El título de estas notas evoca varios senderos que convendría explorar. Uno de ellos remite a la relación problemática entre el discurso científico y la ideología, es decir, el vínculo siempre disimulado entre la política y la ciencia. Llevamos siglos de manipulaciones y ocultamientos de estos lazos en nombre de la “objetividad”, de la “neutralidad valórica”, de la “imparcialidad”. Todos subterfugios mañosamente administrados por las burocracias de la ciencia y por las burocracias de la política. Ambos bandos se las han arreglado para engatusar a la gente durante muchísimo tiempo con los cuentos de la “ciencia pura” y tonterías parecidas.
Pero hay un significado mucho más urticante que es el motorizado por el pensamiento de Edgar Morin: un cuestionamiento al interior mismo del discurso científico, una impugnación a los paradigmas dominantes, una crítica epistemológica que se sitúa en el propio estatuto del modo de pensar imperante. Esta línea de reflexión está en el centro de la monumental obra moriniana. El mundo académico convencional se hace el distraído con estas formulaciones. La banalización de una “complejidad” inofensiva, de usos múltiples, circula por allí simpáticamente, es decir, sin pena ni gloria. Algo parecido a la trivialización de la “posmodernidad” respecto a la cual se dice cualquier cosa sin criterio y sin pertinencia.
La crisis de los modelos cientificistas de la Modernidad es el lecho sobre el que se edifica toda la agenda de investigación epistemológica que ha desplegado Edgar Morin durante décadas. Esa crisis tiene años desarrollándose. Sus efectos son muy variados en el terreno de la enseñanza, en el campo de la gestión del conocimiento, en el universo de los estilos de investigación. De esa crisis se ocupa mucha gente desde hace bastante tiempo y tenemos hoy un amplio repertorio de su caracterización. No hay acuerdo sobre la naturaleza de esa crisis, pero sí hay un extendido diagnóstico que hace rato se hizo inocultable.
A su lado se desarrolla toda una estrategia de crítica del cientificismo, sobre manera, en su vertiente tecnocrática, que perfila a varias tendencias del pensamiento avanzado. Una de esas tendencias es precisamente la tribu moriniana que lleva años batiéndose contra el pensamiento único, combatiendo el síndrome de la simplicidad, denunciando las regresiones de los viejos modos de pensar. Tal postura epistemológica tiene traducciones en la esfera política y en el conjunto de las prácticas institucionales vinculadas al conocimiento (sobre manera, en los sistemas educativos)
En Venezuela se produce una interesante confluencia de la onda moriniana con torrentes que vienen del pensamiento posmoderno. Esta combinación es bastante singular en América Latina y genera unos cruces de agendas muy sugerentes. Descartada toda la recuperación instrumental del pensamiento complejo que hace la academia devaluada, podemos esperar que corrientes intelectuales de inspiración moriniana produzcan aportes significativos en varios de los nudos críticos del pensamiento contemporáneo.
Estas aportaciones han de cruzarse con la formulación de políticas públicas en el área, con la enseñaza de las ciencias, con los estilos de investigación. Es por ello que el Ministerio de Ciencia y Tecnología ha puesto todo el empeño en debatir a fondo las implicaciones conceptuales y las plataformas teóricas desde las cuales es posible generar el doble movimiento de convergencia de una transformación de los modelos cognitivos junto con un cambio profundo de sus vínculos con la política. Un nuevo modelo de país no es pensable con los viejos paradigmas de la ciencia. Una revolución socio-cultural de envergadura supone necesariamente un cambio de paradigmas en todo el aparato de la ciencia, en los sistemas educativos, en las maneras de investigar.
La presencia de Edgar Morin entre nosotros es la ocasión para poner al día esta agenda, para empujar este debate, para buscar coherencia entre lo que pensamos y lo que hacemos, para encontrarnos en la diversidad.