La
semana que acaba de transcurrir ha sido la más aleccionadora de la
bancarrota capitalista internacional en curso. Es que, en cascada,
fracasaron para contenerla todos los planes diseñados por los gobiernos
y todas las formas de intervención estatal. No sirvió el paquete de
rescate de 700.000 millones de dólares que, con forceps, parió el
Congreso norteamericano; no sirvieron las nacionalizaciones parciales
en Europa ni la extensión de los seguros para los depósitos bancarios;
finalmente, tampoco sirvió de nada la medida, francamente excepcional,
de la Reserva Federal de ofrecerse para rescatar a cualquier empresa
que lo reclame sin la necesidad de pasar por el sistema bancario. Las
cotizaciones de las acciones de las empresas, incluidas las de los
grandes grupos industriales, que son el índice que mide la solvencia
del capital, no dejaron de caer hasta niveles de una dé! ;cada atrás.
En definitiva, ocurrió algo tremendo: se quebró el mito de que el
Estado es el escudo financiero final del sistema capitalista.
Ahora, ese mismo Estado enfrenta una crisis financiera colosal, porque, como lo admitió Obama frente a McCain, la deuda pública norteamericana es ya de once billones de dólares, y esto sin computar los compromisos de la Reserva Federal; el banco central de los Estados Unidos ha perdido el 70 por ciento de sus reservas, necesita recapitalización por parte del Estado y, sin embargo, sigue abriendo su ventanilla para adquirir nuevos títulos podridos de los bancos e incluso la posibilidad de endeudarse con ellos para reciclar el dinero al mercado de préstamos. En efecto, acaba de copiar a nuestro nefasto Martínez de Hoz con una resolución que le permite remunerar los depósitos que los bancos hagan en el organismo monetario central. Se crea, de este modo, el famoso déficit cuasi fiscal que liquidó financieramente a la dictadura argentina. Pero en esta misma semana ocurrió algo más: el derrumbe de las monedas de América Latina, encabezado por el desplome del real brasileño en un 40%, seguido de los pesos de Chile y Colombia. Brasil tuvo que recurrir a medidas de salvataje del tipo de las que se aplican en Estados Unidos, destinando una partida presupuestaria de 20 mil millones de dólares para hacer frente a una caída de bancos. La más infortunada es, de todos modos, Argentina -que se encuentra al borde de una maxidevaluación. No hace falta decir que la fuga de dinero al dólar habrá de dejar a los bancos en Argentina nuevamente ante la quiebra.
El camino de Islandia
En el cargador quedan apenas una o dos balas: la nacionalización consentida o impuesta del conjunto del sistema bancario. Es lo que acaba de hacer Islandia, que nacionalizó todo el sistema bancario con apoyo financiero de Rusia. El nombre de Islandia puede parecer exótico pero es una plaza ‘off shore', o sea que da cabida a todos los capitales en negro de otros países. ¿Es una salida? Hay que aclarar que nacionalizar bancos es la cosa más barata del mundo; esto es porque los capitales de los bancos apenas representan 1/60 parte de los activos y de las deudas en su poder. El asunto es lo que viene después, porque esos activos (que suman sesenta veces más que el capital) valen hoy un 70% menos del valor que tienen registrado- de modo que comprarlos a un precio nominal o preferencial representaría una pérdida que ningún país del mundo podría absorber, ya ! que el mercado financiero opera por centenares de billones de dólares. De manera que, para que la nacionalización sea efectiva, el Estado debería podar coactivamente la deuda de los bancos en la misma proporción de la caída de los activos que los bancos tienen en su poder, o sea reconocerles a los acreedores el 30% del valor que prestaron, lo cual los llevaría a la quiebra. Si es necesario llegar a confiscaciones parciales para salvar al capitalismo, el Estado lo hará -pero antes deberá enfrentar resistencias invencibles y deberá desarrollar una capacidad de acción que solamente ha llegado a tener en períodos de movilización militar de la población.
Por eso no se ve cómo la propuesta de abandonar la línea de comprar bonos, títulos y otra clase de activos (como lo promete el paquete de 700.000 millones de dólares), para pasar a comprar acciones preferidas de los ban! cos (mucho más barato) podría dar algún resultado. Las acciones preferidas, a diferencia de las ordinarias, no dan derecho a voto, de modo que el Estado no podría influir en la política de los bancos ni, por lo tanto, en el manejo de la deuda que no pueden pagar. El rescate por medio de las acciones preferidas busca evitar la confiscación parcial del capital de los banqueros (las acciones ordinarias han caído por el suelo), o sea operar sin bisturí. Es interesante destacar que esta opción académica entre nacionalizar bancos, por un lado, para darle una seguridad de rescate a los fondos que financiaron las operaciones bancarias, o comprar directamente la deuda de los bancos, por el otro - sin de ningún modo nacionalizarlos- refleja una pelea real en el ‘establisment' capitalista entre los banqueros comerciales y de inversión y la infinidad de fondos de cobertura o de capital privado.
