievski. Afectado profundamente su espíritu, por las obras de los románticos alemanes, por las novelas de Jack London y Thomas Wolfe, quiso incursionar en la política, pero siempre como un narrador, como un investigador de las pasiones, de las debilidades o grandezas de los hombres. Eso es muy peligroso para alguien que va a luchar desde un movimiento político. Ingresó Argenis al Partido Comunista de Venezuela, PCV, cuando se trabajaba en la clandestinidad para derrocar al dictador Marcos Pérez Jiménez. Entonces la oposición no tenía esa amplia libertad de andar agitando banderitas en plazas públicas ni haciéndole sonar cacerolas a los funcionarios o altos oficiales de las FF AA, ni mucho menos tener detrás de sus acciones, difundiendo bazofias y mentiras contra el gobierno, a cien poderosas radioemisoras, cuatro poderosos canales de televisión, toda la gran prensa y el apoyo descomunal del Departamento de Estado norteamericano y sus inmundos millones de dólares, la OEA, SIP, OIT, ONG’s y otras tantas mierdas internacionales, todas dependientes de la CIA. Con Pérez Jiménez no hubiese prosperado esa piara de dirigentes ambivalentes y asexuados de Primero Justicia, ni hubiesen cogido cancha en los frentes de la lucha social unos lacayos como el Carlos Melo, el Pablo Medina, el Andrés Velásquez o el Américo Martín. Un Carlos Melo que se abraza a Federico Alberto Ravell como si éste fuese un dios, un hombre como él salido de lo más hondo de la pobreza, un negro como él que en cuanto sale de la cárcel el 6 de abril del 2004, luego de estar preso por los hechos del Guarimbazo, lo primero que hace es meterse en esa mierda dependiente de la CIA llamada Globovisión. Ese es su refugio moral, el numen de su lucha y de sus principios.
Aquel idealismo revolucionario con sus luchas clandestinas contra la dictadura fue muy hermoso al principio, y tuvo su máxima expresión de romanticismo con el 23 de enero de 1958. Pero al igual que le pasó a Jack London, no fueron las teorías marxistas sino los novelistas los que realmente iban a tener una influencia determinante en la pasión intelectual de Argenis. Él no tenía condiciones para ser un dirigente político y jamás lo pretendió, pero si hubiésemos tenido un líder en aquella época en nuestro país, como Fidel o Chávez, de seguro que Argenis habría dado todo de sí para llevar a cabo los cambios por los que ha estado luchando nuestro país desde que murió Bolívar. Lamentablemente la política de los partidos se infeccionó del sensualismo materialista de Jeremías Bentham, del criminal pragmatismo de los capitalistas, de los cuadres y acuerdos a espaldas de las masas. Una mala práctica que envenenó a casi todos los dirigentes políticos de la década de los sesenta.
Con la llegada de la Revolución Cubana, Argenis opta primero por hacerse guerrillero urbano y después se va a las montañas. Para eso le miente a su esposa Julieta a quien le explica que se va a Chile por un tiempo. Ya tiene una hija, Clara. Cae preso cuando intenta organizar un movimiento guerrillero en Las Cocuizas, cerca de Cabruta, con su cuñado Jesús Ascanio. Lo trasladan a la sede de la Digepol en San Juan de los Morros. Por las gestiones de su otro cuñado Alberto Turupial, senador al Congreso de la República, es puesto en libertad. Antes, Argenis había estado, en 1961, en las guerrillas que dirigía Juan Vicente Cabezas en el Charal. No deja de llevar un diario que le servirán para escribir dos de sus obras fundamentales, “Entre las Breñas” y “Donde los Ríos se Bifurcan”.
La experiencia guerrillera es desoladora. A los jefes políticos de la violencia se los encuentra echándose palos en los mejores bares de Caracas, viviendo a lo grande sin importarles mucho el destino de esos estudiantes y muchachos que se han ido a la montaña y que ahora están dejados a la buena de Dios, sin armas, sin orientación y sin estímulo moral para mantener la lucha. Está naciendo una manera de hacer política sin ética ni moral. Lo que importa son los acuerdos, las negociaciones, los tratados. Jefes como Petkoff y Pompeyo que pregonan que la guerra será larga y que no hay que hacer concesiones con los enemigos y que hay que irse a la guerrilla y que proponen matar un policía diario, se hacen fotografiar en el patio de una casa, en la capital, con un fusil, para alimentar la leyenda. Nunca se van a las montañas. Aquello lo llega a conocer en profundidad Argenis, quien acaba por irse a Chile y trabaja para el diario comunista El Siglo y escribe contra la criminal democracia de los adecos.
