Desde
sus inicios a fines de los años 60, la Teología de la Liberación adoptó
una perspectiva global, enfocada en la condición de los pobres y
oprimidos en el mundo entero, víctimas de un sistema que vive de la
explotación del trabajo y de la depredación de la naturaleza.
Este sistema explota a las clases trabajadoras y a
las naciones más débiles. Y además reprime a los que oprimen y por lo
tanto contrarían sus propios sentimientos humanitarios. En una palabra,
todos deben ser liberados de un sistema que perdura desde al menos tres
siglos y ha sido impuesto en todo el planeta.
La Teología de la Liberación es la primera
teología moderna que ha asumido este objetivo global: pensar el destino
de la humanidad desde la condición de las víctimas. En consecuencia, su
primera opción es comprometerse con los pobres, la vida y la libertad
para todos. Surgió en la periferia de las Iglesias centrales, no en los
centros metropolitanos del pensamiento consagrado. Por ese origen ha
sido siempre considerada con sospecha por los teólogos académicos y
principalmente por las burocracias eclesiásticas y la de la Iglesia más
importante, la romano-católica.
De su cuna en Latinoamérica la Teología de la
Liberación pasó a África, se extendió a Asia y también a sectores del
primer mundo identificados con los derechos humanos y la solidaridad
hacia los desposeídos. La pobreza entendida como opresión revela muchos
rostros: el de los indígenas que desde su sabiduría ancestral
concibieron una fecunda teología de liberación indígena, la teología
negra de la liberación que resiente las marcas dolorosas dejadas en las
naciones que fueron esclavistas, el de las mujeres sometidas desde la
era neolítica a la dominación patriarcal, la de los obreros utilizados
como combustible de la maquinaria productiva. A cada opresión concreta
corresponde una liberación concreta.
La cuestión teológica de base que hasta ahora no acabamos de responder es: ¿Cómo
anunciar creíblemente un Dios que es un Padre bondadoso en un mundo
atestado de miserables? Sólo tiene sentido si implica la transformación
de este mundo, de manera que los miserables dejen de gritar.
Para que un cambio semejante tenga lugar ellos mismos tienen que tomar
conciencia, organizarse y comenzar una práctica política de
transformación y liberación social. Como en gran mayoría los pobres en
nuestros países eran cristianos, se trataba de hacer de la fe un factor
de liberación. Las Iglesias que se sienten herederas de Jesús, que fue
un pobre y que no murió de viejo sino en la cruz como consecuencia de
su compromiso con Dios y con su justicia, serían las aliadas naturales
de este movimiento de cristianos pobres.
Este apoyo se ha verificado en muchas iglesias en
las que ha habido obispos y cardenales proféticos como Helder Camara y
Paulo Evaristo Arns en Brasil, Arnulfo Romero en El Salvador y muchos
otros, así como numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos
comprometidos políticamente.
En razón de su causa universal ya a inicios de los
años 70 la Teología de la Liberación era un movimiento internacional y
convocaba verdaderos foros teológicos mundiales. Se estableció un
consejo editorial integrado por más de cien teólogos latinoamericanos
para compilar una sistematización teológica desde la perspectiva de la
liberación en 53 tomos. Ya se habían publicado 13 tomos cuando el
Vaticano intervino para hacer abortar el proyecto. El entonces cardenal
Joseph Ratzinger fue riguroso. Cortó de raíz un trabajo promisor y
benéfico para todas las iglesias periféricas y especialmente para los
pobres. Pasará a la historia como el cardenal -y después Papa- enemigo
de la inteligencia de los pobres.
La Teología de la Liberación creó una cultura
política. Ayudó a formar organizaciones sociales como el Movimiento de
los Sin Tierra, la Pastoral Indígena, el Movimiento Negro y fue
fundamental en la creación del Partido de los Trabajadores en Brasil
cuyo líder, el Presidente Lula siempre se reconoció en la Teología de
la Liberación.
Hoy en día esta teología ha trascendido los
límites confesionales de las Iglesias y se ha convertido en una fuerza
políticosocial. Además de Lula se identifican públicamente con la
Teología de la Liberación el Presidente Rafael Correa del Ecuador, el
Presidente de Paraguay y ex obispo Fernando Lugo, el Presidente Daniel
Ortega de Nicaragua, el Presidente Hugo Chávez de Venezuela y el actual
Presidente de la Asamblea de las Naciones Unidas, el sacerdote
nicaraguense Miguel de Escoto.
Su fuerza mayor no reside en las cátedras de los
teólogos sino en las innumerables comunidades eclesiásticas de base
(sólo en Brasil existen cerca de cien mil), en los millares y millares
de círculos en los que se lee la Biblia en el contexto de la opresión
social y en las llamadas pastorales sociales.
Roma incurre en la profunda ilusión de
creer que con sus documentos doctrinarios emitidos por burocracias
frías y distantes de la vida concreta de los fieles conseguirá frenar
la Teología de la Liberación. Ella nació oyendo el grito de los pobres
y hoy la conmueve el grito de la Tierra.
Mientras los pobres continúen lamentándose y la
Tierra gimiendo bajo la virulencia productivista y consumista, habrá
mil razones para sentir el llamado de una interpretación libertaria y
revolucionaria de los evangelios. La Teología de la Liberación es la
respuesta a una realidad injusta y salva a la Iglesia de su alienación
y de un cierto cinismo.
(*)Teólogo