La alternativa, entonces, de nacionalizar, incluso integralmente, al capital bancario no reposa en la capacidad del Estado para hacer frente a las deudas bancarias, sino en la expectativa de que la nacionalización sirva para desplazar la crisis en el tiempo mediante una refinanciación más o menos automática de las deudas. Si a esta variante se suma la posibilidad de atenuar la recesión industrial, sus partidarios creen que la crisis puede quedar superada en no mucho tiempo. Pero esta posición no tiene otro sustento que las expectativas que podría generar una compra parcial o total de capital bancario. Lo más probable es lo contrario: en sí misma, una nacionalización generalizada de bancos, por añadidura a precios de remate, debe tener un efecto depresivo sobre el sistema capitalista y augura crisis políticas mayúsculas. Por eso Estados Unidos rescata bancos subsidiando a otros ! bancos para que los compren (JP Morgan al Bear and Stern, o Bank of America al Merril Lynch), o da créditos que pueden ser convertidos en acciones, pero no se queda de entrada con ellas (compañía de seguros AIG).
Entre diez y trece billones
Para entender el tamaño de la crisis que los gobiernos pretenden superar con medidas improvisadas, no es necesario ir lejos. Basta leer a Juan Manuel Forn, en La Nación del sábado pasado. El ex ejecutivo del Bank of America en Argentina, y actual vicepresidente de Molinos Río de la Plata, no se va con vueltas: en castellano elemental advierte que para el salvataje financiero en Estados Unidos es necesaria "una cantidad de fondos entre cinco y diez veces mayor" que los 700.000 millones de dólares "que autorizaba el plan". O sea entre tres billones y medio y siete billones de dólares. Si se le suman los seis billones ya comprometidos para las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, llegamos a un abanico de diez a trece billones de dólares. Imposible, insalvable. Mucho tendrá que caer antes de que algo se levante.
El administrador delegado de la empresa petrolera estatal ENI, Paolo Scaroni, también sabe de lo que habla (Corriere, 5/10), porque "guía una de las sociedades italianas con mayores relaciones con el extranjero". Para Scaroni simplemente no se sabe cuál es el monto de los títulos podridos o tóxicos en manos de los bancos, lo cual los convierte en "el espectro del miedo". La centroderecha italiana coincide en que el paquete de Bush no alcanza, y advierte que "el sistema americano está empantanado más allá de las previsiones más negras". El periodista que transcribe estas declaraciones agrega de su cosecha: "Incluso el escenario político deberá ser reescrito, dice, y se abriría el tema de cómo afrontar de una manera republicana una crisis sin precedentes". La pelada de Mussolini sigue planeando como una alternativa para la derecha italiana.!
"Ahora viene la parte difícil", plantea un redactor del Wall Street Journal (6/10): "conseguir la plata para pagar los planes de rescate del gobierno estadounidense". Señala que con los rescates que ya están en marcha, el déficit fiscal de 2009 pasaría de 400 mil a 900 mil millones de dólares, pero si se le agrega la deuda que vence y tiene que ser refinanciada, ese déficit treparía a 1.5 billones de dólares.
En este momento pareciera que hubiera abundancias de fondos para financiar esas monstruosidades, como lo demostraría la compra frenética de bonos del Tesoro de Estados Unidos en la última semana, al punto que llegaron a agotarse en algún momento. Pero se trata de dinero en tránsito para el pago de deudas, que están nominadas en dólares, por eso acepta un interés del 0.25% contra una inflación anual de cerca del 5%. Los intereses sobre la deuda pública a largo plazo están, en cambio, subiendo. No va a pasar mucho tiempo para que los inversores abandonen las letras del Tesoro y al propio dólar. Antes de llegar a recaudar el dinero del rescate, Estados Unidos podría enfrentarse a un desfinanciamiento público y a un derrumbe del dólar.
En definitiva, la crisis se ha agravado y ha expuesto la incapacidad financiera y política de los Estados para hacerle frente. Las Bolsas se ven obligadas a suspender las transacciones, en el caso ruso por más de tres días, un verdadero feriado a la Argentina. Las reacciones populares han comenzado: una huelga general en Bélgica el lunes pasado, acciones defensivas en Renault-Francia frente a despidos. Lo que es cierto es que el desenvolvimiento objetivo y subjetivo de la crisis ha despejado el terreno para una consigna internacional: por la nacionalización de los bancos sin indemnización, por el control y gestión de los obreros - no de los que apadrinaron y encubrieron este derrumbe. Junto a la reivindicación contra las suspensiones y despidos, la consigna de nacionalización sin pago de la banca puede ser muy útil para comenzar a articular las fuerzas del proletariado internacional.