Cuando Argenis regresa de Chile, lo que escucha por todos lados es el desastre de la derrota y del envilecimiento en que han caído los llamados supremos líderes de la izquierda. De cada posición brota un centro de agitación sin coordinación ni fuerza en las masas. Argenis se aparta y un poso de angustia, de remordimientos surge cada vez que tiene que enfrentarse con su diario. Allí comienza a retratarlo todo. La política de partido no es su destino sino la literatura. Descubre que la elite intelectual del partido comunista tiene amplia acogida en El Nacional; son los dueños de los cargos en la Universidad Central de Venezuela y de sus premios, de los reconocimientos en la cultura, de los ateneos, y que por ello reciben buenos financiamientos del Estado, pero al mismo tiempo fusilan moral y físicamente sin compasión al que se les oponga, al que les critique. Chantajean. Argenis asume el peligroso y mortal papel de desenmascararlos y hacerles la guerra. En esto perderá su vida, su talento y su destino como escritor. Se le van cerrando todas las puertas y queda en la más entera soledad. Para publicar y decir su verdad acaba trabajando como periodista a destajo en las bazofias editoriales de Rafael Poleo, hasta que de allí también lo echan.
La década de los setenta y ochenta los pasa Argenis como indigente, tratando de vivir de lo que escribe, que es un imposible en Venezuela. Con una beca del Conac, que no pasaba de 800 bolívares, y que se le iba en comprar libros usados, cumple con lo que se le exige y llega a escribir unas veintitrés novelas y más cinco mil artículos por prensa y revistas.
Los acontecimientos del Caracazo y del 4-F lo marcaron profundamente, y en ellos se inspiró para escribir su novela “Febrero”. Conoció personalmente a Chávez a quien llegó a trató muchas veces en la redacción de “El Nuevo País”, donde el comandante tenía una columna. En una ocasión, Argenis le pidió una ayuda a Chávez para comprarse unos lentes y éste se los pagó. Muchas veces me comentó Argenis: “Chávez no tiene pizca de tonto; es inteligente”.
En 1997 se embandera Argenis definitivamente con la posición de Chávez; se une a un grupo de intelectuales que apoyan su candidatura como Earle Herrera, Néstor Francia y Luis Brito García. Está ahora escribiendo columnas desgarradoras en el semanario La Razón. Un intelectual como Argenis se hace peligroso para cualquier bando político porque su función es escribir y decir lo que siente, no tiene compromiso sino con su obra. Podría decirse de Argenis lo que una vez escribió sobre sí Ramón Sender: “Ignoro lo que es una asamblea de partido o una reunión de célula, pero sé que el poeta y el político son especimenes opuestos e irreconciliables y que las cualidades del uno y del otro se repelen. Cuando me he acercado a la política a, me he conducido como poeta (resultaba así un animal indefinible), y entre los escritores me consideraban a menudo un político. Unos y otros se engañaban y se irritaban al sentirse engañados. Pero un escritor no puede evitar la circunstancia social. Para mantenerse insensible a los problemas sociales de nuestro tiempo hay que ser un pillo o un imbécil”.
Triunfa Chávez, y Argenis percibe el maremagno de la farsa que rodea al nuevo Presidente. Entran en el alto gobierno personajes de la catadura moral de Luis Miquilena y Alfredo Peña, a los que él conoce muy bien. Cuando se desata la campaña por la Constituyente, y en el quino aquel famoso aparece Alfredo Peña como una de las estrellas supremas, al lado de Marisabel y de Miquilena, en la portada de La Razón Argenis arremete haciendo una seña vulgar con sus dedos, dirigida al nefasto Alfredo Peña. Está harto Argenis de lo que ha visto y vivido en la política nacional. Cree que estamos en la antesala de otra brutal farsa y engaño. Ocurre lo del deslave de Vargas que en su imaginación de novelista surge como un presagio de grandes tragedias: que estamos ante el desenlace y el signo de una catástrofe total. Han bajado las piedras y el barro y han sepultado a todo un pueblo, y pronto bajaran los cerros con sus hordas ateridas de miseria y desamparo a vengarse... Argenis huye desolado a los llanos, y va con la decisión de no escribir más, y de no leer más. Aún así, garrapatea su última novela “Milenio”, y en febrero del 2002 se suicida en San Juan de Los Morros, y antes de matarse grita: “Díganle a José que publique mis libros”.
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